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“A nombre de Dios nos están matando, están haciendo
masacre. La Biblia es un adorno en la mano del gobierno de facto.
El problema de nuestro presidente Evo Morales ha sido ser indio...”, exclama un
líder aymara durante una marcha en La Paz (bit.ly/343PehW).
En cuestión de días queda claro que el golpe en Bolivia
(bit.ly/2Py5kui) no es sólo cívico-policiaco-militar, sino también
eclesiástico.
El
particular fundamentalismo católico –ojo, no evangélico (bit.ly/2YDJREp)− cruceño
es su spiritus movens, la Iglesia boliviana (Conferencia Episcopal)
al avalarlo y bendecir la brutal represión se vuelve su cuarta pata ((bit.ly/35ea6DS) y uno de
los objetivos de los golpistas −cuya acción cobra todos rasgos de
una reconquista y revangelización− no es sólo borrar lo
indio (wiphala, etc.) y dar marcha atrás con avances sociales de los años
recientes, sino también con la separación de la Iglesia y el Estado, siendo la
laicidad uno de los fundamentos del nuevo Estado plurinacional −Dios está fuera
del poder, fuera del palacio gubernamental (bit.ly/2PvXAc3)− y del proceso de descolonización encabezado
por Morales.
Allí está
el golpista ultracatólico Luis Fernando Macho Camacho entrando
como un cruzado al palacio de gobierno, arrodillándose ante una bandera
boliviana y una Biblia −¡Dios vuelve al palacio! (bit.ly/35eezXg)− y
haciendo sus rituales de purificación cristiana de todo lo pagano
−indio y, desde luego, comunista− en Bolivia: “¡Satanás fuera!,
¡ Pachamama nunca regresará!, ¡La patria es del Cristo!” (bit.ly/2YDIQMw).
Allí está
la proclamada presidenta provisional, Jeanine Áñez, asumiendo
el cargo frente a un enorme crucifijo, velas encendidas y una Biblia
abierta –en ausencia de una legitimidad institucional los golpistas apelan a
la divina (bit.ly/2RG5fHw)−,
que luego, junto con Camacho y otros líderes de extrema derecha, agita en el
aire desde el balcón del palacio presidencial (otra vez: Dios vuelve
a...).
¿Y dónde
está en todo esto el papa Francisco, que hasta ahora mantuvo un silencio
sepulcral (sic) respecto al golpe en Bolivia, limitándose a llamar a rezar
por la situación allí y pedir paz y serenidad? No es que tenga
ilusiones respecto a él –tanto Bergoglio como Francisco siempre se han regido
por silencios reaccionarios...−, pero sí tengo unas preguntas (aunque sean
retóricas):
¿De verdad
es posible que Francisco permanezca callado ante la instauración de una
dictadura –transicional− en Bolivia? ¿Será porque incluso respecto a la suya,
la brutal dictadura argentina también salida de un golpe (1976) y apoyada
ferozmente por la Iglesia y el Vaticano, nunca ha dicho una palabra?
¿Es posible
que este Papa latinoamericano, gran amigo de procesos progresistas en la
región, no salga a la defensa del proceso boliviano y sus logros? ¿Será porque
él... nunca era su amigo y vino más bien para neutralizarlos y cooptar sus
bases (bit.ly/35fEEF7)
nunca para fortalecerlos ni trabajar con ellos?
¿Es posible
que este gran amigo de los indígenas no salga a la defensa del primer
presidente indígena (bit.ly/2rvzbf7)
ni de los indígenas masacrados por el régimen racista de Áñez? ¿Será porque
siempre le gustaban más los indígenas −y los pobres− como objetos de
caridad, no sujetos que luchan por sus derechos (bit.ly/34bWVSr)?
¿Es posible
que Francisco ni siquiera le conteste a Evo su llamado de mediar, el mismo que
fue bautizado como Papa comunista por la izquierda biempensante
cuando Evo le regalaba una escultura de hoz y martillo en 2015?
¿Es posible
que este gran crítico del sistema neoliberal no diga ni una palabra
sobre la brutal restauración del neoliberalismo en Bolivia? ¿Será porque su
crítica siempre ha sido light, superficial y se detenía allí donde
tendría que pasar a la denuncia concreta?
¿De verdad
es posible que este gran defensor de la naturaleza ( Laudato si’,
etc.) no diga ni una palabra sobre la deposición de un gobierno que quizá mejor
encarnaba la defensa de la Madre Tierra, aun con todas las contradicciones de
su modelo extractivista y neodesarrollista (bit.ly/2E30SP0)? Al final tampoco ha dicho nada acerca del
asesinato de Berta Cáceres, la luchadora ambiental indígena hondureña: su
visión fue moldeada por su mano derecha, el cardenal golpista (sic) Rodríguez
Maradiaga que aparte de bendecir el golpe contra Zelaya (2009) mantenía, en un
buen estilo paranoico de la guerra fría, que aquél, Berta y otros
líderes sociales en Honduras eran comunistas y títeres de
Chávez (bit.ly/2PCc5vb).
¿Qué sentido
tiene denunciar valientemente −en el reciente Sínodo de la
Amazonia− la avidez de nuevos colonialismos y colonizaciones
ideológicas destructoras y reductoras hacia los pueblos originarios y
luego estar callado ante la recolonización real y la denigración sistemática de
las culturas indígenas en Bolivia emprendidas por supremacistas
blancos-criollos?
¿De veras
es posible que el Papa permanezca callado –su silencio de por sí avala la
postura golpista de la Iglesia boliviana− frente a un aberrante proceso de recatolización
del país en curso por parte de sectores religiosos fanáticos y
ultraviolentos que traicionan el núcleo emancipatorio del cristianismo (bit.ly/2PtpCF9)?
Y,
finalmente, ¿cuántos silencios cómplices más harán falta para que se reconozca
la verdadera −intrínsecamente conservadora (¡allí está la clave al enigma!)−
anatomía de este Papa?
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