2018 vocabulario para una nueva era: decrecimiento









En América Latina la idea del descrecimiento nunca llegó a tener el vigor y la fuerza que adquirió en Europa.

La publicación de este libro o la Primera Conferencia Norte-Sur sobre Descrecimiento, en la cual se presentará, no son esfuerzos de última hora para impulsar el movimiento en la región. Reflejan la convicción de que ha llegado el momento de entrelazar empeños semejantes. Por esto, tanto la conferencia como el libro están planteados como un diálogo.

La propuesta del descrecimiento se inscribe en el aliento ecologista que nació en el seno de la revolución cultural de los años sesenta. Es también heredera de una corriente ecologista muy vigorosa, que en los años setenta brotó sobre todo en algunos países industrializados. Fue un desafío abierto al régimen dominante y una crítica radical a la sociedad económica, capitalista o socialista, y al modo industrial de producción.

El año 1972 puede ser visto como punto de flexión del ecologismo.

Tuvo lugar entonces la Conferencia de Estocolmo sobre el Medio Ambiente Humano, la primera de las conferencias temáticas de la Segunda Década del Desarrollo de Naciones Unidas, en la cual se empleó por primera vez el término de sustentabilidad. En ese mismo año el Club de Roma presentó un informe que exigía considerar seriamente los límites de los recursos.

También en 1972, cuando estalló la crisis del petróleo y la Comisión Trilateral concibió la estrategia neoliberal, André Gorz formuló la idea del descrecimiento, como condición de un proyecto de transformación social basado en la equidad y el realismo ecológico, precursor de la ecología política que tomó forma en la siguiente década.

En los años ochenta los movimientos ecologistas cobraron ímpetu y llegaron a los congresos de varios países. Si bien esto permitió que
empezaran a promulgarse leyes de protección ecológica, se hicieron compromisos que restaron radicalidad al impulso. No se dio continuidad a la idea del descrecimiento.

En América Latina las denuncias del Club de Roma tuvieron un eco significativo pero efímero: no se tradujeron en corrientes de pensamiento y acción. La de 1980 fue la «década perdida para el desarrollo» para las instituciones oficiales. Se hizo evidente el carácter ilusorio de las promesas de Truman y la destrucción natural y social asociada con la empresa del desarrollo.

A finales de la década Iván Illich invitó a algunos de sus amigos a preguntarse: «Después del desarrollo, ¿qué?». El resultado de las conversaciones fue el Diccionario del desarrollo: una guía del conocimiento como poder. Comenzamos a hablar de posdesarrollo. Fue así posible descalificar de inmediato el nuevo lema de la Comisión Bruntland, pues el «desarrollo sustentable» intentaba sostener el desarrollo, no la naturaleza o la cultura.

En 1949 el emblema del desarrollo se creó para estabilizar la indiscutible hegemonía estadounidense. En el mismo discurso en que lo lanzó, Truman proclamó la guerra fría.

Cuarenta años después, cuando esta llegó a su término, Estados Unidos descubrió que el desarrollo era ya una bandera deshilachada e intentó lanzar un sustituto, la globalización, que nunca tuvo acogida semejante a la del desarrollo. Si bien unos la vieron como amenaza y otros como promesa, el consenso general era que constituía un dato, una realidad que debía aceptarse.

En 1994, con su ¡Basta ya!, los zapatistas, en el sur de México, se atrevieron a enfrentarla. Su llamado fue un despertador mundial, como ahora reconocen todos los movimientos antisistémicos.

Al empezar el siglo xxi se renovó en Europa el interés en la idea del descrecimiento como un movimiento de activistas impulsado en el marco de reflexiones e iniciativas asociadas con el posdesarrollo, la ecología política y la justicia ambiental.

En la actualidad, el descrecimiento sigue siendo una crítica de la economía del crecimiento, pero es también marco de referencia para una variedad de ideas y conceptos que son inspiración para distintos movimientos en que pesan cada vez más signos anticapitalistas y antipatriarcales.
Sus ideas y acciones están vinculadas con formas de vida que experimentan alternativas sensatas y justas, en las que cuentan claramente la autonomía y la autolimitación. Algunos teóricos y activistas del descrecimiento consideran indispensable luchar por políticas para la transición a través de los partidos políticos y el mundo institucional; otros solo confían en las iniciativas y acciones de los grupos de base.

En América Latina, mientras tanto, han estado floreciendo numerosas corrientes de pensamiento y acción que se desligan de todas las variantes del desarrollo y buscan un camino propio. En vez de la ruta hacia el American way of life, impuesta por la empresa desarrollista, se abren a la inmensa variedad y riqueza del mundo real, asumiendo el pluralismo radical y reconociendo la insensatez de adoptar una definición universal de la buena vida inviable e insostenible.

Buen vivir, vivir bien, vivir en plenitud, la vida buena, la vida digna, vida correcta, buen modo de ser, vida dulce, vida austera lubricada por el cariño, expresiones en español como estas empezaron a usarse para tomar distancia de los vientos dominantes. Estas traducciones de expresiones indígenas como sumak kawsay (quechua) y suma qamaña (aymara) reflejan la propensión a encontrar inspiración en quienes han logrado resistir la dominación colonial a lo largo de 500 años. Se aprende con ellos un sentido comunitario respetuoso de la Madre Tierra y el cosmos, que se opone al aliento inevitablemente individualista y depredador del desarrollo.


Un área fundamental de convergencia del descrecimiento y las sociedades latinoamericanas en movimiento es el compromiso con formas de autolimitación comunal, que desafían abiertamente los patrones dominantes y dan cabal sentido a las preocupaciones de los años setenta por los límites de los recursos y la destrucción natural y social que se realiza en nombre del crecimiento económico.

El diálogo entablado en este libro en torno al descrecimiento se manifiesta ante todo en sus tres prefacios :

los de la edición en inglés y de la española describen cómo nació la idea del libro mismo y cuál ha sido la experiencia europea con el descrecimiento; el tercer prefacio intenta hacer la conexión con la experiencia latinoamericana.

El diálogo también se expresa en las trece entradas que se agregaron a las del libro original, cada una de las cuales relaciona percepciones y énfasis de la región con la aspiración y la red de ideas y conversaciones que se asocian con el descrecimiento.

El caso de la autonomía ilustra bien ese diálogo. La entrada original parte de las contribuciones de Castoriadis y su riguroso intento de conceptualizar lo imaginario, que articuló con la autonomía colectiva y la creación radical. Muestra con claridad los ligámenes profundos que existen entre el proyecto de una sociedad de descrecimiento y la visión de Castoriadis de una sociedad autoinstituida y autorregulada.

La entrada sobre la versión latinoamericana de la autonomía, que me tocó a mí escribir, pone énfasis en las iniciativas y movimientos que en la región la han estado impulsando, mostrando sus contrastes con la experiencia europea tanto en la teoría como en la práctica.

Dos entradas de la edición española del libro usan la palabra «procomunes», aceptada en España como equivalente al commons anglosajón. En América Latina no se usa la palabra «procomunes» y persiste un debate sobre el término más adecuado para referirse a los commons y sus equivalentes.

«Comunalidad» es el nombre que se da a la vida cotidiana y al arte de enraizarse respetuosamente en la tierra y de actuar en colectivo en una región del sur de México.

La palabra tuvo amplia resonancia y es ya un término que se emplea para referirse a toda una familia de ideas y prácticas, que es muy rica y diversa en América Latina y se conecta fluidamente con lo que puede ya considerarse un movimiento mundial. Es lo que trata de recoger la entrada sobre el tema.


La economía popular, social y solidaria es una creación latinoamericana, que tiene en la región sus teóricos y una inmensa variedad de prácticas, aunque el fenómeno al que corresponde es enteramente mundial.

Este movimiento de ideas y experiencias nació en los años ochenta, cuando se transformaron actitudes arraigadas ante el llamado «sector informal» y algunas prácticas muy antiguas. Para el capitalismo y las instituciones internacionales fueron siempre anomalías o patologías que debían eliminarse, o áreas que debían modernizarse e incorporarse al patrón de la formalidad capitalista. Actores de muy diversas procedencias ideológicas y políticas, en contraste, encontraron en él potencialidades de transformación en los más diversos órdenes.

La corriente de pensamiento decolonial nació hace un cuarto de siglo como una agenda colectiva de trabajo basada en la experiencia histórica de América Latina. Se inscribe en la tradición anticolonial de 500 años de pensamiento en la región y se nutre con los movimientos de descolonización de mediados del siglo xx y con la teoría de la dependencia y la teología de la liberación. Se inspira también en el pensamiento negro del Caribe y feminismos negros, indígenas y chicanos, así como en innovaciones epistémicas como las de los zapatistas en Chiapas.

La propuesta decolonial ha actualizado esas tradiciones para impulsar una revolución epistemológica que abarca por igual a colonizadores y colonizados, poniendo en cuestión el orden moderno colonial en el que vivimos. Aunque los autores fundacionales de esta corriente son de origen latinoamericano, la decolonialidad se discute actualmente en todos los continentes y en movimientos sociales que exigen la decolonización de las instituciones del Estado y de la vida cotidiana.

La propuesta de la decolonialidad no reclama un espacio en la modernidad europea o una modernidad no-europea, sino que plantea desligarnos de esa tradición y del proyecto civilizatorio occidental. Impulsa formas epistémicas, políticas, ecológicas y estéticas de autonomía y la configuración de un horizonte orientado al pluriverso.


Las mujeres que impulsan diversos feminismos latinoamericanos reconocen sin reservas la forma en que las luchas de las mujeres de otras regiones y épocas las han inspirado y estimulado, pero al mismo tiempo realizan una crítica radical a los feminismos dominantes y particularmente a la tradición moderna, liberal y colonial.

La lucha de las mujeres en América Latina no solo se ocupa de resistir y enfrentar la opresión específica que padecen, sino que ha hecho contribuciones de enorme importancia a la transformación social de la región. Dar a este libro un contenido latinoamericano exige tomar muy seriamente en cuenta esta dimensión.

La entrada «Proyectos de vida» ha sido inspirada por formas de pensar y de ser de pueblos originarios de América Latina para aludir a formas de concebir ideas y comportamientos que se ubican explícitamente más allá del desarrollo.

Como podrá verse también en otras entradas, estas concepciones toman como punto de partida y de llegada el pluriverso, en el cual no solo se encuentran las culturas humanas sino también otros muchos seres vivos y no vivos que se asumen como parte y expresión del propio ser.

Se trata, como dicen los zapatistas, de construir un mundo en que quepan muchos mundos, desafiando abiertamente la imposición del mundo supuestamente universal de los colonizadores con propuestas políticas emergentes.

Los temas de seis nuevas entradas no son latinoamericanos : cambio climático, patrimonio comunitario, producción neguentrópica, rexistencia, transición energética, transiciones civilizatorias y valores plurales son asuntos que se debaten actualmente en el mundo entero y forman parte de las preocupaciones de la hora. En todos estos casos, sin embargo, la óptica y las experiencias latinoamericanas sobre cada uno de ellos tienen especificidad y se abren claramente al diálogo que aquí se busca.



Hay innumerables ejemplos de los caminos que se están construyendo para resistir el horror actual y construir otra cosa, pero quizá no haya ninguno tan avanzado como el de los zapatistas.

Lo que han construido en la Selva Lacandona, sin apoyo de recursos públicos y bajo permanente acoso, ilustra muy bien las nuevas formas de vida que rompen radicalmente con la obsesión del crecimiento económico y el desarrollo para adoptar un camino propio basado en la autonomía y la autolimitación comunal.

El zapatismo ha sido y es una creación intercultural. Nació del encuentro entre las tradiciones mayas de la Selva Lacandona y un grupo de luchadores sociales marxistas-leninistas-guevaristas que intentaba organizar una guerrilla. Según ellos mismos cuentan, la ideología de quienes se preparaban para la guerrilla quedó muy abollada en el encuentro y así nació algo nuevo, lo que ahora conocemos como zapatismo.

«Fue la primera derrota del ezln —comentó alguna vez el finado subcomandante Marcos—, la más importante y la que lo marcará de ahí en adelante». Los zapatistas saben aprender de su propia práctica y de todas las ideologías y experiencias que se les acercan. Se han transformado profundamente, sin dejar de ser ellos mismos.

Sus creaciones en la Selva Lacandona son un modo nuevo de vivir y gobernarse que ilustra bien el sentido de las propuestas de las sociedades en movimiento en América Latina y de quienes luchan por el descrecimiento. No están colgadas del mercado o el Estado. Se basan en la autonomía y la autolimitación.

Desde ahí, junto con los pueblos indios con los que se articulan en el Congreso Nacional Indígena, caminan ahora la iniciativa política radical que lanzaron desde octubre de 2016: han creado un Concejo Indígena de Gobierno e inauguran una forma de existencia social sin precedente.

Juntos, los pueblos indios y los zapatistas, parecen anunciar que se ha abierto ya una grieta en el muro de la historia y están en una lucha común, que transforma el dolor en rabia, la rabia en rebeldía, y la rebeldía en mañana, como dice el subcomandante Galeano. Bajo la tormenta, parece al fin posible lanzar la mirada al mañana.

* * *

Estamos ante la encrucijada más grave de la historia, cuando sabemos que no se puede avanzar por el mismo camino, un camino que pone en peligro la supervivencia de la especie humana e incluso del planeta.

Estamos en una coyuntura en que la destrucción natural va acompañada del deslizamiento a la barbarie en las relaciones sociales y de una actualización criminal de todos los fascismos.

Ante esa perspectiva, estamos dejando atrás las viejas formas de organización y de lucha, a menudo construidas en forma vertical y burocrática. Hemos empezado a huir como de la peste de las llamadas organizaciones de masas… y de las masas mismas.

A pesar de su resonancia radical, la palabra masa es de origen eclesiástico y burgués y reduce la condición humana a su unidad de volumen. No se trata ya de agruparnos de esa manera, en que nos ametrallan física o ideológicamente, pero necesitamos más que nunca estrechar nuestros lazos, identificar lo que nos une y concertar acuerdos.

Los diversos movimientos que emplean la idea del descrecimiento, cada quien a su manera, pueden entrelazarse fluidamente con los muy diversos movimientos latinoamericanos que pueden coincidir con ellos en la teoría y en la práctica.

Este libro abre una fascinante colección de ventanas hacia paisajes en movimiento, en los cuales, desde muy diversos contextos y circunstancias, empezamos a aprender juntos a ir más allá de la mera resistencia al proceso insensato en que nos encontramos, para empezar la construcción del mundo nuevo.

San Pablo Etla, Oaxaca, México, junio de 2018





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