1
1926
liga nacional defensora de la libertad religiosa
(abajo la educación xesual)
boycot
ley Calles
¿cómo se tomó la decisión de suspender el culto
en México? jean meyer
2
1926 -1929
guerra cristera
los dorados
3
1928
asesinato de obregón
4
1933 – 1945
5
1937....
taller de gráfica popular / gráfica antifascista
6
sinarquismo
sinarquismo vs sindicatos salvador
garcía
7
1940
falange y sinarquismo en Baja California hugo gutiérrez vega
8
1939 - 1945....y etc....
II guerra mundial : convivencia y silencio
BOYCOT
(Melodía de Morir por tu amor)
Ir a la inspección,
Qué dicha ha de ser,
En medio de cuicos salvajes
Que casi nos quieren comer.
Y luego llegar
Ante el Inspector,
Que pone la cara
De nagual, de tetuán, de tejón.
Cantad, cantad, cantad, cantad,
Que al cabo la cárcel no come.
Reíd, reíd, reíd, reíd,
Que libres nos dan si son hombres.
Boycot, boycot, boycot, boycot,
Palabra que encierra un misterio;
Su nombre es sacrosanto,
Porque el miedo servil nos quitó.
Lanzarse al boycot
Sin un alfiler …
Al grito de gloria y de triunfo
Que dice: Viva Cristo Rey!
Gritar con pasión,
Volver a gritar.
A cada descarga
Con que intentan el grito acallar.
Cantad, cantad, cantad, cantad,
Que al cabo mi Cristo no muere;
Reíd, reíd, reíd, reíd,
Que al cabo con El nadie puede.
Boycot, boycot, boycot, boycot,
Aunque los tiranos relinchen.
Que sepan y entiendan
Que son libres los hijos de Dios.
Tomar el fusil,
Contra una mujer
Es cosa que no hacen los cafres
Y aquí sí lo saben hacer.
Llevarla a prisión,
Su sexo insultar,
Eso no sucede
Sino en tierras que manda un tetuán.
Cantad, cantad, cantad, cantad,
Que al cabo la cárcel no come.
Reíd, reíd, reíd, reíd,
En medio de los tecolotes.
Boycot, boycot, boycot, boycot,
Así cantaremos alegres,
En calles y plazas,
En palacios y hasta en la prisión.
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José de León Toral (Matehuala, San Luis Potosí. 23 de diciembre de 1900 - Ciudad de México. 9 de febrero de 1929) fue un católico mexicano, asesino material de Álvaro Obregón, presidente electo de México, el 17 de julio de 1928.
Hijo de una familia de mineros de Coahuila, Toral vivió desde muy temprana edad los efectos de la guerra civil que afectó a México: fue profundamente influenciado por las profanaciones de templos practicadas de manera sistemática por las tropas al mando del General Álvaro Obregón y de Plutarco Elías Calles durante la Revolución Mexicana. Toral perteneció a la ACJM y a la Liga Nacional para la Defensa de la Libertad Religiosa.
Guerra cristera
En 1926 fue aprobada la ley Calles, cuyo objetivo era controlar y limitar el culto religioso en México, afectando principalmente a la Iglesia católica. Meses después inició la guerra cristera, que buscaba mejorar las condiciones del clero dentro del gobierno mexicano y facilitar el culto religioso en el país. En respuesta a esto el gobierno mexicano inició una persecución contra los artífices de la causa cristera, que llamaban al sabotaje contra el gobierno como forma de presión.
Toral fue jugador del Club América de 1918 a 1925
Ese mismo año fue reformada la constitución de México para permitir la reelección presidencial en periodos no consecutivos. Álvaro Obregón, que había sido presidente de México de 1920 a 1924, se presentó como candidato para las elecciones celebradas el 10 de julio de 1928, en las que resultó ganador.
León Toral había tomado en julio de ese año la decisión de convertirse en mártir de la causa cristera, haciendo caso de las palabras de la Madre Conchita, quien presuntamente afirmaba que la muerte de Obregón y del presidente Plutarco Elías Calles era la única forma de acabar con la persecución religiosa.
Asesinato de Álvaro Obregón
El 17 de julio de 1928 Obregón fue al restaurante La Bombilla, en el barrio de San Ángel de la Ciudad de México. Iba acompañado de varios diputados, quienes lo habían invitado. Toral se presentó como caricaturista y realizó bocetos de Aarón Sáenz y de Obregón. Mientras le enseñaba a Obregón el dibujo disparó seis veces contra él con una pistola española de marca "Star" calibre 32.
El primer disparo fue a cinco centímetros de la víctima, cuatro disparos más fueron en la espalda y el sexto disparo fue hacia el muñón del brazo derecho de Obregón.
Concepción Acevedo de la Llata, conocida también como La Madre Conchita (Querétaro, 1891 - Ciudad de México, 1978) fue una monja católica mexicana, de la Orden de las Capuchinas Sacramentarias, quien fue autora intelectual del asesinato de Álvaro Obregón.
Biografía
Desde los 17 años se dedicó a la vida religiosa, ingresando a los 19 años a la Orden de las Capuchinas Sacramentarias. A partir de 1924, fue superiora del convento Hijas de María.
Tras la implementación de la Ley Calles por el presidente de México Plutarco Elías Calles en 1924, fijando penas en el Código Civil por violación en materia a cultos y enseñanzas, Concepción Acevedo y sus subordinadas son denunciadas por violar este código. Como consecuencia, sufren una persecución que las lleva a cambiar de domicilio de manera constante durante dos años.
A principios de 1928, acude de manera regular a las reuniones a favor del movimiento Cristero y contra las recientes reformas del gobierno. En estas reuniones, conoce a José de León Toral y aunque al principio se sabe que las conversaciones se limitaron a temas de índole religiosa, en una de estas pláticas llegan a la conclusión que para solucionar los problemas religiosos del país deben morir el general Calles, Álvaro Obregón así como el Patriarca Pérez.
Concepción Acevedo dijo no recordar dicha plática, ya que ella hablaba de muchos temas con la gente que la iba a consultar, sin embargo inventaron pruebas que fueron presentadas para ser acusada como instigadora y autora intelectual del asesinato de Álvaro Obregón.
Álvaro Obregón es asesinado por José de León Toral el 17 de julio de 1928 en el restaurante "La Bombilla" -actualmente Parque de la Bombilla- y el día 18 de julio de ese mismo año, Concepción Acevedo es aprehendida y torturada. Es declarada culpable condenada a prisión por 20 años, trasladándola a las Islas Marías el 14 de mayo de 1929.
Una vez en libertad se dedica a viajar por toda la República Mexicana dando conferencias acerca de religión, sus vivencias, la persecución religiosa, su aprehensión, destierro y su liberación. También hace mención de como quisieron involucrarla con el Movimiento Cristero. Muere en la Ciudad de México en 1978, a los 87 años, a causa de crisis broncorespiratoria.
Le fue permitido ser amortajada con su hábito de monja por permiso del Papa Pablo VI.
México y el
mundo empezaban a tomar un nuevo rostro durante ese lapso. Ese mismo año el eje
Berlín-Tokio-Roma acuerda reforzar sus posiciones con la Segunda Guerra Mundial
adivinándose en el horizonte; se da el alzamiento de Saturnino Cedillo en el
estado de San Luis Potosí y se descubre un complot para asesinar al presidente
Lázaro Cárdenas, cuyos implicados eran Karl Petersen, cónsul honorario
alemán en Puebla, y L. Yuzinraza, agente secreto japonés en la misma ciudad. Debido
a tales circunstancias el movimiento sinarquista estuvo relacionado,
desde sus inicios, con el fascismo, con el nacionalsocialismo alemán y el
franquismo como aderezo ideológico.
Pese a que en
los documentos oficiales de la UNS se define al “sinarquismo” como “gobierno,
con autoridad, con orden”, contrario a la anarquía, y cuyos orígenes se
remontan a 1914 cuando Tomás Rosales, “teogonista”, presentó sus ideas sobre la
“Sinarquía” en la Sociedad de Geografía y de Estadística y en la Convención de
Aguascalientes, el Frente Revolucionario Antisinarquista —gestado en el
Congreso de la Unión— le endosaba un origen oscuro:
UNS
es una palabra alemana que significa nosotros y es divisa política especial de
un grupo de choque nazi. Esa misma palabra acompañada de otras dos, figuraba
también en la divisa militar del partido del Kaiser Guillermo II durante la
primera guerra mundial. La divisa era “Got Mitt Uns” y quiere decir: “Dios está
con nosotros”. Esta frase la llevaban en la hebilla del cinturón todos los
soldados alemanes que invadieron a Francia en 1914. La usaban también todos los
espías alemanes.
Hellmuth Oskar
Shreiter, alemán, ingeniero, militar, políglota, profesor de idiomas en el
Colegio del Estado de León, habría sido la pieza clave para fermentar la
ideología nacionalsocialista alemana en el pueblo mexicano. Según las mismas
investigaciones del Frente Antisinarquista, el alemán, junto a sus discípulos
—los hermanos Trueba Olivares, Torres Bueno, Manuel Zermeño, José Antonio
Urquiza Jr., todos líderes sinarquistas— planearon el nacimiento de una
organización nueva y “atractiva” para el pueblo mexicano. Y se añadía:
Los
sinarquistas afirman que no existe en México un movimiento más sinceramente
antinazi que el Sinarquismo. Esta antipatía que dicen sentir por el nazismo es
tal vez la que los llevó a copiar sus métodos, sus banderas, su uniforme con
una expresiva falta de originalidad; la bandera roja de los sinarquistas lleva
en el centro un círculo y dentro de él, en verde, el mapa de México (en lugar
de la swástica). El uniforme se compone de pantalones y camisola verde olivo,
corbata del mismo género y en la manga izquierda, el brazalete a lo nazi con la
insignia sinarquista. El saludo es una variedad del de los nazis con la
diferencia de que el brazo derecho extendido, se quiebra a la izquierda
oblicuamente.
La UNS no
niega la participación de Hellmuth Oskar Shreiter en el movimiento, pero la
limita sobremanera. Siguiendo la misma tónica y siendo dirigente sinarquista en
1941, Salvador Abascal deslinda a la UNS de cualquier nexo con el nazismo o el
fascismo, basándose en sus principios nacionales para evadir cualquier
similitud con movimientos extranjeros:
No
puede ser nuestro modelo el nazismo, revolución específicamente alemana, hija
legítima de la revolución protestante de Lutero. Ni el fascismo, que es, como
el nazismo, deificación de una raza y de un gobierno; soberbia que ha de ser
castigada con el aniquilamiento de Mussolini y de Hitler. No hay soberbia que
Dios no humille.
Pese a
tajantes declaraciones no puede deslindarse al movimiento tan fácilmente de la
identificación con aquellas ideologías que destacaban en el escenario mundial.
Franco, en primer lugar, con quien se tiene una correspondencia religiosa
trascendental desde la perspectiva de la UNS:
En cuanto a
Franco, es otra cosa; siempre he considerado yo que la salvación de México está
en reafirmar su espíritu católico, su tradición católica, y como ésta la
recibimos de España, nuestras ligas con España deben de estrecharse con el
espíritu hispanista. Y como Franco fue quien restauró la hispanidad en España
[…] con España tenemos relaciones de tipo ideológico, místico.
Del
fascismo sentirán admiración hasta el punto de imitarlo, debido a el espíritu y férrea voluntad de aquellos
pueblos que lograron elevar a sus países de la postración más ignominiosa a un
plano de progreso material y poderío bélico asombroso. Las meras
exterioridades, como el saludo, la disciplina y todo lo bueno que había en el
espíritu de aquellos pueblos, como la mística nacional, fue lo que impresionó a
muchos de nosotros y nos encontró dispuestos a la imitación.
Si bien es
cierto que el sinarquismo era fascista en sus márgenes, internamente seguía un
ideario nacional-populista y católico, según Jean Meyer. Los miembros de la
Unión Nacional Sinarquista asumían el papel de redentores del país con el
catolicismo como bandera y acción. Eran los nuevos cruzados en lucha contra los
males que aquejaban al mundo, pero principalmente a México: en primer lugar el
comunismo, sin dejar de lado la amenaza colonialista estadounidense, el
liberalismo y cualquier manifestación ajena a lo “mexicano”. Meyer lo define de
esta manera:
La
UNS es idealista, populista, anticapitalista, antiburguesa, como los
movimientos homólogos de la Hungría y la Rumanía de los años 30, de Turquía y
de los países árabes en los 50 y 60. La Legión del Arcángel San Miguel, de
Codreanu, combina cristianismo social, agrarismo y tradicionales, con el odio a
los “alógenos” demócratas, comunistas y judíos. El juramento de legionario dice
así: “Queremos llevar una vidas dura y severa, que excluya todo lujo y todo
libertinaje. Queremos reprimir toda tentativa de explotación del hombre por el
hombre. Queremos sacrificarnos siempre por la patria”. La UNS puede también ser
comparada a los partidos agrarios de la Europa del Este de 1919 a 1949, al Integralismo
brasileño, al salazarismo, al Uomo Qualunque italiano de 1944–1946 y al
peronismo argentino.
De origen
místico y conservador, el sinarquismo buscaba el establecimiento de un México
bajo las directrices del catolicismo donde Estado e Iglesia volvieran a
establecer lazos comunicantes, mostrando una nostalgia por la Edad Media.
El “orden”
como piedra de toque. Esta visión no fue desatendida por grandes sectores de la
sociedad y logró seducir por igual a campesinos que a obreros y población
urbana en todo el territorio nacional y el sur de Estados Unidos, pues la UNS
es el primer organismo en el país que arropa a los migrantes mexicanos al sur
estadounidense. Intelectuales como Guiza y Acevedo, Antonio Caso y José
Vasconcelos también saludan al movimiento. No es extraña la respuesta ante la
UNS. Gran parte de la sociedad estaba descontenta con los gobiernos emanados de
la Revolución que no habían cumplido con las consignas de la lucha armada y
sólo veían a una nueva clase política pugnando por intereses personales antes
que por el desarrollo nacional. El mismo reparto agrario, llevado a cabo por
Cárdenas, no satisface las demandas de la población e incluso llega a generar
ámpula en diversas zonas del país. Con el fin de lograr sus propósitos agrarios
el gobierno crea los grupos “reservistas”, células de campesinos armados cuyas
balas dejaron muerto a más de un sinarquista. Es así como la UNS va tomando
cada vez más fuerza hasta constituir un verdadero peligro para los gobernantes
que nunca pudieron entenderlo completamente.
En una manera
hasta entonces novedosa de fuerza el sinarquismo rechaza el poder y pugna, como
parte esencial de su programa, por la libertad religiosa, coartada por esos
años; posteriormente acometería el problema social, debido a las enormes
desigualdades en el país, y finalmente pretendía injerir en el aspecto
político. Sin embargo, siempre existió un amago de golpe de Estado por parte de
un sector del movimiento, el liderado por Salvador Abascal, al que nunca se
llegó.
Dos batallas fueron imprescindibles
para el movimiento. La primera se libró en el Tabasco garridista en 1938. Con
un halo de ateísmo iniciado precisamente por Tomás Garrido Canabal —“Enemigo de
dios y del alcohol”—, quien derrumbó iglesias, sometió al silencio a la
religión y exigió que los ministros de culto fueran casados y educados en
escuelas públicas para poder oficializar misas, en Tabasco sólo había un solo
cura. Graham Green retrata a la perfecciónn este panorama en El poder y la
gloria. Después de haber llegado a la entidad, Abascal organiza a los
campesinos, llegan a Villahermosa sin previo aviso y una mañana la plaza
principal está tapizada de católicos. La consigna: Libertad religiosa. Luego de
mantener el paro por varios días se desata la represión. Cuatro muertos.
Abascal sale de Tabasco, pero alcanzan el cometido. Se relajan las normas para
permitir la libre práctica religiosa. La manera en que accionaron en Tabasco
los sinarquistas la repetirán en gran parte del país, subrayando su poderío
incluso frente a las propias autoridades federales. De un momento a otro, una
ciudad podía ser tomada por el movimiento. El gobierno palidecía ante la marea,
principalmente compuesta por campesinos, que llegaba a tren, caminado, a
caballo, con el fin de participar en las manifestaciones de la UNS.
La segunda
batalla fue totalmente utópica. En 1942 Salvador Abascal emprende la
colonización de Baja California. Familias sinarquistas llegan a una región
mortecina, con suelo árido, falta de agua y sin ayuda de la propia UNS que
abandona el proyecto. Paradójicamente los colonizadores reciben apoyo de sus
enemigos políticos: Lázaro Cárdenas y el entonces gobernador del estado
Francisco Mújica, con tendencia comunista. Para 1944 el sueño se ha
desmoronado. Robos, enfermedad y desilusión calan en los sinarquistas. Abascal
regresa a la Ciudad de México y rompe con el movimiento, como presagio de la
caída del sinarquismo.
El germen del
problema de la propia UNS se halla en sus orígenes que pueden rastrearse desde
1925, cuando se erige la Liga Nacional de Defensa de la Libertad Religiosa, la
cual buscaba básicamente arribar al poder mediante la revuelta cristera. Esta
agrupación se disuelve entre 1930 y 1938, pero durante ese lapso no cesa su
actividad en diversas partes del país.
Una de las razones por las cuales se
apoya a Salvador Abascal en el sueño de colonización era precisamente el coqueteo
que Santa Cruz mantenía con el gobierno federal y Estados Unidos en el contexto
de la Segunda Guerra Mundial.
Con la sombra
de Plutarco Elías Calles tras la silla presidencial hasta 1934 y como una
manera de realizar su labor con una mayor libertad, la organización se guarece
imitando el andamiaje de las sociedades secretas, como la masonería, y a las
células del partido comunista, cuya definición son “legiones”. Estas legiones
también se conocen como “La Base” u Organización, Cooperación, Acción (OCA) que
estuvo formada por once secciones: 1) patrones, dirigida por Antonio
Santa Cruz; 2) Obreros; 3 y 4) no existieron nunca; 5)
enlace; 6) propaganda; 7, 8, 9 y 10) fueron fantasmas; 11)
Unión Nacional Sinarquista (UNS).
Cuando nace
oficialmente el movimiento sinarquista —el 23 de mayo de 1937, en la ciudad de
León, en una vivienda ubicada en la simbólica calle de Libertad— se establecen
dos mandos. El primero era el visible, el líder de la UNS; el segundo, un
organismo a la sombra y verdadero dirigente del movimiento: La Base, comandada
por Santa Cruz.
Una de las
razones por las cuales se apoya a Salvador Abascal en el sueño de colonización
era precisamente el coqueteo que Santa Cruz mantenía con el gobierno federal y
Estados Unidos en el contexto de la Segunda Guerra Mundial. Existieron voces
que denunciaban que los sinarquistas buscaban en realidad la construcción de
una base área para las tropas japonesas en Baja California, pero el proyecto
tan sólo sirvió para diluir el brazo más radical de la UNS comandado por
Abascal, cuya fuerza, infiltración social e ideología eran vistos con recelo
tanto por el gobierno mexicano como por los organismos de inteligencia
estadounidense.
Ellos pretendían la salvación del país
y para esa salvación no hacía falta el andamiaje administrativo y político
propicio de la “redención”, del establecimiento de un Estado acorde con lo que
exigía el momento histórico.
Luego de la
segunda mitad de los años cuarenta el sinarquismo sigue la línea
cívico-política, encabezada por Manuel Torres Bueno y Juan Ignacio Padilla,
teniendo como perspectiva la injerencia en las tomas de las decisiones
oficiales desde el poder. Plantearon la necesidad de formar un partido
político; propósito que se llevó acabo con Fuerza Popular, en 1946, y el Partido
Demócrata Mexicano (PDM), registrado legalmente en 1979 y perdiendo el
registro temporalmente en 1994 cuando se presentó como Unión
Nacional Opositora (UNO), y perdiendo finalmente el registro luego de las
elecciones en 1997. En la década de los noventa muchos simpatizantes del
sinarquismo se adhieren a las filas del Partido Acción Nacional.
La
pretendida Cruzada Sinarquista, que llegó a ser el movimiento social más
importante de Latinoamérica en los años cuarenta del siglo XX, carecía de la exposición
de políticas públicas ad hoc a los nuevos tiempos vividos en México y en
el mundo, pero posiblemente esas justificaciones estaban de más para los
propios miembros de la UNS. Ellos pretendían la salvación del país y para esa
salvación no hacía falta el andamiaje administrativo y político propicio de la
“redención”, del establecimiento de un Estado acorde con lo que exigía el
momento histórico. Era simplemente un acto de fe. Reconocerse sinarquista no se
trataba de ser miembro de algún partido político. El ingreso a la UNS, a la
cofradía que en ese momento estaba ofreciendo las respuestas negadas por el
régimen revolucionario, era un renacimiento, un verdadero cambio en la manera
de percibir la realidad. Como lo dice el propio Meyer: “Se entraba, pues, en la
Unión como en la religión: el que lo hace se convertía en un hombre nuevo, se
moviliza como soldado, se pone en marcha. La vida adquiría un sentido”. ®
Hace
tiempo, el ingeniero Juan de Dios Martínez me prestó un libro sobre la historia
de la Unión Nacional Sinarquista escrito por el periodista Mario Gill,
compañero de Benita Galeana. Se trata de una bien documentada investigación,
realizada con carácter de urgencia ante el avance de la segunda guerra mundial
y la entrada de México al conflicto. Gill analiza las características de ese
grupo (tal vez el más importante) de la derecha mexicana, desde una perspectiva
distinta a la de Jean Meyer, el historiador más acucioso de los movimientos
derechistas de nuestro país. Ambas son valiosas y pueden considerarse
complementarias.
Leyendo
el libro de Gill recordé una manifestación sinarquista en la Plaza de los
Mártires de León, Guanajuato. Debe haber sido en 1952 y coincidió con la
campaña de Efraín González Luna, candidato del PAN y de la UNS a la Presidencia
de la República. Las dos organizaciones nunca se llevaron bien, pues las
discrepancias ideológicas eran profundas. Para empezar, el PAN creía en la
democracia y, según lo afirmaban algunos miembros de la “Sinarquía Nacional”,
tenía mentalidad “pequeñoburguesa”. Recuerdo vagamente los discursos
pronunciados por Enrique Morfín, José Valadés, Ignacio González Gollaz y Juan
Ignacio Padilla. Todos se refirieron a su triunfo en las elecciones municipales
de León y a la masacre con la cual el gobierno “solucionó el problemita”
(palabras textuales del coronel que comandaba a los ametralladoristas). Sangre
derramada, mártires a granel, muchachas heroicas, caídos presentes (“mil pasos
adelante. Ni uno atrás”, decía su himno de corte falangista), martirios fertilizantes...
todo esto formaba parte de una retórica que tenía más muertos que vivos.
leer más en :
La plaza estaba llena de banderas
rojas con un círculo blanco que llevaba dentro el mapa del país en verde (los
brazaletes eran iguales), y los jerarcas y algunos directivos regionales usaban
camisas color caqui y botas federicas. Saludaban tocándose el pecho con el
brazo en escuadra y la mano en posición horizontal, y cantaban su himno y una
buena cantidad de corridos, pues se trataba de un movimiento campesino con un
importante arraigo popular (sus falanges, encabezadas por Salvador Abascal,
entraron a Morelia a caballo y en son amenazante.
Se calcula que las “fuerzas
populares” tenían cerca de cuarenta mil miembros), y sus dirigentes
mantenían contactos con el nazismo, el fascismo y, de manera especial, con la
falange española y con algunas instituciones japonesas,
aparentemente interesadas en la cultura hispánica pero, en realidad,
obsesionadas con la geografía de Baja California y su posición tan cercana a
Estados Unidos. A partir de 1939, algunos miembros de la Sinarquía Nacional
y un grupo selecto de jóvenes militantes fueron a estudiar a la Academia de
Mandos de Falange Española.
He visto fotografías en las que
aparecen vistiendo la camisa azul (“cara al sol con la camisa nueva”, decía el
himno del fascismo español) y haciendo el saludo romano debajo de
retratos de Primo de Rivera y de Onésimo Redondo, el violento líder de las
“Juventudes de Ofensiva Nacional Sindicalista”.
No olvidemos que uno de los
fundadores del sinarquismo (mártir temprano, por cierto), José Antonio Urquiza,
estudió en España y era un buen conocedor de la retórica de José Antonio Primo
de Rivera. El José Antonio mexicano fue muerto por un ejidatario humillado y
ofendido, en las cercanías de una de las haciendas queretanas de su señor
padre, ilustre autor de jaculatorias patentadas en El Vaticano.
La principal fuerza del
sinarquismo estaba en Guanajuato, Querétaro, Jalisco, Aguascalientes y
Zacatecas, pero tenía comités en todos los estados. Muchos de sus miembros
habían sido cristeros inconformes con los tratados de paz que firmaron el
gobierno de Portes Gil (“Aquí vive el Presidente. El que manda vive enfrente”,
decían los poderosos callistas) y la jerarquía eclesiástica. Todos estaban
en desacuerdo con el reparto agrario, al cual consideraban un robo
imperdonable, y con la educación laica. Los maestros desorejados fueron las
víctimas de ese fundamentalismo campesino inspirado por el clero católico.
Del Bajío a la
Península
La masacre de León, la toma de Morelia, el encapuchamiento del busto de Benito Juárez que les costó el
registro de su brazo político, así como la creación de varios partidos (el
último fue el del “gallito”), fueron los momentos culminantes de la organización
fascista, pero su aventura más interesante fue la de la fundación, breve
historia, decadencia y caída de su colonia utópica de María Auxiliadora en Baja
California Sur. Mario Gill estudió los aspectos sobresalientes de esa aventura
presidida por un caudillo iluminado e iracundo, un duce
carismático y vociferante, un conducator infatigable, un fundamentalista
obnubilado por su proyecto obsesivo: Salvador Abascal, líder de ese movimiento
social, religioso y militar que viajó a Baja California con propósitos
utópicos, pero también con proyectos muy concretos iluminados por “el sol
naciente”.
En el libro de Gill hay una fotografía de dicho caudillo de la empresa colonizadora. En ella aparece con los zapatos rotos, un viejo pantalón de mezclilla y un jorongo del centro del país. Lo rodea la tierra seca y sobre su cabeza se desploma un sol de justicia.
No llegó a la colonia con las cuarenta o cincuenta mil personas de su proyecto inicial. Apenas logró reunir cincuenta y cuatro familias y con ellas echó a andar una “aventura espiritual” que, en el fondo, tenía varios aspectos políticos y militares muy alejados del aliento utópico y muy cercanos a lo que estaba sucediendo en Europa y en el Lejano Oriente en los años de 1941 y 1942.
Gill asegura que la localización del sitio en el que se estableció la Colonia fue hecha por el ingeniero Peter Wirgman, persona ligada al movimiento nazi en América Latina. El presidente Ávila Camacho permitió que la colonia levantara sus precarias instalaciones en “un lugar tan distante de los centros poblados”, y el general Mújica, gobernador del Territorio y víctima de la venganza avilacamachista que tomó la forma de bloqueo de recursos y subsidios, aceptó la orden presidencial y se mantuvo alejado de los acontecimientos.
Sinarquista haciendo el saludo nazi Gill cita una declaración de Abascal sobre la selección del lugar que ocupó la colonia: “Efectivamente, escogimos este lugar por su proximidad a la Bahía Magdalena. Cuando estalló la guerra, nosotros comprendimos que Baja California corría peligro, que esa Bahía iba a ser vigilada; por lo mismo, se tendría que crear allí una base naval y aérea y que los soldados que allí se establecieran tendrían que alimentarse. Entonces nosotros resolvimos establecer nuestra colonia frente a Magdalena para tener un mercado cerca y a la vez cumplir con un deber patriótico.” Extraño patriotismo el del caudillo que siempre se opuso a la entrada de México a la guerra del lado de los aliados. Además, hay elementos probatorios suficientes de la intervención de los funcionarios falangistas encargados del llamado Pacto Madrid-Tokio. Los japoneses echaron a andar una curiosa red de institutos de cultura hispánica que tenía una inclinación especial por los países de América Latina y, particularmente, por México, Baja California Sur y la Bahía Magdalena, que era lo suficientemente grande como para albergar a toda la armada imperial. José Pagés Llergo, quien por aquellos tiempos hizo varias entrevistas a los jerarcas de Tokio, escribió algunos textos sobre la simpatía que ciertos grupos y movimientos sociales mexicanos hicieron patentes a los falangistas que actuaban como agentes del Imperio Nipón. Estos datos produjeron en Gill una serie de reflexiones que debemos revisar. Tal vez la más interesante sea la que aventura una hipótesis nada estrambótica, al señalar a Abascal y a los colonizadores como una avanzada dispuesta a recibir a la flota imperial en la acogedora Bahía Magdalena, a la que convertirían en base de operaciones. Todo esto, recuerda Gill, sucedía “en los días de Pearl Harbor”. Para mayor abundamiento están las cartas enviadas por Abascal a los japoneses establecidos en los dos territorios bajacalifornianos. En ellas se ponía a sus órdenes, manifestaba su simpatía por la causa nipona y los invitaba a visitar la colonia. El traslado de los japoneses al reclusorio del Cofre de Perote frustró el plan del caudillo sinarquista.
Los colonizadores
provenientes de Guanajuato, Querétaro, Jalisco, Colima, Aguascalientes,
Zacatecas y la capital de la República eran, en su mayoría, campesinos. Había,
además, algunos artesanos, mecánicos, albañiles, sastres y electricistas, así
como un capellán. El primero fue el padre Zavala, persona moderadamente
sensata. El segundo, apellidado Campos, era un fundamentalista despendolado
que prohibía a los colonos comer mariscos “para evitar el aumento de los
deseos carnales”. No tenían los pobres “héroes de la fe y de la esperanza”
muchas cosas para alimentarse, pues los pocos jitomates, chiles, maíz y frijol
que producían las pocas hectáreas rescatadas al desierto y a la sequía, tenían
que enviarse a La Paz para su comercialización.
Lo único que podían
comer eran descomunales parrilladas con abulón, almejas gigantes, langostas y
toda clase de pescados, incluyendo la regia totoaba; estofados de caguama y
aletas rellenas de ostiones y camarones, langostinos, calamares y otras
maravillas. Cuando el demente Campos prohibió los mariscos, se inició en
serie la desbandada y los enfermos y famélicos colonos empezaron a
desperdigarse por la península. Rafael Vizcaíno, cronista de Tijuana,
recuerda a varios ex colonos que fueron a buscarse la vida a la industriosa y
pecaminosa ciudad de los burros pintados de cebra y de los cráneos de Hernán
Cortés niño, joven y adulto.
La aventura colonizadora tenía múltiples
relaciones con el Instituto Iberoamericano que el siniestro Von Faupel
dirigía en Berlín. Serrano Suñer y la Falange Española eran los encargados de
sacar adelante su programa “cultural”. Los falangistas que colaboraban
con Von Faupel tragaron saliva cuando, en la inauguración del Instituto,
Hitler afirmó: “Habrá de ser una bendición para los habitantes de las
Repúblicas de Sudamérica, cuando pasen de los efectos de la herencia
hispano-portuguesa al dominio germánico... Alemania deberá apoderarse de la
América del Sur...”
Por esos años, dice Gill, la Casa
Blanca recibió unos planos de la nueva distribución de América bajo el dominio
nazi. En ellos, la “geopolítica faupeliana” señalaba a cinco grandes estados
que dirigirían los cambios estructurales:
Argentina, Brasil, la región
andina, el Caribe y México. Además, para cerrar la pinza sobre América Latina,
se creó el eje Madrid-Tokio. Franco y el coronel Fijurito, ayudante del mariscal Tojo,
celebraron una serie de reuniones en las que trataron los temas americanos y
filipinos. En todas ellas sonaron los nombres de México, Baja California, Bahía
Magdalena, el sinarquismo y Salvador Abascal. La única interferencia fue la
representada por los Tecos de la Universidad Autónoma de Guadalajara y
su líder, Carlos Cuesta Gallardo (al terminar la segunda guerra mundial,
este señor publicó un libro que hizo mancuerna con la pavorosa Derrota
mundial de Borrego. Se titulaba Traición a Occidente y lo firmaba
con el pseudónimo de Traian Romanescu).
“Fe, sangre y victoria”
Todo
esto sucedía en los pasillos del poder. Mientras tanto, los colonizadores
cantaban una
candorosa canción: “Madre, me voy a California,/ vengo a pedirte tu santa bendición:/
lucharé
por que sea de mi patria/ lo que produzca aquel rico girón...”
En su libro bien documentado, aunque no exento de algunas exageraciones que tal vez provengan de un descuido al escoger o calificar sus fuentes, Mario Gill estudia el papel desempeñado por el padre Eduardo Iglesias en la fundación y el impresionante desarrollo de la Unión Nacional Sinarquista. El político jesuita fue el principal asesor del periódico oficial del movimiento: El Sinarquista. Dibujante y compositor, publicó caricaturas y es autor del belicoso himno titulado “Fe, sangre y victoria”.
El padre Iglesias desplazó al
nazi Shereiter en las decisiones sobre el desarrollo del sinarquismo,
propiciando un viraje hacia la doctrina social cristiana contenida en varias
encíclicas papales, y aumentando considerablemente la influencia del clero que
se manifestaba a través de la Unión Católica Mexicana y de la Acción Católica
de la Juventud Mexicana.
El padre Bergoend, fundador de la
ACJM y los padres Saenz y Vértiz (autor de la inefable frase: “En México lo que
no huele a incienso, huele a mierda”) fueron también asesores del cambio, del uso
más discreto de la parafernalia nazi, de la atenuación de la influencia fascista
y del nuevo tono clerical y social cristiano. Esto acercaba al sinarquismo a la
Falange Española, ya para entonces puesta al servicio del franquismo asesino y
de la jurásica jerarquía eclesiástica peninsular (estamos hablando de
1943, fecha en la que ya había fracasado la aventura de María Auxiliadora y
ya se admitía la posibilidad de la derrota del Eje). El cambio se reflejó en
los renovados ataques a los liberales que habían consolidado, siguiendo los
aspectos modernizadores del Código de Napoleón, las instituciones laicas,
el registro civil y otros aspectos legales en materia de propiedad (pensemos en
las desamortizaciones de 1833), que acotaban el poder de la Iglesia. Don
Valentín Gómez Farías y los promotores de la Constitución de 1857, especialmente
don Benito Juárez, fueron demonizados por el sinarquismo y sus asesores
eclesiásticos.
El arzobispo de México, don Luis
María Martínez, empeñado en establecer los términos de un concordato de facto
con el gobierno (para lograrlo, su curia ya no insistía demasiado en la reforma
de los artículos 3 y 130 y de la Constitución de 1917), simpatizaba muy poco
con el integrismo sinarquista. Pequeño, astuto y buen negociador, el pragmático
jerarca se había ido ganando poco a poco las simpatías de los gobernantes (no
olvidemos que Ávila Camacho se había declarado “creyente” y que la debacle
masónica iniciada durante el alemanismo convirtió a las logias más influyentes
en una especie de clubes empresariales o de infantiloides cuevas de gerentes
rugidores), que lo invitaban a sus reuniones. Algunas anécdotas confirmaron su
sencillez, su ingenio y su alejamiento de las rígidas pautas de la mochería. Se
cuenta que el día de la inauguración del sistema de sonido de la Basílica de
Guadalupe, el pintoresco arzobispo subió al púlpito, se colocó el pequeño
micrófono que, en el momento en que don Luis María iniciaba su oración, sufrió
un desperfecto y empezó a dar toques. El orador sacro, sorprendido por la
descarga eléctrica, soltó un “¡Ah, chingao!” que retumbó en los muros de la
vieja basílica. Esas fueron las palabras inaugurales del sistema modernizador.
Cuando lo nombraron miembro de la Academia de la Lengua, uno de sus colegas,
pícaro y chinacón, se acercó al grupo que rodeaba al nuevo académico y empezó a
proponer algunas interpretaciones de palabras y conceptos. De repente, le
espetó a don Luis María la siguiente pregunta: “¿Cómo definiría usted esa
práctica sexual que llaman, en buen latín, cunnilingus”? El arzobispo,
sin pensar demasiado, acuñó (o debo decir acoñó) una definición realista y
religiosa: “Es una peregrinación piadosa al lugar de origen, pues supongo que
se hace de rodillas.”
El sinarquismo siempre se opuso
al reparto agrario, circunstancia curiosa si tomamos en cuenta que era un
movimiento fundamentalmente campesino (y no de pequeños propietarios, como el
fascismo, sino de medieros y de peones). Abominaba también de la
educación laica y del artículo 130 de la Constitución.
A pesar del cambio propiciado por
el padre Iglesias, Torres Bueno y otros miembros de la sinarquía nacional albergaban
la secreta esperanza de que las fuerzas del Eje ganaran la guerra.
Por eso se opusieron a que México
entrara a la contienda y sabotearon el servicio militar obligatorio. Tengo en
la memoria una tarde de otoño en la que desfilábamos con nuestros fusiles de
madera, tosca copia del máuser reglamentario. Los jesuitas habían acatado la
orden de las secretarías de Educación y de la Defensa y nos obligaban a hacer
ejercicios militares y a marchar por las calles de Guadalajara con lo fusiles
de palo. Al llegar al centro de la ciudad, un grupo de sinarquistas,
esgrimiendo banderas, interceptó nuestra columna y nos hizo escuchar a un torpón
orador que se oponía a los ejercicios militares y a la complicidad del gobierno
con los gringos. Podía haber pasado por pacifista, pero sus alabanzas a la
España católica lo ubicaron del lago del Eje, que ya iniciaba la decadencia y
la caída que sus seguidores se negaban a admitir.
En 1942, la posición sinarquista
se radicalizó y los jefes nacionales hablaron de “rebelarse contra el
gobierno”. El general Cárdenas, secretario de la Defensa Nacional, no se anduvo
por las ramas y, comprendiendo la gravedad de un levantamiento que,
eventualmente, podría contar con el apoyo de un millón de mexicanos, fue a
buscar a los rebeldes a sus guaridas serranas de Morelos, Puebla, Tlaxcala,
Michoacán, Guanajuato, Colima, Durango, Zacatecas y Guerrero, y dio órdenes a la
Fuerza Aérea para que sobrevolara los reductos sinarquistas. Esta actitud
disuadió a los alzados que prefirieron, en lo sucesivo, refugiarse en un
tramposo discurso pacifista y ordenar a sus ejércitos disolverse y ocultar las
armas.
Unos meses más tarde, monseñor
Fulton J. Sheen, enviado de la Catholic Welfare Conference, convenció a los
jefes de que atenuaran su antiyanquismo y su hispanismo rabioso. Estos cambios
se aprobaron en la “junta de los volcanes” celebrada por la sinarquía nacional
en el Popo Park a fines de 1943. Poco a poco, las directrices del
Instituto Iberoamericano que Von Faupel dirigía en Berlín fueron situadas en un
segundo plano y se incrementaron los contactos con el catolicismo de
Estados Unidos.
Los jóvenes sinarcas dejaron de
acudir a la Academia de Mandos de Falange Española y la retórica del movimiento
empezó a girar en torno a las ideas del Orden Social Cristiano. Para esos
años, sólo los Tecos de Guadalajara seguían apoyando ciegamente a las fuerzas
del Eje y cultivando un rampante antisemitismo.
Muchas aguas han pasado bajo los
puentes del país y muchas transformaciones han tenido los movimientos de la
derecha. Por eso es necesario estudiarlos con minuciosidad para observar
sus cambios, sus constantes, sus estrategias y estratagemas. La historia, a
veces (no siempre, pues el hombre es el único animal capaz de caer varias veces
en la misma trampa), nos entrega lecciones valiosas para entender la génesis de
los movimientos sociales. Gill y Meyer, desde posiciones distintas, nos han
hablado de ese fascismo criollo que tomó Morelia, fundó una colonia en Baja
California, encapuchó el busto de Benito Juárez, inició un alzamiento militar
y, en su momento, controló a más de un millón de enemigos del reparto agrario y
partidarios del desorejamiento de los “profesores laicos y socialistas”.
Tenía una estructura pública y vínculos
con otros grupos nacionales e internacionales, así como con algunos
empresarios; recurría a la violencia y se le considera un membrete de la
Organización Nacional del Yunque, grupo secreto que durante décadas trabajó
para llegar al poder.
El MURO salió a la luz a principios de
1962, pero tuvo su antecedente en un enfrentamiento en Ciudad Universitaria con
motivo del aniversario de la Revolución Cubana el 26 de julio de 1961.
Tras bambalinas, en ese episodio participó, según él mismo relata,
el empresario Hugo Salinas Price, impulsor de varios grupos anticomunistas,
como el propio MURO.
Uno de los más entusiastas promotores del
MURO fue René Capistrán Garza (1898-1974), que en la década de 1920 fue uno de
los dirigentes del movimiento cristero, hasta convertirse, decenios después, en
apologista de Gustavo Díaz Ordaz, identificado plenamente con su anticomunismo.
Su periódico, Atisbos, fue uno de los que más apoyaron a los muristas.
La Iglesia y el MURO
La relación del MURO con la jerarquía
católica fue más compleja, pues aunque compartían su anticomunismo, algunos
jerarcas no lo apoyaron. De tal suerte, en 1963 y 1964, el entonces arzobispo
Miguel Darío Miranda (1895-1986) condenó al MURO, debido a que representaba a
sociedades secretas.
Es revelador que en marzo de 1970, luego
de otra condena pública del arzobispo contra el MURO, un informe confidencial
del Instituto Nacional de Migración, de la Secretaría de Gobernación, afirmaba
que la actitud de Miranda se debía a órdenes directas de Paulo VI, cuya
posición era que si el gobierno no se mete con la Iglesia, ésta no debe meterse
con el gobierno.
Una década después, el 11 de junio de
1981, en la Iglesia de San Juan Bautista, en Coyoacán, el mismo Miguel Darío
Miranda oficiaba una misa en conmemoración de los 20 años de vida del MURO,
donde felicitaba a sus miembros por su tenacidad y les pedía “seguir trabajando
por la unidad de los cristianos en torno a la Iglesia y a Cristo.”
El MURO y similares
El MURO mantuvo una estrecha colaboración con
organizaciones como la Unión Nacional Sinarquista y la Unión Nacional de Padres
de Familia, cuya demanda de educación religiosa apoyaba. Formó parte de una
cadena de grupos, tanto públicos como secretos, que han compartido convicciones
y militantes.
Antecedente del MURO fue el FUA (Frente Universitario
Anticomunista), creado en Puebla hacia 1954, considerado también un membrete
del Yunque.
En 1990, con motivo de conflictos dentro
del Partido Acción Nacional (PAN), José Ángel Conchello señalaba que “luego del nacimiento y auge del
MURO, esta organización se convirtió en el llamado Yunque, pero fiel
heredera de las ideas del MURO” (Unomásuno, 9 de diciembre de 1990).
El activismo estudiantil anticomunista,
tanto público como secreto, estaba animado por unos pocos personajes que
fundaban y encabezaban diferentes grupos, meros nombres para un mismo núcleo de
activistas.
Manuel Buendía, basándose en informes de
la entonces Dirección Federal de Seguridad, los redujo a 12 (Los 12
apóstoles), lista que incluye personalidades de ese sector como Ramón Plata
Moreno, fundador del Yunque, asesinado en 1979; Manuel Antonio Díaz Cid, quien
sigue activo en esa militancia; Federico Muggenburg; Luis Pazos, quien como
sucedáneo del MURO impulsaría al grupo Guia (Guardia Unificadora
Iberoamericana); Luis Felipe Coello (fallecido en 2004), y Víctor Manuel
Sánchez Steinpreis. Estos dos últimos
El MURO encontraba su razón de ser en
golpear a su enemigo ideológico, de allí que el nombre de su periódico fuera
precisamente Puño, que llevaba el lema: “Para golpear con la
verdad”.
Colaborador y jefe de redacción de Puño fue
Guillermo Velasco Arzac, quien a lo largo de su vida se mantendría fiel a las
tendencias de su juventud. Se le considera uno de los principales dirigentes
del Yunque y en el plano público encabezó organizaciones como México Unido
contra la Delincuencia, creada en 1997, y en años más recientes, la
Coordinadora Ciudadana y el grupo Mejor Sociedad Mejor Gobierno.
Entre las hazañas del MURO se cuentan:
golpizas, enfrentamientos con armas de fuego y punzocortantes en diferentes
escuelas, robo de expedientes y documentos confidenciales, espionaje de sus
adversarios, sabotaje de actos públicos y espectáculos, amenazas, protestas
públicas, etcétera. Se cree que entre las últimas acciones de ese tipo por
parte del MURO estuvo la golpiza contra los actores de la obra Cúcara y Mácara,
en un teatro de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), en junio de
1981.
El MURO apoyó la represión de 1968; tuvo
enfrentamientos con partidarios del movimiento estudiantil, y organizó
protestas contra él, como la que se llevó a cabo el 8 de septiembre de aquel
año en la Plaza de Toros México, con consignas como: “¡queremos uno, dos,
tres Chés muertos!”, “¡mueran los guerrilleros apátridas!”,
“¡viva Cristo Rey!”, “¡viva Díaz Ordaz!”.
En la década de 1970, el MURO participó
en trifulcas en escuelas y se fue convirtiendo en mera referencia de episodios
de porrismo.
*Maestro en filosofía; especialista en
estudios acerca de la derecha política en México
Publicado por: Fátima García de Loeraon:
septiembre 08, 2013
Miembros del Movimiento
Universitario de Renovadora Orientación (MURO) realizan un acto en el que
manifiestan su “repudio” al movimiento estudiantil y al agravio de la
Bandera Nacional, que había ocurrido el 27 de Agosto de 1968.
El acto se realizó, el 8 de Septiembre de 1968 en la Plaza
de Toros México.
Para el escritor Luis González de Alba, los miembros del
MURO eran “un grupo fascistoide que se autonombró guardián de los “valores
patrios”.
Y como lo relata en su libro “Los días y los años”, su
propaganda caía en el vacío.
Jóvenes ligados al
Movimiento Universitario Renovadora Orientación (MURO), luego de una misa en la
Basílica de Guadalupe, marcharon hacia la Plaza de Toros México, en medio de
gritos de ¡Viva México! y ¡Viva Cristo Rey! y consignas contra el comunismo.
Ya en el mitin, los
oradores pidieron a todos los mexicanos repudiar serena y firmemente las
provocaciones del comunismo internacional, que se habían infiltrado en las
instituciones de educación superior del país, como la Universidad Nacional y el
Instituto Politécnico Nacional.
Fotos: Archivo
Histórico Excélsior
El texto llama al diálogo con insistencia, rechaza la violencia, exalta la paz y hace un llamado tanto a estudiantes como autoridades, como si se tratara de dos fuerzas en igualdad de condiciones. El texto de los obispos admite la supuesta manipulación de la juventud, pero tiene la virtud de no elogiar la represión del gobierno ni aclamar las medidas tiránicas de Díaz Ordaz. A diferencia de otros grupos fácticos que legitimaron el deplorable desenlace, como los empresarios, los medios, los sindicatos y numerosos intelectuales.
A partir del movimiento estudiantil de 1968 nada fue igual en el México contemporáneo. Se operan cambios graduales que alcanzan a la propia Iglesia mexicana. Ante el movimiento estudiantil, los obispos fueron ambiguos y no tuvieron el valor cívico de la denuncia.
Han cambiado poco, siguen tan conservadores como obcecados. Hace 50 años el lamentable episodio de Tlatelolco, cimbró el confort de la jerarquía católica por reacomodarse en las estructuras de poder de los gobiernos emanados de la Revolución Mexicana.
Recordemos que la Iglesia entra en el conflicto armado (1926-29), pierde y es perseguida; es marginada y tolerada (1940-1960) y a raíz del conflicto estudiantil, Díaz Ordaz la busca para legitimarse.
Con excepción de Sergio Méndez Arceo, quien se pronunció en favor de la causa universitaria y condenó la artera represión a los estudiantes, en general, predominó el silencio cómplice, como si los obispos fueran de otro país y observadores internacionales que se congregaban en torno a los Juegos Olímpicos.
Bernardo Barranco V., La Jornada, 3 de octubre de 2018
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