venezuela II enero 2019







La creación de Juan Guaidó:
cómo los laboratorios de cambio
de régimen estadounidenses
crearon al líder del
golpe de estado en Venezuela


Por Dan Cohen y Max Blumenthal

Juan Guaidó es el producto de un proyecto de una década supervisado por los entrenadores de élite de Washington para cambios de gobierno. Mientras se hace pasar por un campeón de la democracia, ha pasado años al frente de una violenta campaña de desestabilización.

Antes del fatídico día 22 de enero, menos de uno de cada cinco venezolanos había oído hablar de Juan Guaidó. Hace solo unos meses atrás, este hombre de 35 años era un personaje oscuro en un grupo de extrema derecha políticamente marginal, estrechamente asociado con actos espantosos de violencia callejera. Incluso en su propio partido, Guaidó había sido una figura de nivel medio en la Asamblea Nacional, dominada por la oposición, que ahora se encuentra bajo desacato según la Constitución venezolana.

Pero después de una llamada telefónica del vicepresidente de Estados Unidos, Mike Pence, Guaidó se proclamó a sí mismo como presidente de Venezuela. Ungido como el líder de su país por Washington, un político previamente desconocido fue trasladado al escenario internacional como el líder seleccionado por Estados Unidos para la nación con las reservas de petróleo más grandes del mundo.

Haciendo eco del Consenso de Washington, el comité editorial del New York Times calificó a Guaidó como un “rival creíble” para Maduro con un “estilo refrescante y una visión para hacer avanzar al país”. El comité editorial de Bloomberg News lo aplaudió por buscar la “restauración de la democracia” y el Wall Street Journal lo declaró “un nuevo líder democrático”.

Mientras tanto, Canadá, numerosas naciones europeas, Israel y el bloque de gobiernos latinoamericanos de derecha conocido como el Grupo de Lima reconocieron a Guaidó como el líder legítimo de Venezuela.

Si bien Guaidó parecía haberse materializado de la nada, él era, de hecho, el producto de más de una década de asidua preparación por parte de las fábricas de élite dedicadas al cambio de régimen del gobierno de Estados Unidos.
Junto a un grupo de activistas estudiantiles de derecha, Guaidó fue entrenado para socavar el gobierno de orientación socialista de Venezuela, para desestabilizar el país y, algún día, tomar el poder. Aunque ha sido una figura menor en la política venezolana, había pasado años demostrando en silencio su valía en los pasillos del poder de Washington.


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La ruina de Venezuela 
no se debe al «socialismo»
ni a la «revolución»


Más que una transformación socialista (o desarrollista), la economía venezolana vivió una masiva transferencia de renta hacia el capital importador y hacia una casta burocrático-militar que vive a costa de las arcas públicas mediante la sobrevaluación del bolívar y las importaciones fraudulentas para captar divisas a precios preferenciales. El proceso bolivariano ha sido más bien una variante del rentismo petrolero que ya se había registrado durante el primer gobierno de Carlos Andrés Pérez (1974-1979). Antes que a las revoluciones socialistas clásicas, el proyecto bolivariano se parece a un nacional-populismo militarista. 

manuel   sutherland
marzo - abril 2018
economista que dirige
el centro de investigación y formación obrera
de caracas









Para pocas personas es un secreto que Venezuela sufre la crisis más profunda de su historia. Por cuarto año consecutivo, el país presentará la inflación más alta del mundo (estimada en cerca de 2.616% para 20171). En enero de 2018, la inflación alcanzó el 95% y la inflación anualizada fue de 4.520% (5.605% en alimentos, según la firma Econométrica)2. De este modo, el país ha entrado de lleno en la hiperinflación y ve con estupor cómo los precios suben a diario.

Venezuela posee además un déficit fiscal de dos dígitos (al menos por sexto año consecutivo), el riesgo país más alto del mundo, las reservas internacionales más bajas de los últimos 20 años (menos de 9.300 millones de dólares) y una tremebunda escasez de bienes y servicios esenciales (alimentos y medicinas). El valor del dólar paralelo (que sirve para fijar casi todos los precios de la economía) se ha incrementado en más de 2.500% en 2017, lo cual ha desintegrado por completo el poder adquisitivo de la población. 

En ese infausto panorama, Venezuela constituye el mejor «argumento» para las derechas más retrógradas. 

En cualquier ámbito mediático, aprovechan la situación para asustar a sus compatriotas con preguntas como: «¿Quieren socialismo? ¡Vayan a Venezuela y miren la miseria!». «¿Anhelan un cambio? ¡Miren cómo otra revolución destruye un país próspero!». Sesudos analistas aseveran que las políticas socialistas arruinaron el país y que la solución es una reversión ultraliberal de la revolución.

En estas líneas, quisiéramos mostrar que la política económica bolivariana dista mucho de ser «socialista», e incluso «desarrollista». Lo que a las claras se observa es un proceso de desindustrialización severo en favor de una casta importadora-financiera que, con un discurso enardecido y un clientelismo popular vigoroso, ha acelerado de manera drástica la fase depresiva del ciclo económico capitalista de un proceso nacional de acumulación de capital basado en la apropiación de la renta hidrocarburífera.





Para sintetizar (aún más)
 las políticas económicas
lejanas al socialismo

De forma muy breve, se podría aseverar que:

1. Las estatizaciones han sido, por lo general, provechosos negocios para la burguesía local. En la gran mayoría de ellas se ha pagado mucho por empresas técnicamente obsoletas. Un ejemplo significativo es la nacionalización del Banco de Venezuela: por el 51% de las acciones que compró, el Estado pagó 1.050 millones de dólares, a pesar de que el banco había sido adquirido por el Grupo Santander (93% del paquete accionario) en menos de 300 millones de dólares.

2. La muy necesaria «reforma tributaria» sigue pendiente. Según la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal), los países que mostraron los mayores incrementos desde 1990 en sus promedios de ingresos fiscales sobre el pib fueron Bolivia (20,6 puntos porcentuales) y Argentina (18,8), mientras que Venezuela registró un descenso de 4,5 puntos porcentuales14.

3. Menos «socialista» ha sido la fragmentación del capital en decenas de instituciones financieras de escaso capital y notable ineficiencia. El fraccionamiento de la banca estatal ha sido acompañado por una política de créditos baratos, que choca con la delirante idea de la «guerra económica». Decimos esto porque si el gobierno asevera que los empresarios sabotean la economía produciendo menos, vendiendo caro y escondiendo sus productos, es absurdo y contradictorio que el gobierno financie a esos empresarios con millonarios créditos a tasa de interés negativa. ¿Cómo justificar la dádiva munificente a quienes supuestamente llevan adelante la «guerra económica»?

Ejemplos de esos «obsequios» (además del tipo de cambio preferencial) hay muchos. Recientemente, el vicepresidente Tareck El Aissami detalló: «La meta es inyectarle en el primer semestre de 2018 al sector privado 10 billones de bolívares en créditos, lo que representará casi un tercio del presupuesto nacional»15.

También le prestan dólares a la burguesía: por ejemplo, la empresa Nestlé recibió un crédito de 9 millones de dólares y Ron Santa Teresa, 4 millones de dólares16. Hace poco, Maduro aprobó en el cierre de la Expo Venezuela Potencia otro crédito por 25 millones de dólares a distintas empresas venezolanas.

4. El pib industrial registró un notable incremento (2004-2008), para luego decrecer a niveles por debajo del de 1997, situación preocupante y que se podría considerar paradójica a simple vista, ya que en los años de crecimiento elevado (2004-2008) la importación de maquinaria y equipos industriales (formación bruta de capital fijo) se quintuplicó. Un proceso de industrialización estatal masivo y a gran escala es la base de todo gobierno que se precie como desarrollista o socialista, pero en Venezuela se hizo lo contrario.

Muchas de las series de datos oficiales de producción industrial física disponibles (a febrero de 2018) terminan en 2011. Si se analiza con cifras recientes la producción de automóviles, se ve que el retroceso ha sido extraordinario. Entre 2007 y 2015, esta producción se ha desplomado en un impresionante 89%; el guarismo de 2015 es casi tan bajo como el registro de 1962, cuando nació formalmente la industria automotriz y se ensamblaron 10.000 vehículos.

Desde 2007, año en que se ensamblaron 172.418 unidades, la industria automotriz ha caído en picada: en 2015 se contrajo a su peor nivel en 53 años y ensambló apenas 18.300 unidades17. Según datos de la Cámara Automotriz de Venezuela y de la Federación Venezolana de Autopartes, el ensamblaje de vehículos cayó hasta 2.694 unidades, 83% menos que en los mismos 11 meses de 201518.


Salarios, depauperación
y perspectivas

En apretado sumario, se ha visto que no se trata del fracaso de medidas económicas que emanan de los textos de Marx o de la Revolución Rusa. En algunos elementos puntuales, se ha observado que la política económica bolivariana no tiene nada que ver con un cambio revolucionario anticapitalista ni con una metamorfosis de las relaciones sociales de producción.

El proceso bolivariano ha sido más bien una variante de las políticas económicas que derivan del llamado «rentismo petrolero», que ya se habían experimentado en el primer gobierno de Carlos Andrés Pérez (1974-1979). El componente ideológico y algunos discursos de talante antiimperialista y antiempresarial confunden a la mayoría de los analistas que estudian las alocuciones de los presidentes y no sus políticas concretas.

Aunque el gobierno bolivariano expandió el gasto social, estatizó empresas, desarrolló políticas de transferencias directas a los más pobres y otorgó subsidios enormes en los servicios públicos, la centralidad de su política económica no fue más que la continuación de la apropiación radicícola de la renta petrolera y de su derroche, con el agravamiento de la consolidación de políticas de «control» que solo aceleraron los procesos de destrucción del agro, la industria y el comercio en favor del enriquecimiento del capital importador-financiero y el engorde de una casta militar-burocrática hipercorrupta que saquea a manos llenas a la nación, hasta empobrecerla a niveles nunca antes vistos en estas latitudes.

El resultado directo de la política de expolio de la renta a través de la sobrevaluación de la moneda, la emisión de dinero inorgánico (el gobierno incrementó la base monetaria en más de 2.500.000% entre 1999 y 2018) como política útil para sostener un gasto público utilizado de manera clientelar y anarquizada. Además se refleja la caída en 83%, entre 2006-2017, de la remuneración mínima mensual (salario más bono de alimentación) que recibe la clase trabajadora.

La izquierda mundial no tiene por qué acallar sus críticas ni forzar defensas estrafalarias y atávicas en aras de «no mimetizarse con la derecha» en un análisis riguroso del proceso nacional de acumulación de capital en Venezuela. La izquierda debe criticar a los «progresismos» con la misma sagacidad y agudeza que aplica a regímenes abiertamente antiobreros y derechistas. No tiene por qué ignorar la centralidad de los problemas que acaecen en esos países, sino que debe colaborar con ágiles propuestas sin hesitar, y ello pasa por analizarlos objetivamente y criticarlos con conocimiento dialéctico, no con catilinarias. Si se hundió el Titanic, no hay que negar el hecho concreto del naufragio en aras de ser solidarios y antiimperialistas.

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Apuntes subversivos
para un tiempo difícil


Javier Echeverría Zabalza
miembro del
Consejo Ciudadano de Navarra
de Podemos-Ahal Dugu



Rebelión
04.02.19
31.01.19



Se palpa en el ambiente un pesimismo profundo en el sector social más consciente y transformador. Estamos padeciendo un progresivo recorte de derechos, a la vez que una desigualdad y precariedad cada vez mayor; percibimos graves amenazas económicas y sociales, así como un peligroso acercamiento a los límites del planeta y a su sostenibilidad.

Constatamos que la movilización de la derecha social es alta, mientras que la izquierda política está dividida y la social, desmovilizada. Sentimos que estamos viviendo un momento crítico, si el análisis lo ponemos en perspectiva histórica. ¿Qué hacer? Sólo pretendo plantear unas pocas reflexiones con cierto ánimo provocador. 



1.- Los grandes poderes, a la ofensiva. Es muy claro que la hegemonía la tienen los grandes poderes económicos, políticos, mediáticos y culturales desde hace ya varias décadas. Han logrado que, en el fondo, la gran mayoría de la gente aceptemos el sistema capitalista como el único posible, porque sabemos que todas sus alternativas han fracasado.

Si eso es cierto, lo tienen fácil para mantener su hegemonía: lo que hay que hacer, dicen, es perfeccionar el sistema capitalista.

¿Cómo? Globalizando la economía mediante más competencia hacia abajo en salarios, impuestos, derechos… para así bajar los precios; fomentando el incremento de los beneficios y la acumulación de riqueza para que así se cree empleo, se fomente el I+D+i y se pueda seguir la rueda de solución de los problemas actuales mediante los avances científico-técnicos...

Este discurso es hoy hegemónico en todo el mundo. 

¿Qué hacemos nosotros mientras tanto? Tratar de parchear el sistema en sus puntos más sangrantes, sin desenmascarar al capitalismo ni introducir dinámicas transformadoras serias.

Y, sin despreciar en absoluto los pequeños logros conseguidos, eso supone asentar cada vez más su hegemonía y nuestra sumisión. Ponen en el centro a los consumidores, y los confrontan con los productores porque, según ellos, estos son los culpables de que el poder adquisitivo no sea mayor.
Y también enfrentan a los consumidores con los límites del planeta mediante su negación o con supuestas soluciones científico-técnicas.

Todo esto supone un reforzamiento del individualismo y la debilitación de la acción colectiva: su principio filosófico es que cada cual es y debe ser responsable de sí mismo; en todo caso, a lo único a lo que se puede llegar es a la caridad, y sólo en los casos más extremos.

Así que, con este panorama, cada vez se hace más difícil cambiar la correlación de fuerzas: como cada cual estamos centrados en lo nuestro, les basta con inducir el miedo a no poder subsistir o a empeorar nuestra situación y con confrontar sectores sociales para hacerles responsables de los problemas que tenemos.  Cuentan para ello con medios económicos, políticos, institucionales y mediáticos muy poderosos. 

2.- Necesitamos pasar a la ofensiva. Es preciso que la gente más consciente ponga cuanto antes las bases para pasar a la ofensiva, porque esta es una condición sine que non para cambiar la actual correlación de fuerzas. 

Entre otras cosas, esto requiere:
a) Reconocer que el capitalismo ha servido para que la humanidad hiciera importantes avances económicos y sociales, pero explicar a la vez con firmeza que: desde hace ya un tiempo este sistema se ha convertido en un gravísimo peligro para las personas, la vida y el planeta en su conjunto, ya que no es sostenible ni económica, ni ecológica, ni social, ni cultural, ni geoestratégicamente; no puede tolerar el derrumbe del patriarcado y la igualdad de mujeres y hombres;
es incompatible con una cultura de fomento de valores y principios como igualdad, fraternidad, igualdad real (no sólo de mercado) y cooperación, imprescindibles hoy para lograr la sostenibilidad.

b) Es imperioso y urgente cambiar el entramado legal-normativo-institucional de los estados, de la UE y mundial por otro que ponga en el centro la vida en general y la humana en particular.

c) Necesitamos hacer una reflexión profunda sobre los valores y dinámicas de confrontación entre y dentro de las fuerzas y personas que decimos pertenecer al campo de lo que habitualmente se conoce como izquierdas, con el fin de evitar la autodestrucción y favorecer la cooperación en la acción conjunta. Se trata de un problema que lo venimos arrastrando desde la Revolución Francesa y necesitamos cambiar radical y urgentemente esa cultura.

Éste es uno de los problemas fundamentales a superar, porque es condición de posibilidad de todo lo demás. Sobre todo, cuando tenemos la necesidad de abarcar progresivamente el mundo entero. 

Aunque el acento y la justificación de nuestras diferencias los solemos situar habitualmente en los programas, nuestro mayor problema es la escasa voluntad que tenemos de cooperar lealmente y actuar conjuntamente respetando escrupulosamente los principios democráticos -también el de respetar lo que decida la mayoría si no hay consenso-.



d) En lugar de gastar gran cantidad de energía en disquisiciones teóricas y disputas puristas sobre el tipo de sociedad al que queremos llegar, creo que lo que deberíamos hacer es centrarnos en el proceso de conseguir mejoras de todo tipo, de acuerdo a las necesidades y prioridades de cada situación; eso sí, apuntando a una sociedad cada vez más justa y sostenible en todos los aspectos.

En este sentido, tenemos ya referencias de propuestas de programas o manifiestos que podrían servir para armar consensos muy amplios para todo el mundo; un ejemplo es el manifiesto que propone Naomi Klein en Decir NO no basta. 

3.- Dificultad, voluntad, trabajo conjunto y esperanza. Muy difícil, casi abrumador. Pero absolutamente necesario. Además, tenemos muy poco tiempo.

Sin embargo, por el lado anverso nos encontramos con la ventaja de que no tenemos otra alternativa: en el punto al que hemos llegado, o paramos esta dinámica capitalista de crecimiento, acumulación, desigualdad y especulación-rapiña o el desastre económico, ecológico y social está asegurado.

Y para llevar a cabo esta ingente tarea no tenemos otro camino que la cooperación entre diferentes.

Podríamos, si quisiéramos. Y las necesarias esperanza e ilusión se tienen que basar en esa voluntad, no en la negación u olvido de la gravedad de la situación actual.


Espero que para ponernos las pilas no tengamos que llegar a que se materialicen amenazas que ya son muy reales: episodios de colapsos con la posibilidad de un enorme sufrimiento para gran cantidad de gente, para nuestros ecosistemas y para el planeta en general.


Así que, dejémonos de egos, sectas, purismos y venganzas, y pongámonos el buzo del trabajo cooperativo, leal y democrático.


 JAVIER ECHEVERRIA ZABALZA
podemos    /    navarra 


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