Silvia Ribeiro *
Para Alfonso Romo, jefe de la Oficina de la Presidencia del actual gobierno, las y los pobladores de Yucatán son muertos de hambre, que no saben ni manejar sus propias tierras y a los que la empresa Enerall, que él fundó y ahora maneja su familia, les lleva el progreso (https://tinyurl.com/sl5tel8).
El desarrollo del que Romo se dice orgulloso es alterar radicalmente la naturaleza de los suelos y sistemas de agua únicos de la península de Yucatán para plantar soya transgénica y otros semillas patentadas por Monsanto-Bayer y similares. Todo, regado con agrotóxicos de las mismas compañías, contaminando el agua potable de la península.
El agua que quede, porque la investigación de Cacelín, Melgoza y Rincón publicada el 2 de marzo por Proceso y otros medios llama a Romo cacique del agua, ya que a través de esa empresa obtuvo gratuitamente la mayor concesión de extracción de agua de la península.
En el proceso, Enerall taponó un cenote de 5 mil 500 metros cuadrados, deforestó y eliminó fauna local, pagó sueldos miserables a los trabajadores, en el acuífero más importante de México, cuya disponibilidad ha disminuido 43 por ciento (https://tinyurl.com/r7dvgr5).
Tizimín, donde opera Enerall, es una de las áreas en que el gobierno, en 2012, aprobó a Monsanto una enorme extensión para siembra de soya transgénica. Luego de un largo y trabajoso proceso judicial contra este permiso por comunidades y organizaciones de la península, como el Colectivo Apícola de los Chenes, la Senasica anuló, a finales de 2017, el permiso de siembra de Monsanto para esta área y todas las demás en siete estados incluidas en el mismo. No está claro para las comunidades de la península si pese a haber sido cancelado ese permiso, de todas maneras hubo siembra ilegal de transgénicos en ese periodo y posteriores. En 2017, Enerall se asoció con la multinacional Cargill para abrir una gran planta en Tizimín de adquisición y distribución de granos.
Según Romo, Enerall convierte suelos áridos en fértiles. Esto lo hace a partir de romper la estructura natural de los suelos con máquinas pesadas (además de deforestar y tapar cenotes donde le cuadre) para agregar un sustrato que contiene microbios –que cabe preguntarse si son transgénicos, dado el historial de Romo–, con lo cual genera un suelo artificialmente apto para plantar monocultivos de soya, maíz y otros.
Éstos son regados con glifosato, cancerígeno según la OMS, y otros agrotóxicos de Monsanto-Bayer y otras trasnacionales. Ni Romo ni la empresa informan por cuánto tiempo se podrían plantar esos suelos, que debido a esta receta sufren un proceso de erosión acelerado.
El sistema de suelos de la península de Yucatán, así como sus sistemas de ríos subterráneos y cenotes, son únicos en el mundo. Por su alta porosidad, los contaminantes se filtran más rápidamente y diseminan en el agua. Son sistemas complejos y delicados que los pueblos indígenas han sabido conocer, apreciar y convivir durante siglos.
Romo tiene un nutrido historial en apropiarse y vender recursos únicos de México. Antes de Enerall era dueño de la semillera Seminis (que llegó a ser la empresa más grande del mundo en semillas de hortalizas). En 2005 la vendió a Monsanto y se quedó trabajando con esa compañía por tres años.
Así, Monsanto accedió a miles de semillas de variedades únicas de maíz, chiles y otros cultivos nativos de México.
Poco después su amigo Juan Enríquez Cabot (así lo nombra Romo), otro empresario biotecnológico, lo contactó con Craig Venter, biotecnólogo estadunidense que trabajó para el sector público en el secuenciamento del genoma humano, pero se retiró para hacer su negocio privado, mientras intentaba patentar miles de genes que había estudiado en el proyecto público. En 2004, Venter emprendió un viaje global de biopiratería de microbios marinos alegando que eran para fines de investigación.
De México se llevó miles de muestras de microorganismos de la península de Yucatán sin solicitar autorización del gobierno –lo cual tuvo que hacer en los demás países–, ya que aquí la investigadora de la UNAM Valeria Souza lo cubrió con su permiso de colecta científica.
En paralelo, a tal colecta científica Venter buscaba fundar una empresa comercial para aprovechar las muestras obtenidas. Gracias a Enríquez Cabot, Romo aportó en 2005 el capital principal para fundar Synthetic Genomics, de la que ambos pasaron a formar parte.
Tanto Enerall como el proyecto del Tren Maya, pieza clave del proyecto de nación que coordinó Romo para AMLO, parten de la misma lógica. No hay reconocimiento ni respeto por las comunidades, sus formas de gobierno, culturas y relación con la naturaleza, sino que ven todo el sureste como una zona de negocios a explotar.
Rogelio Jiménez Pons, director del Fonatur, se refirió a las comunidades indígenas en el mismo tenor que Romo: el Tren Maya será negocio para algunos y los pobladores de la península podrán llegar a pie a pedir limosna (https://tinyurl.com/sfgs7s4).
No son emprendimientos para las comunidades.
Tal como explica Heber Uc, del Consejo Indígena de Bacalar, el Tren Maya es para conectar y dinamizar diferentes empredimientos –como Enerall y Cargill– que desde hace años atropellan a los pueblos mayas en la Península de Yucatán (https://hablanlospueblos.org/)
* Investigadora del Grupo ETC
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