2011 löwy: ecosocialismo









Crecimiento exponencial de la polución del aire en las grandes ciudades, del agua potable y del medio ambiente en general; calentamiento del planeta, comienzo del derretimiento de los dos casquetes polares (Groenlandia y Antártida), multiplicación de los cataclismos “naturales”; comienzo de la destrucción de la capa de ozono; destrucción, a una velocidad creciente, de los bosques tropicales y reducción rápida de la biodiversidad por la extinción de millares de especies; agotamiento de los suelos, desertifIcación; acumulación de residuos, principalmente nucleares, imposibles de manejar, ya sea en los continentes o en los océanos; multiplicación de los accidentes nucleares y amenaza de un nuevo Chernóbil; polución de los alimentos por los pesticidas y otras sustancias tóxicas o por manipulaciones genéticas, “vaca loca” y otras carnes con hormonas…

Todas las alarmas están en rojo: es evidente que la carrera loca hacia la ganancia, la lógica productivista y mercantil de la civilización capitalista/ industrial nos conducen a un desastre ecológico de proporciones incalculables.

No es ceder al “catastrofismo” constatar que la dinámica de “crecimiento” infInito inducida por la expansión capitalista amenaza con aniquilar los fundamentos naturales de la vida humana sobre el planeta.




El socialismo y la ecología –o, al menos, algunas de sus corrientes– tienen objetivos comunes, que implican un cuestionamiento de la autonomización de la economía, del reino de la cuantifcación, de la producción como objetivo en sí, de la dictadura del dinero, de la reducción del universo social al cálculo de los márgenes de rentabilidad y a las necesidades de la acumulación del capital.

Ambos, socialismo y ecología, invocan valores cualitativos : el valor de uso, la satisfacción de las necesidades, la igualdad social para unos; la protección de la naturaleza, el equilibrio ecológico para los otros.

Ambos conciben la economía como “encastrada” en el medio ambiente: social para unos; natural para otros.

La cuestión ecológica es, desde mi punto de vista, el gran desafío para una renovación del pensamiento marxista en los umbrales del siglo XXI. Exige de los marxistas una profunda revisión crítica de su concepción tradicional de las “fuerzas productivas”, así como una ruptura radical con la ideología del progreso lineal y con el paradigma tecnológico y económico de la civilización industrial moderna.

El flósofo alemán Walter Benjamin fue uno de los primeros marxistas del siglo XX que se planteó este tipo de cuestiones : en 1928, en su libro Dirección única, denunciaba la idea de dominación de la naturaleza como una “enseñanza imperialista” y proponía una nueva concepción de la técnica: no más control de la naturaleza por el hombre, sino “control de la relación entre la naturaleza y la humanidad”.

Algunos años más tarde, en las Tesis sobre el concepto de historia (Über den Begrif der Geschichte, 1940), enriquece el materialismo histórico con las ideas de Charles Fourier : ese visionario utópico había soñado “con un trabajo que, muy lejos de explotar la naturaleza, [esté] en condiciones de hacer nacer de ella las creaciones que dormitan en su seno” (Benjamin, 1978: 243; 1971: 190)  3


Sobre este tema, véase la excelente obra de Kovel (2002).
ECOSOCIALISMO. LA ALTERNATIVA RADICAL / TERRITORIOS EN DISPUTA

Todavía hoy,
el marxismo está lejos de haber subsanado su retraso
en este campo.

Sin embargo, algunas refexiones que se desarrollan desde ahora empiezan a ocuparse de esta tarea.

Un camino fecundo ha sido abierto por el ecologista y “marxista-polanyista” norteamericano James O’Connor : es necesario agregar, a la primera contradicción del capitalismo, examinada por Marx, que se da entre fuerzas y relaciones de producción, una segunda, entre las fuerzas productivas y las condiciones de producción –los trabajadores, el espacio urbano y la naturaleza, desarrolla O’Connor.

Por su dinámica expansionista, el capital pone en peligro o destruye sus propias condiciones, empezando por el medio natural. Una posibilidad que Marx no había tomado en cuenta sufcientemente (O’Connor, 1992: 30 y 36).

Otro abordaje interesante es el que sugiere un “ecomarxista” italiano en uno de sus textos recientes: La fórmula según la cual se produce una transformación de las fuerzas potencialmente productivas en fuerzas efectivamente destructivas, sobre todo en relación con el medio ambiente, nos parece más apropiada y más signifcativa que el muy conocido esquema de la contradicción entre fuerzas productivas (dinámicas) y relaciones de producción (que las encadenan). Por lo demás, esta fórmula permite dar un fundamento crítico y no apologético al desarrollo económico, tecnológico y científco y, por lo tanto, elaborar un concepto de progreso ‘diferenciado’ (Bagarolo, 1992: 25).

Sea o no marxista, el movimiento obrero tradicional en Europa –sindicatos, partidos socialdemócratas y comunistas– sigue aún profundamente marcado por la ideología del progreso y por el productivismo: en varias ocasiones llegó a defender, sin plantearse demasiadas preguntas, la energía nuclear o la industria automotriz.

Es verdad, hay un comienzo de sensibilización en relación con el ecologismo; estas ideas se expandieron principalmente en los sindicatos y los partidos de izquierda de los países nórdicos, en España, en Alemania, etcétera. 3

También se puede mencionar al teórico socialista austríaco Julius Dickmann, autor de un ensayo pionero publicado en 1933 en la revista francesa La Critique sociale: según él, el socialismo no sería el resultado de un “desarrollo impetuoso de las fuerzas productivas”, sino más bien una necesidad impuesta por la “constricción de la reserva de los recursos naturales” dilapidados por el capital.

El desarrollo “irrefexivo” de las fuerzas productivas por parte del capitalismo mina las propias condiciones de existencia del género humano (Dickmann, 1933). 4

Los callejones sin salida del ecologismo

La gran contribución de la ecología fue –y aún es– hacernos tomar conciencia de los peligros que amenazan al planeta, que son la consecuencia del actual modo de producción y de consumo. El aumento exponencial de las agresiones contra el medio ambiente y la amenaza creciente de una ruptura del equilibrio ecológico determinan un escenario-catástrofe que pone en cuestión la supervivencia de la especie humana en la Tierra.

Estamos enfrentados a una crisis de civilización que exige cambios radicales.

Desafortunadamente, las proposiciones sostenidas por las corrientes dominantes de la ecología política europea hasta ahora han sido muy insuficientes o conducen a callejones sin salida. Su principal debilidad reside en ignorar la conexión necesaria entre el productivismo y el capitalismo.

La negación de ese vínculo consustancial conduce a la ilusión de un “capitalismo limpio”; o bien a la idea de que es posible y deseable reformar el capitalismo con el fin de controlar sus “excesos” (por ejemplo, podría ser corregido por los ecoimpuestos).

Y las corrientes mayoritarias de la ecología política consideran similares las economías burocráticas de coacción y las economías del productivismo occidental : rechazan juntos el capitalismo y el “socialismo”, a los que consideran variantes del mismo modelo. Ahora bien, este argumento perdió mucho de su interés desde el derrumbe del pretendido “socialismo real”.

Los ecologistas se equivocan si piensan que pueden pasar por alto la crítica marxiana del capitalismo.

Una ecología que no se da cuenta de la relación entre “productivismo” y lógica de la ganancia está condenada al fracaso... –o, peor, a la recuperación por el sistema.

Los ejemplos no faltan… La ausencia de una posición anticapitalista coherente condujo a la mayoría de los partidos verdes europeos –en Francia, Alemania, Italia y, principalmente, en Bélgica– a convertirse en simples compañeros “ecorreformistas” de la gestión social liberal del capitalismo por parte de los gobiernos de centroizquierda.

Al considerar a los trabajadores como irremediablemente destinados al productivismo, algunos ecologistas no toman en consideración al movimiento obrero, y sobre su bandera se inscribe: “Ni izquierda ni derecha”. Ex marxistas conversos a la ecología declaran precipitadamente el “adiós a la clase obrera” (André Gorz), mientras que otros (Alain Lipietz) insisten para que sus seguidores abandonen el “rojo” –es decir, el marxismo o el socialismo– y adhieran absolutamente al “verde”, nuevo paradigma que aportaría una respuesta a todos los problemas económicos y sociales.

¿Qué es, entonces, el ecosocialismo? Se trata de una corriente de pensamiento y de acción ecológica que hace propios los conocimientos fundamentales del marxismo al tiempo que se libera de sus escorias productivistas.
Para los ecosocialistas, la lógica del mercado y de la ganancia –al igual que la del autoritarismo burocrático del extinto “socialismo real”– es incompatible con las exigencias de protección del medio ambiente natural.

Al tiempo que critican la ideología de las corrientes dominantes del movimiento obrero, los ecosocialistas saben que los trabajadores y sus organizaciones son una fuerza esencial para cualquier transformación radical del sistema y para el establecimiento de una nueva sociedad, socialista y ecológica.

El ecosocialismo se desarrolló, sobre todo, en el curso de los últimos treinta años, gracias a los trabajos de pensadores de la dimensión de Manuel Sacristán, Raymond Williams, Rudolf Bahro (en sus primeros escritos) y André Gorz (Idem), así como gracias a las valiosas contribuciones de James O’Connor, Barry Commoner, John Bellamy Foster, Joel Kovel (Estados Unidos), Joan Matínez-Alier, Francisco Fernández Buey, Jorge Riechman (España), Jean-Paul Deléage, Jean-Marie Harribey (Francia), Elmart Altvater, Frieder Otto Wolf (Alemania) y muchos otros, que se expresan en una red de revistas como Capitalism, Nature and Socialism, Ecología Política, etcétera.

Esta corriente está lejos de ser políticamente homogénea, pero la mayoría de sus representantes comparten ciertos ideales comunes : todos rompen con la ideología productivista del progreso –en su forma capitalista y/o burocrática– y se oponen a la expansión infinita de un modo de producción y de consumo destructor de la naturaleza. Manifiesta un intento original de articular las ideas fundamentales del socialismo marxista con los conocimientos de la crítica ecológica.

James O’Connor define como ecosocialistas las teorías y los movimientos que aspiran a subordinar el valor de cambio al valor de uso, organizando la producción en función de las necesidades sociales y de las exigencias de la protección del medio ambiente. Su objetivo común, un socialismo ecológico, se traduciría en una sociedad ecológicamente racional fundada sobre el control democrático, la igualdad social y la predominancia del valor de uso (O’Connor, 1998).

Yo agregaría que esta sociedad supone la propiedad colectiva de los medios de producción, una planifcación democrática que permita a la sociedad defnir los objetivos de la producción y las inversiones, y una nueva estructura tecnológica de las fuerzas productivas. Dicho de otra manera, una transformación revolucionaria en el nivel social y económico.4

El razonamiento ecosocialista se apoya en dos argumentos esenciales : En primer lugar, el modo de producción y de consumo actual de los países avanzados, fundado en una lógica de acumulación ilimitada (del capital, de las ganancias, de las mercancías), de despilfarro de los recursos naturales, de consumo ostentoso y de destrucción acelerada del medio ambiente, de ninguna manera puede ser extendido al conjunto del planeta, bajo pena de crisis ecológica máxima.

De acuerdo con cálculos ya viejos, si se generalizara al conjunto de la población mundial el consumo medio de energía de Estados Unidos, las reservas conocidas de petróleo serían agotadas en diecinueve días (Mies, 1992: 73).

Este sistema está basado necesariamente, entonces, en la conservación y el agravamiento de desigualdades fagrantes, empezando por la que se da entre el Norte y el Sur.

En segundo lugar, en cualquiera de los dos casos, la continuación del “progreso” capitalista y la expansión de la civilización fundada en la economía de mercado –incluso bajo esta forma brutalmente desigual– amenazan directamente, a mediano plazo (cualquier previsión sería azarosa), la propia supervivencia de la especie humana.

La protección del medio ambiente natural es, en consecuencia,  un imperativo para el hombre.


La racionalidad limitada del mercado capitalista, con su cálculo inmediatista de las pérdidas y de las ganancias, es intrínsecamente contradictoria con una racionalidad ecológica, que toma en cuenta la temporalidad larga de los ciclos naturales.



No se trata de oponer los “malos” capitalistas ecocidas a los “buenos” capitalistas verdes: es el sistema mismo, basado en la implacable competencia, las exigencias de rentabilidad, la carrera hacia la ganancia rápida, el que destruye los equilibrios naturales.


John Bellamy Foster emplea el concepto de “revolución económica”, pero explica: “Una revolución ecológica a escala planetaria digna de ese nombre sólo puede tener lugar en el marco de una revolución social –y reitero, socialista– más amplia.

"Una revolución de estas características […] necesitaría, como lo subrayaba Marx, que la asociación de los productores pueda regular racionalmente la relación metabólica entre el hombre y la naturaleza […] Debe inspirarse en las ideas de William Morris, uno de los más originales ecologistas herederos de Karl Marx, de Gandhi y de otras figuras radicales, revolucionarias y materialistas, entre las que está el propio Marx, hasta llegar a Epicuro" (Foster, 2005: 9-10).

Contra el fetichismo de la mercancía y la autonomización de la economía por parte del neoliberalismo, la apuesta de la que depende el porvenir es la aplicación de una “economía moral”, en el sentido que daba el historiador británico Edgard P. Tompson a ese término, es decir, una política económica basada sobre criterios no monetarios y extraeconómicos : en otros términos, la “reintricación” de la economía en lo ecológico, lo social y lo político.5 Las reformas parciales son totalmente insufcientes : hay que remplazar la microrracionalidad de la ganancia por la macrorracionalidad social y ecológica, lo cual exige un verdadero cambio de civilización. 6

Esto es imposible sin una profunda reorientación tecnológica, que apunte al remplazo de las fuentes actuales de energía por otras no contaminantes y renovables, como la energía eólica o solar. 7

La primera cuestión que se plantea es, en consecuencia, la del control de los medios de producción y, sobre todo, de las decisiones de inversión y de la mutación tecnológica :
en estos ámbitos, el poder de decisión debe ser quitado a los bancos y a las empresas capitalistas para ser restituido a la sociedad, que es la única que puede tomar en cuenta el interés general.

Sin duda, el cambio radical concierne no sólo a la producción,  sino también al consumo.

No obstante, el problema de la civilización burgués-industrial no es –contrariamente a lo que a menudo pretenden los ecologistas– el “consumo excesivo” de la población, y la solución no es una “limitación” general del consumo, principalmente en los países capitalistas avanzados.

Es el tipo de consumo actual, basado en la ostentación, el despilfarro, la alienación mercantil, la obsesión acumuladora lo que debe ser cuestionado.

Una reorganización de conjunto del modo de producción y de consumo es necesaria, de acuerdo con criterios exteriores al mercado capitalista : las necesidades reales de la población (“solventes” o no) y la protección del medio ambiente.

En otros términos, una economía de transición al socialismo, “reencastrada” (como diría Karl Polanyi) en el medio ambiente social y natural, en la medida en que derive de la elección democrática, efectuada por la propia población, de las prioridades y de las inversiones –y no por las “leyes del mercado” o por un Politburó omnisciente.

En otros términos, una planifcación democrática local, nacional y, tarde o temprano, internacional que defina: 1. qué productos deberán ser ( Véase 5 Bensaïd (1995: 385-386, 396) y Riechman (1991: 15). 6

Sobre esta cuestión, véase el notable ensayo de Jorge Riechman, “El socialismo puede llegar solo en bicicleta” (1996). 7

Algunos marxistas ya sueñan con un “comunismo solar”: véase Schwartzman (1996).

Subvencionados o, incluso, distribuidos gratuitamente;
2. qué opciones energéticas deberán ser continuadas, aun si no son, en un primer tiempo, las más “rentables”;
3. cómo reorganizar el sistema de transportes, en función de los criterios sociales y ecológicos;
4. qué medidas tomar para reparar, lo más rápidamente posible, los gigantescos estragos ambientales dejados “como herencia” del capitalismo.

Y así lo demás... Esta transición no sólo conducirá a un nuevo modo de producción y a una sociedad igualitaria y democrática, sino también a un modo de vida alternativo, a una civilización nueva, ecosocialista, más allá del reino del dinero, de los hábitos de consumo artifcialmente inducidos por la publicidad y por la producción al infinito de mercancías perjudiciales para el medio ambiente (¡el automóvil individual!) ¿Utopía? En el sentido etimológico (“no lugar”) sin duda.

Pero si no se cree, junto con Hegel, que “todo lo que es real es racional, y todo lo que es racional es real”, ¿cómo pensar una racionalidad sustancial sin invocar utopías?

La utopía es indispensable para el cambio social : extrae su fuerza de las contradicciones de la realidad y de los movimientos sociales reales.

Es el caso del ecosocialismo, que propone una estrategia de alianza entre los “rojos” y los “verdes”, no en el sentido político estrecho de los partidos socialdemócratas y de los partidos verdes, sino en un sentido amplio, es decir, entre el movimiento obrero y el movimiento ecologista –y la solidaridad con los/las oprimidos/as y explotados/as del Sur.

Esta alianza presupone que la ecología renuncia a la idea de un naturalismo antihumanista, seductora para algunos, y abandona su pretensión de sustituir a la crítica de la economía política.



Esta convergencia también implica que el marxismo se libera del productivismo, al remplazar el esquema mecanicista de la oposición entre el desarrollo de las fuerzas productivas y las relaciones de producción que lo traban por la mucho más fecunda idea de que las fuerzas potencialmente productivas son efectivamente fuerzas destructivas (Bensaïd, 1995: 391, 396).

¿Desarrollo de las fuerzas productivas o subversión del aparato de producción? Cierto marxismo clásico, apoyándose en algunos pasajes de Marx y de Engels, parte de la contradicción entre fuerzas y relaciones de producción para defnir la revolución social como la supresión de las relaciones de producción capitalistas, convertidas en un obstáculo para el libre desarrollo de las fuerzas productivas.

Esta concepción parece considerar el aparato productivo como “neutro”; y, una vez liberado de las relaciones de producción impuestas por el capitalismo, podría tener un desarrollo ilimitado.

El error de esta concepción no necesita ser probado. Es necesario rechazar esta perspectiva. Desde un punto de vista ecosocialista, se puede refutar esta concepción inspirándose en los comentarios de Marx sobre la Comuna de París: los trabajadores no pueden apoderarse del aparato de Estado capitalista y hacerlo funcionar a su servicio. Deben “destrozarlo” y remplazarlo por otro, de naturaleza totalmente distinta, una forma no estatal y democrática de poder político, escribe en La guerra civil en Francia (1871).

El mismo análisis sirve, mutatis mutandis, para el aparato productivo : por su naturaleza y estructura, no es neutro : está al servicio de la acumulación del capital y de la expansión ilimitada del mercado. Está en contradicción con las exigencias de salvaguardia del medio ambiente y de salud de la fuerza de trabajo.

Es necesario, entonces, “revolucionarlo” transformando radicalmente su naturaleza. Esto puede significar, para algunas ramas de la producción –por ejemplo, algunas técnicas de pesca intensiva e industrial (responsables de la casi extinción de numerosas especies marinas), la tala total en las selvas tropicales, las centrales nucleares, etc., la lista es muy larga– “destruirla”.
Es el conjunto del modo de producción y de consumo, construido enteramente alrededor de un consumo energético siempre creciente, del automóvil individual y de muchos otros productos domésticos energívoros, lo que debe ser transformado, con la supresión de las relaciones de producción capitalista y el comienzo de una transición al socialismo.

Va de suyo que cada transformación del sistema productivo o de los transportes –remplazo progresivo de la ruta por el tren, por ejemplo– debe hacerse con la garantía del pleno empleo de la fuerza de trabajo.

¿Cuál será el futuro de las fuerzas productivas en esta transición hacia el socialismo –un proceso histórico que no se cuenta ni en meses ni en años?

Dos escuelas se enfrentan en el seno de lo que podríamos llamar la izquierda ecológica. La escuela optimista, de acuerdo con la cual, gracias al progreso tecnológico y a las energías suaves, el desarrollo de las fuerzas productivas socialistas podría satisfacer “a cada uno de acuerdo con sus necesidades” (retomando el esquema de la expansión ilimitada), no integra los límites naturales del planeta, y termina reproduciendo, bajo el rótulo de “desarrollo durable”, el viejo modelo socialista.

La escuela pesimista, que parte de esos límites naturales y considera que es necesario limitar, de manera draconiana, el crecimiento demográfico y el nivel de vida de las poblaciones, abriga, a veces, el sueño de una “dictadura ecológica ilustrada”: como sería necesario reducir la mitad del consumo de energía, al precio de una renuncia a nuestro modo de vida (casa individual, calefacción muy confortable, etc.), estas medidas, que serían muy impopulares, sólo podrían ser impuestas sin el consentimiento de la sociedad.

Me parece que estas dos escuelas comparten una concepción puramente cuantitativa del desarrollo de las fuerzas productivas. Hay una tercera posición, que me parece más apropiada, cuya hipótesis principal es el cambio cualitativo del desarrollo : poner fin al monstruoso despilfarro de los recursos por parte del capitalismo,
fundado en la producción a gran escala de productos inútiles o perjudiciales, para orientar la producción hacia la satisfacción de las necesidades auténticas, empezando por aquellas que uno puede designar como “bíblicas”: el agua, el alimento, la ropa, la vivienda.

¿Cómo distinguir las necesidades auténticas de las que son artificiales y falsas? Estas últimas son inducidas por el sistema de manipulación mental que se denomina “publicidad”. Pieza indispensable para el funcionamiento del mercado capitalista, la publicidad está destinada a desaparecer en una sociedad de transición hacia el socialismo, para ser remplazada por la información, provista por las asociaciones de consumo.

El criterio para distinguir una necesidad auténtica de una necesidad artifcial es su persistencia luego de la supresión de la publicidad... El automóvil individual responde a una necesidad real, pero, en un proyecto ecosocialista fundado en la abundancia de los transportes públicos gratuitos, aquél tendrá un rol mucho más reducido que en la sociedad burguesa, en la que se convirtió en un fetiche mercantil, en un signo de prestigio y el centro de la vida social, cultural, deportiva y erótica de los individuos.

Sin duda, responderán los pesimistas, pero los individuos son impulsados por deseos y aspiraciones infnitas, que es necesario controlar y reprimir.

Ahora bien, el ecosocialismo está fundado en una apuesta, que ya era la de Marx: la predominancia, en una sociedad sin clases, del “ser” por sobre el “tener”, es decir, la realización personal de las actividades culturales, políticas, lúdicas, eróticas, deportivas, artísticas, políticas, antes que la acumulación de bienes y de productos. Esto no quiere decir que no habrá conficto entre las exigencias de protección del medio ambiente y las necesidades sociales, entre los imperativos ecológicos y las necesidades del desarrollo, principalmente en los países pobres.

La democracia socialista, liberada de los imperativos del capital y del mercado, tiene que resolver esas contradicciones.

Convergencias en la lucha
La utopía revolucionaria de un socialismo verde o de un “comunismo solar” no signifca que no se deba actuar desde ahora.

No tener esperanzas en la posibilidad de ecologizar el capitalismo no quiere decir que se renuncie a comprometerse en la lucha por reformas inmediatas.

Por ejemplo, algunas formas de ecoimpuestos pueden ser útiles, con la condición de que sean fijadas por una lógica social igualitaria (hacer que paguen los que contaminan y no los consumidores), y que uno se libere del mito de que sería posible calcular, de acuerdo con el precio del mercado, el costo de los daños (externalidades) ecológicos: son variables inconmensurables desde el punto de vista monetario.

Tenemos necesidad de ganar tiempo desesperadamente, de luchar inmediatamente por la prohibición de los gases fuorados cfc, que destruyen la capa de ozono, por una suspensión de los organismos genéticamente modifcados (ogm), por limitaciones severas de las emisiones de gas con efecto invernadero, por privilegiar los transportes públicos (Riechmann, 1995: 82-85) al automóvil individual contaminante y antisocial.

La trampa que nos amenaza en ese campo es ver que nuestras reivindicaciones son tomadas formalmente en cuenta, pero vaciadas de su contenido.

Un caso ejemplar de ese desvío lo dio el protocolo de Kyoto sobre el cambio climático, que preveía una reducción mínima de 5% de las emisiones de gas con efecto invernadero en relación con 1990 para el periodo de compromiso 2008-2012 –en efecto, demasiado poco para resultados verdaderamente concluyentes en el fenómeno de calentamiento climático del planeta.

Estados Unidos, principal potencia responsable de las emisiones de gas, antes de ser superada en 2009 por China, se niega siempre obstinadamente a ratificar el protocolo; en cuanto a Europa, Japón y Canadá, sin duda lo ratifcaron, pero combinándolo con cláusulas, entre las que se encuentra el célebre mercado de derechos de emisión, o el reconocimiento de los pretendidos bonos de carbono, disposiciones que reducen enormemente el alcance, ya limitado, del protocolo.

Antes que los intereses a largo plazo de la humanidad primaron aquellos, limitados, de las multinacionales del petróleo y del complejo industrial automotriz.8

La lucha por las reformas ecosociales será portadora de una dinámica de cambio, de transición entre las demandas mínimas y el programa máximo, a condición de que uno se sustraiga a las presiones de intereses dominantes, que avanzan invocando las “leyes del mercado”, la “competitividad” o la “modernización”. 8 (Véase el iluminador análisis de John Bellamy Foster, “Ecology against Capitalism” (2001: 12-14)

Ya se manifesta una necesidad de convergencia y de articulación coherente de los movimientos sociales y de los movimientos ecologistas, de los sindicatos y de los defensores del medio ambiente, de los “rojos” y de los “verdes”: empezando por la lucha contra el sistema de la deuda y las políticas de ajustes ultraliberales impuestas por el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y la Unión Europea, hasta las consecuencias sociales y ecológicas dramáticas : desocupación masiva, destrucción de los servicios públicos, de las protecciones sociales y de las culturas cuyos productos están destinados a la alimentación, agotamiento de los recursos naturales para favorecer la exportación; y la necesidad de producir localmente bienes poco contaminantes, con normas controladas, y de asegurar la soberanía alimentaria de las poblaciones, en contra de la avidez de las grandes empresas capitalistas.9

La lucha por una nueva civilización, a la vez más humana y más respetuosa de la naturaleza, pasará por una movilización del conjunto de los movimientos sociales emancipatorios, que es necesario asociar. 

Como muy bien lo dice Jorge Riechmann, […] este proyecto no puede renunciar a ninguno de los colores del arcoíris: ni el rojo del movimiento obrero anticapitalista e igualitario, ni el violeta de las luchas por la liberación de la mujer, ni el blanco de los movimientos no violentos por la paz, ni el negro del antiautoritarismo de los libertarios y de los anarquistas y, aún menos, del verde de la lucha por una humanidad justa y libre sobre un planeta habitable (Riechmann, 1996).

Emergencia de la cuestión ecosocial en el Sur

La ecología social se convirtió en una fuerza social y política presente en la mayoría de los países europeos, pero también, en cierta medida, en Estados Unidos. No obstante, nada sería más fácil que considerar que las cuestiones ecológicas sólo conciernen a los países del Norte, que sería un lujo más de las sociedades ricas.

En los países del capitalismo periférico (“Sur”) emergen movimientos sociales de dimensión ecológica que reaccionan a un agravamiento creciente de los problemas ecológicos sobre su continente, en Asia, en África o en América Latina: muy a menudo se trata de consecuencias de una política deliberada de exportación de las producciones contaminantes o de los residuos de los países imperialistas del Norte.

Esta política, además, se combina con un discurso económico que la legitima como insuperable : desde el punto de vista de la lógica del mercado, formulada por el propio Lawrence Summers, eminente experto, ex jefe económico del Banco Mundial y ex Secretario del Tesoro norteamericano, ¡los pobres cuestan menos! Lo que dice, en sus propios términos, da : El cálculo del costo de la contaminación perjudicial para la salud depende de la pérdida de rendimiento debida a la morbilidad y a la mortalidad incrementadas. Desde este punto de vista, una cantidad dada de contaminación perjudicial para la salud debería ser realizada en los países con los costos más bajos, es decir, los países con los salarios más bajos (The Economist, 1992).

Una formulación cínica que traduce sin falsos pretextos la lógica del capital globalizado. Por lo menos, su expresión tiene el mérito de la franqueza en relación con todos los discursos lenitivos de las instituciones fnancieras internacionales que no dejan de invocar el “desarrollo”.

En los países del Sur se formaron movimientos que el economista barcelonés Joan Martínez-Alier denomina la “ecología del pobre” , Éste designa así a las movilizaciones populares en defensa de la agricultura campesina y el acceso comunitario a los recursos naturales, amenazados de destrucción por la expansión agresiva del mercado (o del Estado), así como a las luchas contra la degradación del medio ambiente inmediato provocada por el intercambio desigual, la industrialización dependiente, las manipulaciones genéticas y el desarrollo del capitalismo en el campo :  los “agronegocios”.

A menudo, estos movimientos no se definen ecologistas, pero su lucha no deja de tener una dimensión ecológica determinante (Martínez-Alier, 1995).

Va de suyo que no se oponen a las mejoras aportadas por el progreso tecnológico : por el contrario, la demanda de electricidad, de agua corriente, las necesidades de canalización y de desagües, la implantación de dispensarios médicos figuran en un buen lugar en las plataformas de sus reivindicaciones. Lo que rechazan es la contaminación y la destrucción de su medio natural en nombre de las leyes del mercado y de los imperativos de la expansión capitalista.

Un texto del dirigente campesino peruano Hugo Blanco expresa notablemente el sentido de esta ecología de los pobres : A primera vista los ecologistas o conservacionistas son unos tipos un poco locos que luchan porque los ositos panda o las ballenas azules no desaparezcan. Por muy simpáticos que le parezcan a la gente común, otros consideran que hay cosas más importantes por las cuales preocuparse, por ejemplo, cómo conseguir el pan de cada día. […]

¿No son acaso ecologistas los pueblos de Ilo en Perú y de otros valles que están siendo afectados por la Southern Cooper o en Sonora por Grupo México ?

Son completamente ecologistas las poblaciones que habitan la selva amazónica y que mueren defendiéndola contra sus depredadores. Es ecologista la población de Lima que protesta por estar obligada a bañarse en las playas contaminadas. 

A comienzos del siglo XXI, la ecología social se convirtió en una de las formaciones más importantes del vasto movimiento contra la globalización capitalista neoliberal que se expandió tanto al norte como al sur del planeta.

La presencia masiva de los ecologistas fue una de las características impresionantes de la gran manifestación de Seattle contra la Organización Mundial del Comercio en 1999, que lanzó el movimiento internacional de oposición.

Durante el primer Foro Social Mundial de Porto Alegre, en 2001, uno de los actos simbólicos fuertes fue la operación de arranque de una plantación de maíz transgénico de la multinacional Monsanto, conducida por militantes del Movimiento de los Campesinos Sin Tierra brasileño (mst) y por la Confederación campesina francesa de José Bové.

La lucha contra la multiplicación descontrolada de los ogm moviliza en Brasil, en India, en Francia y en otros países, no sólo al movimiento ecológico, sino también al movimiento campesino y a una parte de la izquierda, con la simpatía de la opinión pública, inquieta por las consecuencias imprevisibles de las manipulaciones transgénicas sobre la salud pública y el medio ambiente natural.

La lucha contra la mercantilización del mundo y defensa del medio ambiente, resistencia a la dictadura de las multinacionales y combate por la ecología están íntimamente relacionados en la refexión y en la práctica del movimiento mundial contra la mundialización capitalista / liberal.


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* El presente artículo forma parte de la obra Ecosocialismo. La alternativa radical a la catástrofe ecológica capitalista, publicada por Ediciones Herramienta y Editorial El Colectivo (Buenos Aires, Argentina) en 2011. Bajo Tierra Ediciones y jóvenes en resistencia alternativa agradecen a Michel Löwy, a Ediciones Herramienta y a Editorial El Colectivo la cesión de este artículo para su integración a este volumen.

Importante intelectual y activista del ecosocialismo. Nació en Brasil en 1938, hijo de inmigrantes judíos vieneses. Se graduó en Ciencias Sociales en la Universidad de San Paulo en 1960 y se doctoró en la Sorbona en 1964.

Es director de investigación emérito en el Centre National de la Recherche Scientifque (Centro Nacional de Investigación Científca); fue profesor en la École des Hautes Études en Sciences Sociales (Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales)
Sus obras han sido publicadas en 24 idiomas.

Entre sus libros encuentran Walter Benjamin: aviso de incendio (2001); Kafa, soñador insumiso (2004); Sociologías y religión. Aproximaciones insólitas (2009); Ediciones Herramienta y El Colectivo publicaron, en 2010, su libro La teoría de la revolución en el joven Marx.











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