2 ENE 2019


"Hay una guerra global en marcha contra los trabajadores, contra el medio ambiente, contra la democracia, contra la decencia. Una red de facciones derechistas se está extendiendo a través de las fronteras para erosionar los derechos humanos, silenciar la discrepancia y promover la intolerancia. Desde 1930 la humanidad no se enfrentaba a una amenaza así”. 

Con estas palabras tan directas arranca el manifiesto de la Internacional Progresista, una plataforma impulsada por el veterano senador izquierdista estadounidense Bernie Sanders y el célebre economista griego Yanis Varoufakis como respuesta a viejos y nuevos enemigos. Los viejos son las élites a las que acusan de crear un sistema económico cada vez más vez más desigual; los nuevos, unos movimientos populistas de corte conservador con los que nadie contaba hace unos años.


La victoria de Donald Trump en Estados Unidos, la de Jair Bolsonaro en Brasil o la del vicepresidente italiano Matteo Salvini en Italia les han dado la carta de naturaleza, una prueba empírica, casi una dirección postal. La Internacional Progresista busca de algún modo la suya. Se presenta como una llamada a crear una “red global” de izquierdas que contrarreste esa marea que llega por la derecha. Cuando políticos e intelectuales se reunieron entre los días 29 de noviembre y 1 de diciembre en Burlington (Vermont), el cuartel general del Instituto Sanders, para presentar la iniciativa, unos y otros llegaron a diagnósticos muy similares.

Entre los ponentes figuraba la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, que en entrevista telefónica lo explica así: “Hemos visto a minorías privilegiadas que se están bunkerizando para mantener sus privilegios, por un lado, y una extrema derecha que crece con ese acento populista, pero también con un trasfondo muy establishment, que tiene mucho dinero detrás y que se está coordinando a nivel internacional, compartiendo estrategias. Si se organiza la extrema derecha, no puede ser que los movimientos sociales de cambio no lo hagan”. Cuando regresó a España de su viaje a Vermont, el partido radical Vox acababa de ganar sus primeros escaños en el Parlamento andaluz.
Colau llama a crear una “red global” de izquierdas que contrarreste esa marea que llega por la derecha


A la reunión de Vermont asistieron desde el economista Jeffrey Sachs hasta el alcalde de Nueva York, Bill de Blasio, pasando por la actriz y excandidata a gobernadora del Estado homónimo, Cynthia Nixon, entre otros. Una de las preguntas razonables sobre esta iniciativa es en qué medida comparten características el auge populista de Brasil y el de Estados Unidos, por ejemplo, o si la tradición socialdemócrata de posguerra en Europa se puede equiparar al movimiento liberal norteamericano (liberal en el sentido estadounidense de la expresión, es decir, progresista). 

En resumen, si las ideas de una Internacional Progresista pueden funcionar a ambos lados del Atlántico. El caldo de cultivo que ha favorecido este movimiento, para empezar, es el mismo. Y los programas de Sanders y del nuevo partido DiEM25 de Varoufakis —elaborados de forma independiente antes de esta alianza— guardan muchas similitudes. El del estadounidense es heredero del New Deal y la Great Society, y el del griego, de la cultura del Estado de bienestar con que se construyó la Europa moderna.

Para James K. Galbraith —hijo de John K. Galbraith e integrante de esa esfera de economistas progresistas estadounidenses que incluye al citado Sachs—, el New Deal traza el mejor paralelismo histórico con la nueva Internacional Progresista, porque fue “un programa completo y muy imaginativo de acción pública con el objetivo de superar una gran crisis y servir de alternativa al fascismo, que era la gran alternativa, entonces y ahora”.

Pero el New Deal de los años treinta—cuya traducción literal es “nuevo acuerdo”— consistió en un programa económico intervencionista lanzado por el presidente Franklin D. Roosevelt para superar la Gran Depresión, la gran crisis económica que liquidó el 27% del producto interior bruto de EE UU entre 1929 y 1933 y disparó el nivel de desempleo del 3% al 25% en el país. 

El lanzamiento de la Internacional Progresista, sin embargo, hoy tiene lugar en un momento en el que ese mismo país tiene la tasa de desempleo más baja desde la guerra de Vietnam y atraviesa el segundo mayor periodo de expansión económica de su historia, solo superado por los 120 meses consecutivos de crecimiento en los noventa. ¿Por qué un New Deal ahora?

Tras el crash de 1929 y la II Guerra Mundial, con el impulso de las políticas keynesianas (inspiradas en el economista John M. Keynes, que defendía las políticas públicas y monetarias de estímulo en épocas de crisis), hubo tres décadas de enorme esplendor económico en EE UU que convencieron de una certidumbre a las familias: un joven podía dejar el instituto y encontrar un buen empleo en la fábrica de su ciudad, y con su sueldo comprar una casa, conducir un Ford y criar a sus hijos. Hoy, 10 años después del estallido del último crash financiero y del inicio de la Gran Recesión, aunque las grandes cifras macroeconómicas estén más que recuperadas, la clase trabajadora sigue presa de la incertidumbre.

La Gran Recesión ha puesto fin a la idea de redistribución espontánea de la riqueza
Si la Gran Depresión demostró que la economía no se corrige sola, la Gran Recesión ha puesto fin a la idea de redistribución espontánea de la riqueza, ese llamado trickle-down (goteo) del crecimiento. En ese mar revuelto se han lanzado a pescar líderes populistas conservadores en América y Europa. 


Y en este contexto se explican estos llamamientos a un nuevo New Deal, de hecho un Green New Deal para ser exactos, como especifica el manifiesto de la Internacional Progresista, porque tiene un marcado acento en las políticas medioambientales.

El verdadero populismo, defiende el economista Dani Rodrik, tiene más que ver con Roosevelt que con Trump. En un artículo publicado en febrero en The New York Times, el profesor de Harvard recuerda que el populismo (término que en EE UU no tiene las mismas connotaciones peyorativas que en España) empezó a germinar a finales del siglo XIX, al calor de los movimientos de trabajadores y granjeros, y, como hoy, fue una respuesta a la ola de globalización que se vivía en aquel momento y que también causaba daños colaterales. Culminó con el New Deal. “La lección histórica consiste no solo en que la globalización y el rechazo social están íntimamente ligados”, reflexiona Rodrik, “sino que ese tipo de populismo malo engendrado por la globalización puede requerir un tipo de populismo bueno para ahuyentarlo”.

Galbraith cree que plataformas como la de Sanders y Varoufakis beben tanto de esa tradición populista de hace 100 años como del progresismo de principios del siglo XX que propugnaba una mayor regulación y control público del capitalismo desbocado. “Su objetivo es contener la Internacional Nacionalista que está prendiendo en Europa y en EE UU, que amenaza con la represión de los movimientos sociales y con la liberación del capitalismo sin control”, apunta.

El triunfo del trumpismo en EE UU ha corrido en paralelo con el auge de candidatos escorados a la izquierda en el Partido Demócrata. Políticos que no tienen problemas en definirse como socialistas en un país que suele asociar el término a la antigua Unión Soviética. John Samples, del think tank conservador Cato, en Washington, quita hierro a esta tendencia. 

“La gente sigue sin querer pagar más impuestos, cree que los ricos deberían pagar más, pero la mayor parte de la población cree que sus impuestos están bien así”, recalca. “Lo extraño de que se hable tanto del New Deal es que el Partido Demócrata en los años treinta no lo vio como un experimento socialista, sino como un intento precisamente de evitar el socialismo y el fascismo”. Al final, el New Deal revitalizó la economía de mercado. Según Rodrik, “salvó al capitalismo de sí mismo”




Bernie Sanders
Octubre 2018 


Se está llevando a cabo una lucha global que traerá consecuencias importantísimas. Está en juego nada menos que el futuro del planeta, a nivel económico, social y medioambiental.

En un momento de enorme desigualdad de riqueza y de ingresos, cuando 1% de la población posee más riqueza que el 99% restante, estamos siendo testigos del ascenso de un nuevo eje autoritario.

Si bien estos regímenes tienen algunas diferencias, comparten ciertas similitudes claves: son hostiles hacia las normas democráticas, se enfrentan a la prensa independiente, son intolerantes con las minorías étnicas y religiosas, y creen que el gobierno debería beneficiar sus propios intereses económicos. Estos líderes también están profundamente conectados a una red de oligarcas multimillonarios que ven el mundo como su juguete económico.

Los que creemos en la democracia, los que creemos que un gobierno debe rendirle cuentas a su pueblo, tenemos que comprender la magnitud de este desafío si de verdad queremos enfrentarnos a él. A estas alturas, tiene que quedar claro que Donald Trump y el movimiento de derechas que lo respalda no es un fenómeno único de los Estados Unidos. En todo el mundo, en Europa, en Rusia, en Oriente Medio, en Asia y en otros sitios estamos viendo movimientos liderados por demagogos que explotan los miedos, los prejuicios y los reclamos de la gente para llegar al poder y aferrarse a él.

Esta tendencia desde luego no comenzó con Trump, pero no cabe duda de que los líderes autoritarios del mundo se han inspirado en el hecho de que el líder de la democracia más antigua y más poderosa parece encantado de destruir normas democráticas.

Hace tres años, quién hubiera imaginado que Estados Unidos se plantaría neutral ante un conflicto entre Canadá, nuestro vecino democrático y segundo socio comercial, y Arabia Saudí, una monarquía y estado clientelar que trata a sus mujeres como ciudadanas de tercera clase? También es difícil de imaginar que el gobierno de Netanyahu de Israel hubiera aprobado la reciente «ley de Nación Estado», que básicamente denomina como ciudadanos de segunda clase a los residentes de Israel no judíos, si Benjamin Netanyahu no supiera que tiene el respaldo de Trump.

Todo esto no es exactamente un secreto. Mientras Estados Unidos continúa alejándose cada vez más de sus aliados democráticos de toda la vida, el embajador de Estados Unidos en Alemania hace poco dejó en claro el apoyo del gobierno de Trump a los partidos de extrema derecha de Europa.

Además de la hostilidad de Trump hacia las instituciones democráticas, tenemos un presidente multimillonario que, de una forma sin precedentes, ha integrado descaradamente sus propios intereses económicos y los de sus socios a las políticas de gobierno.

Otros estados autoritarios están mucho más adelantados en este proceso cleptocrático. 

En Rusia, es imposible saber dónde acaban las decisiones de gobierno y dónde comienzan los intereses de Vladimir Putin y su círculo de oligarcas. Ellos operan como una unidad. De igual forma, en Arabia Saudí no existe un debate sobre la separación de intereses porque los recursos naturales del país, valorados en miles de billones de dólares, le pertenecen a la familia real saudita. En Hungría, el líder autoritario de extrema derecha, Viktor Orbán, es un aliado declarado de Putin. En China, el pequeño círculo liderado por Xi Jinping ha acumulado cada vez más poder, por un lado con una política interna que ataca las libertades políticas, y por otro con una política exterior que promueve una versión autoritaria del capitalismo.

Debemos comprender que estos autoritarios son parte de un frente común. Están en contacto entre ellos, comparten estrategias y, en algunos casos de movimientos de derecha europeos y estadounidenses, incluso comparten inversores. Por ejemplo, la familia Mercer, que financia a la tristemente famosa Cambridge Analytica, ha apoyado a Trump y a Breitbart News, que opera en Europa, Estados Unidos e Israel, para avanzar con la misma agenda anti-inmigrantes y anti-musulmana. El megadonante republicano Sheldon Adelson aporta generosamente a causas de derecha tanto en Estados Unidos como en Israel, promoviendo una agenda compartida de intolerancia y conservadurismo en ambos países.

Sin embargo, la verdad es que para oponernos de forma efectiva al autoritarismo de derecha, no podemos simplemente volver al fallido status quo de las últimas décadas. 

Hoy en Estados Unidos, y en muchos otros países del mundo, las personas trabajan cada vez más horas por sueldos estancados, y les preocupa que sus hijos tengan una calidad de vida peor que la ellos.

Nuestro deber es luchar por un futuro en el que las nuevas tecnologías y la innovación trabajen para beneficiar a todo el mundo, no solo a unos pocos. No es aceptable que 1% de la población mundial posea la mitad de las riquezas del planeta, mientras 70% de la población en edad trabajadora solo tiene 2,7% de la riqueza global.

Los gobiernos del mundo deben unirse para acabar con la ridiculez de los ricos y las corporaciones multinacionales que acumulan casi 18 billones de euros en cuentas en paraísos fiscales para evitar pagar impuestos justos y luego les exigen a sus respectivos gobiernos que impongan una agenda de austeridad a las familias trabajadoras.

No es aceptable que la industria de los combustibles fósiles siga teniendo enormes ingresos mientras las emisiones de carbón destruyen el planeta en el que vivirán nuestros hijos y nietos. No es aceptable que un puñado de gigantes corporaciones de medios de comunicación multinacionales, propiedad de pequeño grupo de multimillonarios, en gran parte controle el flujo de información del planeta.

No es aceptable que las políticas comerciales que benefician a las multinacionales y perjudican a la clase trabajadora de todo el mundo sean escritas en secreto. No es aceptable que, ya lejos de la Guerra Fría, los países del mundo gasten más de un billón de euros al año en armas de destrucción masiva, mientras millones de niños mueren de enfermedades fácilmente tratables.

Para poder luchar de forma efectiva contra el ascenso de este eje autoritario internacional, necesitamos un movimiento progresista internacional que se movilice tras la visión de una prosperidad compartida, de seguridad y dignidad para todos, que combata la gran desigualdad en el mundo, no sólo económica sino de poder político.

Este movimiento debe estar dispuesto a pensar de forma creativa y audaz sobre el mundo que queremos lograr. Mientras el eje autoritario está derribando el orden global posterior a la Segunda Guerra Mundial, ya que lo ven como una limitación a su acceso al poder y a la riqueza, no es suficiente que nosotros simplemente defendamos el orden que existe actualmente.

Debemos examinar honestamente cómo ese orden ha fracasado en cumplir muchas de sus promesas y cómo los autoritarios han explotado hábilmente esos fracasos para construir más apoyo para sus intereses. Debemos aprovechar la oportunidad para reconceptualizar un orden realmente progresista basado en la solidaridad, un orden que reconozca que cada persona del planeta es parte de la humanidad, que todos queremos que nuestros hijos crezcan sanos, que tengan educación, un trabajo decente, que beban agua limpia, respiren aire limpio y vivan en paz.
Nuestro deber es acercarnos a aquellos en cada rincón del mundo que comparten estos valores y que están luchando por un mundo mejor.

En una era de rebosante riqueza y tecnología, tenemos el potencial de generar una vida decente para todos. Nuestro deber es construir una humanidad común y hacer todo lo que podamos para oponernos a las fuerzas, ya sean de gobiernos o de corporaciones, que intentan dividirnos y ponernos unos contra otros. Sabemos que estas fuerzas trabajan unidas, sin fronteras. Nosotros debemos hacer lo mismo.

La versión original de esta columna fue publicada en The Guardian. Traducido para eldiario.es por Lucía Balducci.




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Yanis Varoufakis
Abril 2019 
nuso


Tras la Gran Depresión que siguió a la debacle bursátil de 1929, casi todos reconocieron que el capitalismo era inestable, poco fiable y propenso al estancamiento. Pero en las décadas posteriores, la imagen cambió. El renacimiento del capitalismo en la posguerra, y en particular el ímpetu hacia la globalización financierizada después de la Guerra Fría, resucitaron la fe en las capacidades autorreguladoras de los mercados.

Hoy, más de diez años después de la crisis financiera global de 2008, esta fe conmovedora está otra vez hecha añicos, ahora que vuelve a afirmarse la tendencia natural del capitalismo al estancamiento. El ascenso de la derecha racista, la fragmentación del centro político y el aumento de tensiones geopolíticas son meros síntomas de la descomposición del capitalismo.

El equilibrio de una economía capitalista depende de un número mágico, que se presenta en la forma del tipo de interés real (tras descontar la inflación) predominante. Es mágico porque tiene que matar de un solo tiro dos pájaros muy diferentes, que vuelan en dos cielos muy diferentes. En primer lugar, debe equilibrar la demanda de empleo asalariado de los empleadores con la oferta de mano de obra disponible. En segundo lugar, debe equiparar ahorros e inversión. Si el tipo de interés real predominante no equilibra el mercado laboral, el resultado es desempleo, precariedad, potencial humano desaprovechado y pobreza. Si no consigue llevar la inversión al nivel de los ahorros, se produce la deflación, y esto desincentiva todavía más la inversión.

Se necesita mucho coraje para dar por sentado que este número mágico existe o que, de existir, nuestras acciones colectivas darán lugar en la práctica a un tipo de interés real cercano a esa cifra. ¿Cómo pueden los libremercadistas estar tan seguros de que existe un único tipo de interés real (digamos, 2%) que inspirará a los inversores a canalizar todo el ahorro existente hacia inversiones productivas y alentará a los empleadores a contratar a todo aquel que quiera trabajar por el salario predominante?

La fe en la capacidad del capitalismo para generar este número mágico deriva de una perogrullada. Milton Friedman decía que si una mercancía no es escasa, entonces no tiene valor, y su precio ha de ser cero. De modo que si su precio es distinto de cero, tiene que ser escasa y, por tanto, debe haber un precio al cual no queden unidades de esa mercancía sin vender. Del mismo modo, si el salario predominante no es cero, entonces todos los que quieran trabajar por ese salario hallarán empleo.

Aplicando el mismo razonamiento a los ahorros, en la medida en que el dinero pueda financiar la producción de máquinas que produzcan artículos valiosos, tiene que haber un tipo de interés suficientemente bajo al cual alguien tomará prestado en forma rentable todo el ahorro disponible para construir esas máquinas. Por definición, concluía Friedman, el tipo de interés real convergerá en forma casi automática a ese nivel mágico que elimina a la vez el desempleo y el exceso de ahorro.

Si eso fuera cierto, el capitalismo nunca se estancaría, a menos que un gobierno entrometido o un sindicato egoísta dañen su fabulosa maquinaria. Pero por supuesto, no es cierto, por tres razones. En primer lugar, el número mágico no existe. En segundo lugar, incluso si existiera, no hay un mecanismo por el cual el tipo de interés real converja hacia esa cifra. Y en tercer lugar, el capitalismo tiene una tendencia natural a permitir el fortalecimiento de un sistema gerencial cuasicartelizado que suplanta a los mercados y al que John Kenneth Galbraith denomina «tecnoestructura».

La situación actual de Europa da pruebas abundantes de la inexistencia de ese valor mágico del tipo de interés real. El sistema financiero de la Unión Europea tiene retenidos hasta tres billones de euros (3,4 billones de dólares) en ahorros que se niegan a ser invertidos productivamente, aun cuando el tipo de interés del Banco Central Europeo sobre los depósitos es –0,4%. En tanto, el superávit de cuenta corriente de la UE en 2018 llegó a la monstruosa cifra de 450 000 millones de dólares. Para que el tipo de cambio del euro se debilite lo suficiente como para eliminar el superávit de cuenta corriente y al mismo tiempo el excedente de ahorro, el tipo de interés del BCE debería caer al menos hasta –5%, un número que destruiría al instante los bancos y fondos de pensiones europeos.

Dejando a un lado la inexistencia del tipo de interés mágico, la tendencia natural del capitalismo al estancamiento también se debe a que no es verdad que los mercados de dinero tiendan al equilibrio. Los libremercadistas dan por sentado que todos los precios se ajustan mágicamente de modo de reflejar la escasez relativa de las mercancías. Pero en realidad no es así. En cuanto surgen noticias de que la Reserva Federal o el BCE están pensando cancelar una suba prevista de tasas, los inversores temen que la decisión obedezca a pronósticos pesimistas en relación con la demanda general; por consiguiente, no aumentan la inversión, sino que la reducen.

En vez de invertir, se lanzan a concretar más fusiones y adquisiciones, que fortalecen la capacidad de la tecnoestructura para fijar precios, bajar salarios y gastar dinero en la recompra de acciones propias para mejorar las bonificaciones de los ejecutivos. Eso lleva a que aumente todavía más el excedente de ahorro y a que los precios no reflejen la escasez relativa; o, para ser más precisos, la única escasez que los precios, salarios y tipos de interés terminan reflejando es la escasez de demanda agregada de bienes, mano de obra y ahorro.

Lo notable es la imperturbabilidad de los libremercadistas ante los hechos. En cuanto sus dogmas chocan con la realidad, se defienden con el epíteto «natural». En los setenta predijeron que una vez controlada la inflación, el desempleo desaparecería. Pero en los ochenta el desempleo se mantuvo pertinazmente alto a pesar de la baja inflación, así que proclamaron que el nivel de desempleo que quedara había de ser «natural».

Asimismo, los libremercadistas actuales atribuyen la falta de inflación (pese al crecimiento salarial y al bajo desempleo) a que hay una nueva normalidad, una nueva tasa de inflación «natural». Con sus anteojeras panglossianas, dan por sentado que lo que sea que observen es el resultado más natural en el más natural de todos los sistemas económicos posibles.

Pero el capitalismo tiene una única tendencia natural: al estancamiento. Y como todas las tendencias, es posible superarla por medio de estímulos. Uno es la financierización exuberante, que produce un enorme crecimiento a mediano plazo a costa de sufrimiento en el largo plazo. Otro es la inyección y administración de un tónico más sostenible por parte de un mecanismo político de reciclado de excedentes, como ocurrió con la economía de tiempos de la Segunda Guerra Mundial o su extensión de posguerra, el sistema de Bretton Woods. Pero ahora que la política está tan maltrecha como la financierización, el mundo necesita más que nunca una visión post capitalista. Tal vez la mayor contribución de la automatización que hoy se suma a la desgracia del estancamiento sea inspirar esa visión.

Traducción: Esteban Flamini
Fuente: Project Syndicate, Nueva Sociedad
El artículo fue publicado originalmente bajo el título "El estancamiento del capitalismo"



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marzo, abril 2019







Progressives clash with DCCC leader
in closed-door meeting




By LAURA BARRÓN-LÓPEZ, SARAH FERRIS and HEATHER CAYGLE
03/27/2019

A meeting between Democratic Congressional Campaign Committee chair Cheri Bustos and progressive members became heated as Bustos' liberal colleagues pressed her to reverse course on a just-announced rule barring Democratic consultants from working with primary challengers if they want to have business with the national campaign arm.

Progressives erupted this week after DCCC announced the policy change aimed at deterring primary challengers. Critics see it as an attempt to suppress groups like Justice Democrats, which helped elect Reps. Alexandria Ocasio-Cortez (N.Y.) and Ayanna Pressley (Mass.), both of whom knocked out longtime Democratic incumbents.

But Bustos made clear that she would not change the policy, which she argues is crucial to protecting Democratic incumbents after last fall’s huge gains in the House.

When a reporter asked Bustos about the meeting on Wednesday, two of her aides stepped in to block her from answering questions. 

A DCCC spokesman later said that Democratic lawmakers picked Bustos to lead the campaign operation, in part, because she vowed to protect incumbents from primary challengers. 

Bustos has no plans to reconsider the policy, though progressive leaders insist the debate isn’t over.

“I still think it’s an open conversation," "I don’t think it’s done. I left it thinking there’s more to come.” 

Many progressives in Congress will fight until this rule is changed. We stand for reform in Congress and reform of the Democratic Party machinery to make sure they prioritize our voters and the grassroots.”









[En una extensa entrevista (previa) realizada por Daniel Denvir, Alexandria Ocasio-Cortez, miembro de los Democratic Socialist of America (DSA) y sobre la que SP publicó hace unas semanas una primera nota, analiza los aspectos prácticos de su reciente victoria en las primarias del Partido Demócrata en Nueva York, por qué los Demócratas centristas son vulnerables a sus competidores de izquierdas, la privación del derecho al voto, el estatus político de Puerto Rico y mucho más.]    (EXTRACTOS: )



Comencemos con una pregunta pragmática: 
¿cómo ganaste? ¿cómo fue la operación sobre el terreno?

Al comenzar la campaña no sabía todo en lo que me estaba metiendo, pero sabía el tipo de campaña que mi oponente iba a dirigir: un DCCC [Comité de campaña democrática para el Congreso] estándar, una campaña corporativa demócrata. Usualmente esas campañas no se enfocan en el terreno. Venía a estas primarias con experiencia como organizadora. Desde el principio, siempre me concentré en organizar personas, construir una coalición y profundizar en esa coalición con otros organizadores. La campaña se centró casi exclusivamente en la organización física y el alcance digital para reforzar esa organización física.

Para casi todos los involucrados en esta campaña era su primera vez como organizadores. Establecí relaciones con otros organizadores anteriores, pero muchos de los organizadores que conocía no eran organizadores electorales. Vengo de un entorno más centrado en la educación, por lo que muchos de los activistas y organizadores que conocí eran muy cínicos con la política electoral. La mayoría de ellos deliberadamente no se involucraban en política electoral. Pasé seis meses tejiendo confianzas entre las organizaciones de base y usando parte de esa confianza y credibilidad para formar personas que normalmente no creen en la política electoral.

Llamamos a 120,000 puertas. Enviamos 170,000 mensajes de texto. Hicimos otras 120,000 llamadas telefónicas. Antes incluso de llegar a esta fase de participación, un año antes, realizamos una campaña completa para salir del registro, porque Nueva York es uno de los estados más restrictivos para votar en Estados Unidos. Si ya estás registrado para votar en Nueva York y eres un votante independiente o no, debes de cambiar el registro de tu partido con casi un año de antelación para poder votar en las primarias de año siguiente.

Esto hizo mucho daño a la campaña de Bernie.

Sí, tenemos tres millones de votantes independientes y no afiliados en el estado de Nueva York. Es el grupo de votantes más grande y están sistemáticamente privados de sus derechos.

Un año antes de las elecciones hicimos campaña para el registro en la que sacamos nuestro archivo de votantes e introdujimos a todos los votantes independientes y los no afiliados. Hace un año hicimos entre 10 y 13,000 llamadas para informar a la gente: "Oye, va a haber una candidata progresista para el congreso el próximo año. Ella no acepta dinero de las grandes corporaciones. Pero la única forma en la que podemos ganar esta elección es si gente como usted decide registrarse como Demócrata para que podamos contar con su voto el próximo año ".

Honestamente, esa fue la petición más dura de toda la campaña de hace un año. Fue la puerta más cerrada que me encontré, la mayoría de la gente me gritaba. Cogía el teléfono y la gente me maldecía. Y yo les decía: "Escucha, lo entiendo. Entiendo por qué no quieres ser Demócrata." Ni siquiera sabemos cuán efectiva fue esa campaña, porque el estado (comprensiblemente) no te da ninguna herramienta real para saber si esa persona realmente se inscribió una vez que los enviaste a esa página.

Ese esfuerzo de hace un año fuera exitoso o no, realmente nos ayudó a hacernos el callo en lo básico de una campaña electoral puerta a puerta: salir a la calle, identificar a tus seguidores. Esa fue la base de toda nuestra campaña.

Organizar una campaña electoral no es tan difícil. Claro, lleva un pequeño proceso, pero implica una hora y algo de práctica y luego solo puedes aprender mientras estás en la calle. Eso es exactamente lo que hicimos. Capacitamos a personas comunes que querían involucrarse y les enseñamos el ABC para hacerlo.

Nuestra campaña a pie de calle fue prácticamente toda nuestra campaña. No hicimos ningún anuncio de televisión. Mi oponente publicó anuncios durante todo el mes de junio. Envió de diez a quince mensajes relucientes a casi todos los demócratas registrados en el distrito. Yo los llamo el catálogo de Victoria's Secret.

Directo a la papelera de reciclaje.

Sí, son esas cuatro cosas de colores brillantes con una foto de la cara delante. Y sepultan los correos de la gente con eso. Nosotros enviamos alrededor de tres correos a unas cincuenta mil personas porque eso es lo que podíamos pagar. Así que estábamos totalmente fuera de presupuesto con los anuncios y los correos.

Pero no nos ganaron en la calle. Tuvieron una presencia en la calle muy leve. Tenían personas por ahí, pero no eran tantas. Nosotros recibimos cientos de voluntarios. Hacia el final, la gente conducía desde Massachusetts, desde Ohio para venir. Un tipo voló desde Iowa. Esa es la ventaja de un extra de entusiasmo. Es posible que los medios no prestaran atención a nuestra campaña, pero la gente común lo estaba haciendo.

Figuras del establishment han intentado minusvalorar tu victoria haciendo coincidir los datos con los números demográficos de tu distrito, lo que me pareció una forma muy oportuna de negar la magnitud de la insurgencia que hay en curso y que representa una amenaza para estas mismas personas. ¿Qué piensas de cómo el sistema contra el que competiste está interpretando y tergiversando tu victoria?

No estoy demasiado preocupada por eso. Al principio, dentro de las primeras veinticuatro cuarenta ocho horas, vi todas las explicaciones que dieron sobre mi victoria. No me molestó, porque ninguna de estas personas había analizado estas primarias ni les había prestado atención. También sabía que parte de la dinámica implicaba una especie de situación de "el rey está desnudo" tanto para el establishment político como para muchos medios convencionales, teniendo este enorme e impactante resultado político nacional, al que nadie estaba prestando atención.

Antes de la victoria no era como si no tuviera presencia en las redes sociales. Ahora las cosas son completamente diferentes, pero tenía cincuenta mil personas siguiéndome en Twitter antes de nuestra victoria: reporteros de la CNN, The New York Times, MSNBC.  La gente estaba prestando atención a esta campaña.

Mi candidatura es una candidatura de movimiento. Funciona de una manera muy inusual, porque cuando comencé esta campaña, pensé en cómo la gente podía de manera sencilla hacerla con sus propios medios. 

Todavía no puedo creer que alguien se despierte y diga: "Quiero ser congresista o senador". Organizan toda su campaña en torno a la identidad individual de esa persona. Dicen: "soy la mejor persona para este trabajo", y luego, literalmente, tratarán de organizar a miles de personas en torno al grito de "Soy increíble". Para mí, esa es demasiada presión. Y no creo que eso sea lo que a la gente le mueve. Incluso cuando analizamos cómo la gente se organizó en torno a Barack Obama, independientemente de lo cerca que se sintiera de sus políticas, no fue solo él, sino lo que representaba para mucha gente. Para mí, en ese escenario, sabía que representaba un movimiento, un movimiento que trabajaba en una dirección.

Recibí muchas presiones del establishment después de eso, pero las únicas personas que estaban molestas por ese comentario eran personas que ya trabajaban para el Partido Demócrata. Conseguí mucho respeto de los votantes por eso. Fui a “la bodega” una o dos semanas después del debate, y mi primo estaba allí con algunos amigos. Habían visto el debate y todos dijeron: "Eso fue Gánster"

Es una situación de secuestro. Porque nadie va a votar por el Partido Republicano, pero existe un gran escrutinio sobre quién es el candidato demócrata en todas las situaciones en las que los Neoyorquinos tienen que votar para que algún Demócrata esté en la papeleta en noviembre. Especialmente porque nuestro sistema de primarias está tan desgastado que es deliberadamente poco transparente. La gente no quiere que se preste atención a las primarias demócratas. Las primarias demócratas son las elecciones, especialmente en la ciudad de Nueva York.

De todos modos, creo que estaba haciendo lo que el movimiento me pidió en ese momento

Ellos probaron su estrategia. Fue un fracaso.

Ese es el tema que saqué: "¿vamos a elegir continuar este camino que ha demostrado perder literalmente todo?"

Creo que la gente empieza a exigir que el establishment cambie de rumbo, cuando en realidad lo que necesitamos es reemplazar al establishment y ser nosotros mismos quienes cambiemos las cosas.

Mi oponente, el 99 por ciento de su financiación vino de corporaciones, lobistas y grandes donantes. Menos del 1 por ciento provino de pequeñas donaciones. Yo tuve lo contrario. 

Si la presidencia de Trump no ha sacudido a una persona para cambiar su enfoque fundamental, entonces no va a cambiar. Creo que algunas personas lo han hecho. No estoy diciendo que haya que "quemarlo todo", pero creo que hay gente que legítimamente está cambiando de opinión.

No me voy a estancar en las luchas internas demócratas, no porque quiera hacerle un favor al establishment, sino porque tenemos un movimiento por construir. Me estoy enfocando en lo que estamos tratando de conseguir.

Mucha gente espera que su victoria inspire y refuerce esta nueva ola de candidatos socialistas y de izquierdas. ¿Hacia dónde ves que va el movimiento con esto? 

Hay una gran oportunidad para construir una fuerza propia, y esto se puede empezar desde cualquier sitio. 

Mucha gente que está descontenta y es cínica cree que la organización electoral no vale la pena. Espero que esa gente sepa que yo los entiendo. Entiendo el cinismo. Pero le pido a esa gente que lo reconsidere, porque en realidad no es ese monstruo invencible que a la gente le gusta fingir que es. El dinero en la política ha sido tan influyente también porque hay mucha pereza en los territorios. Muchas de estas maquinarias políticas "inexpugnables" son cascaras: no tienen una gran participación. Están decrépitos.

Muchos de estos partidos demócratas – especialmente los demócratas del Estado- van dormidos al volante. Se han asumido como esas pequeñas unidades de lavado de dinero con forma legal. Se han usado para eso. Ese era claramente el caso de mi junta electoral. El Partido Demócrata del Condado de Queens se veía como muy poderoso, pero la razón por la que era visto como poderoso es porque los lobistas lo usaban para lavar dinero para campañas electorales locales.

Pero no tenían cuerpos. Si eres una persona que puede movilizar cuerpos, puedes hacer un cambio.

Creo que esa es la verdadera lección de la campaña de 2016. La verdadera historia es que Bernie -que al principio creo que ni siquiera estaba compitiendo para ganar- capturó al sistema sin darse cuenta, expuso al Rey desnudo y casi noqueó a su coronado portaestandarte de la nada. Porque en realidad no son tan poderosos como nos gusta pensar que son.

Sí, y la mayoría de los poderosos operan con esa ilusión. El noventa por ciento de esta campaña se organizó en salones de casas, literalmente.  Eso es lo que fue mi campaña. Esos pequeños grupos de cinco, diez personas - eventualmente se convirtieron en el pequeño ejército de organizadores del núcleo duro de nuestra campaña. 

La historia que siempre contaba en estas pequeñas salas de estar era la historia de El mago de Oz. Construíamos nuestro pequeño grupo variopinto, y caminábamos por este camino de ladrillos amarillos hasta llegar a la Ciudad Esmeralda. Derribábamos la puerta y entrábamos, y ahí estaba ese gran gigante intimidante, que en realidad era solo un tipo detrás de la cortina. Una vez que la verdad queda expuesta, la gente se da cuenta de que solo es este tipo pequeño detrás de una pequeña cortina.



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