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Mussolini, invariablemente inquieto y beligerante, se rebeló contra el pacifismo de sus correligionarios. Propugnó la intervención de Italia en la guerra. Dio, inicialmente, a su intervencionismo un punto de vista revolucionario. Sostuvo que extender y exasperar la guerra era apresurar la revolución europea. 

Pero, en realidad, en su intervencionismo latía su psicología guerrera que no podía avenirse con una actitud tolstoyana y pasiva de neutralidad. En noviembre de 1914, Mussolini abandonó la dirección del Avanti y fundó en Milán Il Popolo d'Italia para preconizar el ataque a Austria. Y Mussolini, propagandista de la intervención, fue también un soldado de la intervención.

Llegaron la victoria, el armisticio, la desmovilización. Y, con estas cosas, llegó un período de desocupación para los intervencionistas. Mussolini creó los fasci di combatimento : haces o fajos de combatientes. Pero en Italia el instante era revolucionario y socialista. 

Para Italia la guerra había sido un mal negocio. La Entente le había asignado una magra participación en el botín. Olvidadiza de la contribución de las armas italianas a la victoria, le había regateado tercamente la posesión de Fiume. Italia, en suma, había salido de la guerra con una sensación de descontento y de desencanto. 

Se realizaron, bajo esta influencia, las elecciones. Y los socialistas conquistaron 155 puestos en el parlamento. Mussolini, candidato por Milán, fue estruendosamente batido por los votos socialistas.

Pero esos sentimientos de decepción y de depresión nacionales eran propicios a una violenta reacción nacionalista. Y fueron la raíz del fascismo.  La clase media es peculiarmente accesible a los más exaltados mitos patrióticos. 

Y la clase media italiana, además, se sentía distante y adversaria de la clase proletaria socialista. No le perdonaba su neutralismo. No le perdonaba los altos salarios, los subsidios del Estado, las leyes sociales que durante la guerra y después de ella había conseguido del miedo a la revolución. 

Estos malos humores de la clase media encontraron un hogar en el fascismo. Mussolini atrajo así la clase media a sus fasci di combatimento.
No era todavía el fascismo una secta programática y conscientemente reaccionaria y conservadora. El fascismo, antes bien, se creía revolucionario. Su propaganda tenía matices subversivos y demagógicos. 

El fascismo, por ejemplo, ululaba contra los nuevos ricos. Sus principios -tendencialmente republicanos y anti-clericales- estaban impregnados del confusionismo mental de la clase media que, instintivamente descontenta y disgustada de la burguesía, es vagamente hostil al proletariado. 

Italia entró en un período de guerra civil. Asustada por las chances de la revolución, la burguesía armó, abasteció y estimuló solícitamente al fascismo. Y lo empujó a la persecución truculenta del socialismo, a la destrucción de los sindicatos y cooperativas revolucionarias, al quebrantamiento de huelgas e insurrecciones. 

El fascismo se convirtió así en una milicia numerosa y aguerrida. Acabó por ser más fuerte que el Estado mismo. Y entonces reclamó el poder. Las brigadas fascistas conquistaron Roma. 

Mussolini, en "camisa negra", ascendió al gobierno, constriñó a la mayoría del parlamento a obedecerle, inauguró un régimen y una era fascistas.

Acerca de Mussolini se ha hecho, mucha novela y poca historia. A causa de su beligerancia política, casi no es posible una definición objetiva y nítida de su personalidad y su figura. Unas definiciones son ditirámbicas y cortesanas; otras definiciones son rencorosas y panfletarias. A Mussolini se le conoce, episódicamente, a través de anécdotas e instantáneas. 

Se dice, por ejemplo, que Mussolini es el artífice del fascismo. Se cree que Mussolini ha "hecho" el fascismo. Ahora bien, Mussolini es un agitador avezado, un organizador experto, un tipo vertiginosamente activo. Su actividad, su dinamismo, su tensión, influyeron vastamente en el fenómeno fascista. Mussolini, durante la campaña fascista, hablaba un mismo día en tres o cuatro ciudades. Usaba el aeroplano para saltar de Roma a Pisa, de Pisa a Bolonia, de Bolonia a Milán. 

Mussolini es un tipo volitivo, dinámico, verboso, italianísimo, singularmente dotado para agitar masas y excitar muchedumbres. Y fue el organizador, el animador, el condottiere del fascismo. 

Pero no fue su creador, no fue su artífice. Extrajo de un estado de ánimo un movimiento político; pero no modeló este movimiento a su imagen y semejanza. Mussolini no dio un espíritu, un programa, al fascismo. Al contrario, el fascismo dio su espíritu a Mussolini. 

Su consustanciación, su identificación ideológica con los fascistas, obligó a Mussolini a exonerarse, a purgarse de sus últimos residuos socialistas. Mussolini necesitó asimilar, absorber el antisocialismo, el chauvinismo de la clase media para encuadrar y organizar a ésta en las filas de los fasci di combatimento. Y tuvo que definir su política como una política reaccionaria, anti-socialista, anti-revolucionaria. 

Otros ex-socialistas no se han visto nunca forzados a romper explícitamente con su origen socialista. Se han atribuido, antes bien, un socialismo mínimo, un socialismo homeopático. 

Mussolini, en cambio, ha llegado a decir que se ruboriza de su pasado socialista como se ruboriza un hombre maduro de sus cartas de amor de adolescente. Y ha saltado del socialismo más extremo al conservatismo más extremo. No ha atenuado, no ha reducido su socialismo; lo ha abandonado total e integralmente.

 Sus rumbos económicos, por ejemplo, son adversos a una política de intervencionismo, de estadismo, de fiscalismo. No aceptan el tipo transaccional de Estado capitalista y empresario : tienden a restaurar el tipo clásico de Estado recaudador y gendarme. 

Sus puntos de vista de hoy son diametralmente opuestos a sus puntos de vista de ayer. Mussolini era un convencido ayer como es un convencido hoy. 

¿Cuál ha sido el mecanismo o proceso de su conversión de una doctrina a otra? 

No se trata de un fenómeno cerebral; se trata de un fenómeno irracional. El motor de este cambio de actitud ideológica no ha sido la idea; ha sido el sentimiento. 

Mussolini no se ha desembarazado de su socialismo, intelectual ni conceptualmente. El socialismo no era en él un concepto sino una emoción, del mismo modo que el fascismo tampoco es en él un concepto sino también una emoción. 

Observemos un dato psicológico y fisonómico: Mussolini no ha sido nunca un cerebral, sino más bien un sentimental. En la política, en la prensa, no ha sido un teórico ni un filósofo sino un retórico y un conductor. Su lenguaje no ha sido programático, principista, ni científico, sino pasional, sentimental. 

Los más flacos discursos de Mussolini han sido aquéllos en que ha intentado definir la filiación, la ideología del fascismo. El programa del fascismo es confuso, contradictorio, heterogéneo: contiene, mezclados péle-méle, conceptos liberales y conceptos sindicalistas. Mejor dicho, Mussolini no le ha dictado al fascismo un verdadero programa; le ha dictado un plan de acción.

Mussolini ha pasado del socialismo al fascismo, de la revolución a la reacción, por una vía sentimental, no por una vía conceptual. Todas las apostasías históricas han sido, probablemente, un fenómeno espiritual. 

Mussolini, extremista de la revolución ayer, extremista de la reacción hoy, nos recuerda a Juliano. Como este Emperador, personaje de Ibsen y de Mjerowskovsky, Mussolini es un ser inquieto, teatral, alucinado, supersticioso y misterioso que se ha sentido elegido por el Destino para decretar la persecución del dios nuevo y reponer en su retablo los moribundos dioses antiguos.







La crisis del régimen fascista, ha esclarecido y precisado la fisonomía y el contenido del fascismo.

El partido fascista, antes de la marcha a Roma, era una informe nebulosa. Durante mucho tiempo no quiso calificarse ni funcionar como un partido, El fascismo, según muchos "camisas negras" de la primera hora, no era una facción sino un movimiento.

La composición, la estructura de los fasci, explicaban su confusionismo ideológico. Los fasci reclutaban sus adeptos en las más diversas categorías sociales. En sus rangos se mezclaban estudiantes, oficiales, literatos, empleados, nobles, campesinos, y aun obreros. 

La plana mayor del fascismo no podía ser más policroma. La componían disidentes del socialismo; ex-combatientes, cargados de medallas; literatos futuristas exuberantes y bizarros; ex-anarquistas de reciente conversión; sindicalistas, republicanos, fiumanistas y monarquistas ortodoxos de la nobleza adicta a la dinastía de Savoya. Republicano, anticlerical, iconoclasta, en sus orígenes, el fascismo se declaró más o menos agnóstico ante el régimen y la iglesia cuando se convirtió en un partido.

La bandera de la patria cubría todos los contrabandos y todos los equívocos doctrinarios y programáticos. Los fascistas se atribuían la representación exclusiva de la italianidad. Ambicionaban el monopolio del patriotismo. Pugnaban por acaparar para su facción a los combatientes y mutilados de la guerra. La demagogia y el oportunismo de Mussolini y sus tenientes se beneficiaron, ampliamente, a este respecto, de la maldiestra política de los socialistas, a quienes una insensata e inoportuna vociferación antimilitarista había enemistado con la mayoría de los combatientes.

La conquista de Roma y del poder agravó el equívoco fascista.

 Los fascistas se encontraron flanqueados por elementos liberales, democráticos, católicos, que ejercitaban sobre su mentalidad y su espíritu una influencia cotidiana enervante. En las filas del fascismo se enrolaron, además, muchas gentes seducidas únicamente por el éxito. 

La composición del fascismo se tornó espiritual y socialmente más heteróclita. Mussolini no pudo por esto, realizar plenamente el golpe de Estado. Llegó al poder insurreccionalmente; pero buscó, en seguida, el apoyo de la mayoría parlamentaria. 

Inauguró una política de compromisos y de transacciones. Trató de legalizar su dictadura. Osciló entre el método dictatorial y el método parlamentario. 

Declaró que el fascismo debía entrar cuanto antes en la legalidad. Pero esta política fluctuante no podía cancelar las contradicciones que minaban la unidad fascista. 

No tardaron en manifestarse en el fascismo dos ánimas y dos mentalidades antitéticas. Esta polémica tuvo vastas proyecciones. Se quiso fijar y definir, de una y otra parte, la función y el ideario del fascismo. 

El fascismo que hasta entonces no se había cuidado sino de ser acción, empezaba a sentir la necesidad de ser también una teoría. 

La contradicción no parecía embarazarlos sobremanera. Algunos hablaban, por su parte, del proyectado Estado fascista como un Estado sindical. Y los revisionistas, de su lado, aparecían teñidos de un vago liberalismo.

Mussolini no se mezclaba en estos debates. Ausente de la polémica, ocupaba virtualmente en el fascismo una posición centrista. 

Interrogado, cuidaba de no comprometerse con una respuesta demasiado precisa. "Después de todo, ¿qué importa el contenido teórico de un partido? Lo que le da la fuerza y la vida es su tonalidad, es su voluntad, es el ánima de aquéllos que lo constituyen".








El fascismo es la reacción, como casi todos lo saben o casi todos creen saberlo. Pero la compleja realidad del fenómeno fascista no se deja captar íntegramente en una definición simplista y esquemática. 

En Italia, la reacción nos ofrece su experimento máximo y su máximo espectáculo. El fascismo italiano representa, plenamente, la anti-revolución o, como se prefiera llamarla, la contra-revolución. La ofensiva fascista se explica, y se cumple, en Italia, como una consecuencia de una retirada o una derrota revolucionaria. El régimen fascista no se ha incubado en un casino. Se ha plasmado en el seno de una generación y se ha nutrido de las pasiones y de la sangre de una espesa capa social. 

Ha tenido, cual animador, cual caudillo, a un hombre del pueblo, intuitivo, agudo, vibrante, ejercitado en el dominio y en el comando y en la seducción de la muchedumbre, nacido para la polémica y para el combate y que, excluido de las filas socialistas, ha querido ser el condottiere, rencoroso e implacable, del anti-socialismo y ha marchado a la cabeza de la anti-revolución con la misma exaltación guerrera con que le habría gustado marchar a la cabeza de la revolución. 

En la historia del fascismo, en suma, se siente latir activa, compacta y beligerante, la totalidad de las premisas y de los factores históricos y románticos, materiales y espirituales de una anti-revolución. En este ambiente tempestuoso, cargado de electricidad y de tragedia, se templaron sus nervios y sus bastones, y de este ambiente recibió la fuerza, la exaltación y el espíritu. 

El fascismo, por el concurso de estos varios elementos, es un movimiento, una corriente, un proselitismo.

El experimento fascista, cualquiera que sea su duración, cualquiera que sea su desarrollo, aparece inevitablemente destinado a exasperar la crisis contemporánea, a minar las bases de la sociedad burguesa, a mantener la inquietud post-bélica. 

La democracia emplea contra la revolución proletaria las armas de su criticismo, su racionalismo, su escepticismo. Contra la revolución moviliza a la Inteligencia e invoca la Cultura. 

El fascismo, en cambio, al misticismo revolucionario opone un misticismo reaccionario y nacionalista. 

Los teóricos del fascismo niegan y detractan las concepciones historicistas y evolucionistas que han mecido, antes de la guerra, la prosperidad y la digestión de la burguesía y que, después de la guerra, han intentado renacer reencarnadas en la Democracia y en la Nueva Libertad de Wilson y en otros evangelios menos puritanos.

El misticismo reaccionario y nacionalista, una vez instalado en el poder, no puede contentarse con el modesto oficio de conservar el orden capitalista. 

El orden capitalista es demo-liberal, es parlamentario, es reformista o transformista. Es, en el terreno económico o financiero, más o menos internacionalista. Es, sobre todo, un orden consustancial con la vieja política. 

¿Y qué misticismo reaccionario o nacionalista no se amasa con un poco de odio o de retractación de la vieja política parlamentaria y democrática, acusada de abdicación o de debilidad ante la "demagogia socialista" y el "peligro comunista"? 

Por consiguiente, la reacción, arribada al poder, no se conforma con conservar; pretende rehacer. Puesto que reniega el presente, no puede conservarlo ni continuarlo: tiene que tratar de rehacer el pasado. 

El pasado que se condensa en estas normas: principio de autoridad, gobierno de una jerarquía, religión del Estado, etc. 

O sea las normas que la revolución burguesa y liberal desgarró y destruyó porque entrababan el desarrollo de la economía capitalista. 

Y acontece, por tanto que, mientras la reacción se limita a decretar el ostracismo de la Libertad y a reprimir la Revolución, la burguesía bate palmas; pero luego, cuando la reacción empieza a atacar los fundamentos de su poder y de su riqueza, la burguesía siente la necesidad urgente de licenciar a sus bizarros defensores.

La experiencia italiana es extraordinariamente instructiva a este respecto. En Italia, la burguesía saludó al fascismo como a un salvador. La Terza Italia cambió la garibaldina camisa roja por la mussoliniana camisa negra. El capital industrial y agrario financiaron y armaron a las brigadas fascistas. El golpe de estado fascista obtuvo el consenso de la mayoría de la Cámara. 

El liberalismo se inclinó ante el principio de autoridad. 

Pocos liberales, pocos demócratas, rehusaron enrolarse en el séquito del Duce. 

Transitoriamente, la adhesión o la confianza de esa gente resultó embarazosa para el fascismo; le imponía un trabajo de absorción, superior a sus fuerzas, superior a sus posibilidades. El espíritu fascista no podía actuar libremente si no digería y absorbía antes el espíritu liberal. En la imposibilidad de elaborarse una ideología propia, el fascismo corría el riesgo de adoptar, más o menos atenuada, la ideología liberal que lo envolvía.

Ahora, liberado de la pesada alianza de los liberales, purgado de los residuos de la vieja política, se propone recuperar el tiempo perdido. Todos los capitanes del fascismo hablan un lenguaje más exaltado y místico que nunca. 

El fascismo quiere ser una religión. Giovanni Gentile en un ensayo sobre los "caracteres religiosos de la presente lucha política", observa que "hoy se rompen, en Italia, a causa del fascismo, aquellos que parecían hasta ayer los más sólidos vínculos personales de amistad y de familia". 

Y de esta guerra, el filósofo del idealismo no se duele. El filósofo del idealismo es, desde hace algún tiempo, el filósofo de la violencia. Recuerda, en su ensayo, las palabras de Jesucristo: Non veni pacem mitters, sed gladium. Ignem veni mittere in terrain. Y remarca, a propósito de la cuestión moral, que "esta tonalidad religiosa de la psicología fascista ha generado la misma tonalidad en la psicología anti-fascista".
Giovanni Gentile, poseído de la fiebre de su facción, exagera ciertamente. La lucha presente devolverá al espíritu liberal un poco de su antigua fuerza combativa. Pero no logrará que renazca como fe, como pasión, como religión. 

Y por su mediocridad, este programa no puede sacudir a las masas, no puede exaltarlas, no puede conducirlas contra el régimen fascista. 

Sólo en el misticismo revolucionario de los comunistas se constatan los caracteres religiosos que Gentile descubre en el misticismo reaccionario de los fascistas. 

La batalla final no se librará, por esto, entre el fascismo y la democracia





Nicolas Allen
Entrevista a Michael Löwy
Viento del Sur 
30 / dic / 2018 


El más grande y original pensador marxista de América Latina nació el 14 de junio de 1894 en el departamento meridional peruano de Moquegua. 

De la teoría de la dependencia a la teología de la liberación, de la teoría de la descolonización a la marea rosa latinoamericana, la historia del pensamiento radical de la región puede leerse y se ha leído como una exégesis ampliada de los escritos de José Carlos Mariátegui, o el Amauta, como le llamaban los compañeros.

No hay mejor introducción al pensamiento de Mariátegui que sus 7 ensayos de interpretación de la realidad peruana, una obra sin precedentes de pensamiento marxista latinoamericano, cuyo 90º aniversario, recientemente celebrado, es la perfecta excusa para revisitar su legado.

La vida de Amauta fue tan breve como intensa. Una enfermedad potencialmente fatal mantuvo al joven peruano postrado en cama durante gran parte de su juventud y prácticamente le impidió cursar la enseñanza formal. Sin embargo, aquellos años de convalecencia vieron convertirse a Mariátegui en un formidable autodidacta con una poderosa disposición, algunos dirían que melancólica. 

Cuando todavía era un adolescente, empezó a escribir en periódicos limeños para ayudar al sustento de la familia, y en 1918, inspirado por la remota Revolución Rusa y una oleada de huelgas en el país, se convirtió en un socialista comprometido.

El paralelismo entre Mariátegui y Antonio Gramsci es tan evidente que pocos biógrafos pueden eludir la comparación. Marxistas heterodoxos, periodistas combativos, fundadores de los partidos comunistas de sus respectivos países, la vida de ambos escritores estuvo marcada por su debilidad física y los dos fueron víctimas de una intensa persecución política. 

Más allá de estas similitudes anecdóticas, Mariátegui también pasó sus años de formación política como testigo del biennio rosso, conociendo de primera mano la experiencia de los consejos de fábrica turineses en 1919-1920 y, el año siguiente, la fundación del Partido Comunista Italiano en Livorno.

Pese a que no hay pruebas de que ambos revolucionarios llegaran jamás a encontrarse, Mariátegui se inspiró en su experiencia italiana de un modo que recuerda al autor de los Cuadernos de la cárcel. El encuentro con la filosofía de la práctica peninsular resultaría decisivo para las futuras formulaciones de Mariátegui. 

La idea de un marxismo vernáculo pasaría a ser un rasgo distintivo del marxismo indoamericano del pensador peruano. Esta influencia italiana también se plasmó en su comprensión marcadamente voluntarista del método marxista, concebido como unidad del pensamiento y de la acción, la transformación material y consciente. 

En la terminología preferida de Mariátegui, "el socialismo como creación heroica".

Tras su retorno a Perú en 1923, Mariátegui entró en la fase madura de su proyecto intelectual. Además de escribir los 7 ensayos, durante la década de 1920 dirigió una empresa cultural única, llamada Amauta. Esta revista mensual de "doctrina, artes y literatura" juntó artes vanguardistas, polémicas marxistas y política indígena con el fin de encabezar un renacer cultural de toda la nación. 

Mariátegui pasaría a ser una piedra angular del pensamiento del filósofo marxista franco-brasileño Michael Löwy. Con la categoría de marxismo romántico, Löwy ha colocado a Mariátegui en el centro de un panteón intelectual que incluye a Walter Benjamin y Antonio Gramsci. 

Todos ellos habían comprendido a su manera que por cada revés histórico, impasse revolucionario o derrota popular todavía quedarán fragmentos utópicos entre las ruinas del pasado que podrían juntarse para tejer líneas de resistencia y vías de avance alternativas.

Hemos hablado con Löwy con ocasión del 90º aniversario de los 7 ensayos de interpretación, para recordar el legado del peruano y preguntar por su relevancia en el presente.

Pregunta: Quisiera comenzar preguntando : Has establecido una comparación entre Walter Benjamin y José Carlos Mariátegui. ¿Qué aspectos te parece que tienen en común?

Respuesta: A pesar de pertenecer a dos universos culturales muy diferentes –la América andina y Centroeuropa–, Benjamin y Mariátegui tienen muchas cosas en común : no solamente su adhesión heterodoxa al comunismo y su simpatía por la figura de León Trotsky, su pasión por el surrealismo y su visión religiosa del socialismo. 

Y lo que es más importante, ambos pensadores comparten una crítica romántica de la civilización moderna que es inseparable de su hostilidad hacia el positivismo y la ideología del progreso. Las afinidades entre ambos son tan llamativas que es un milagro que no estuvieran familiarizados con sus obras respectivas.

Pregunta: En cuanto a Mariátegui, ¿cómo se plantea una revolución sin progreso?

Respuesta: Como señaló Benjamin en el Libro de los pasajes, su propósito era desarrollar una forma de materialismo histórico que rompiera con la ideología del progreso. Mariátegui hizo algo parecido. En su Dos concepciones de la vida, rechazó, en sus propias palabras, "el respeto supersticioso por la idea del progreso", una "filosofía sosa y acomodaticia", como la llamaba. Para Mariátegui, la revolución no es nunca el producto del progreso, sino la recuperación del pasado comunista precolombino.

Pregunta: ¿Puedes desarrollar más esta última cuestión? Un "pasado comunista precolombino" suena sospechosamente a lo que Marx y Engels llamaron el "comunismo primitivo". ¿Defiende Mariátegui el retorno a un pasado comunista?

Respuesta: Mariátegui no defiende, por supuesto, el retorno al pasado precolonial, sino que ve en la tradición colectivista de las comunidades indígenas una base sólida para el desarrollo del movimiento comunista moderno en el mundo rural. 

Añadiré que Rosa Luxemburg utilizó la expresión "comunismo inca" al hablar de las diversas formas del comunismo primitivo en su Introducción a la economía política. En Perú, esto hace referencia a las ayllu, las comunidades campesinas que constituían la base social del imperio inca que existía en la región andina antes de que Colón descubriera América y los colonialistas españoles la conquistaran. 



Pregunta: ¿Puedes decir algo sobre la perspectiva teórica específica que permitiría a Mariátegui calificar al campesinado y a los indígenas de protagonistas del movimiento comunista?

Respuesta: Mariátegui veía en las tradiciones colectivistas del campesinado indígena un poderoso factor favorable a su integración en el movimiento comunista. Es más, en su lucha por la tierra, las masas campesinas entran necesariamente en conflicto con la oligarquía terrateniente capitalista y pueden incorporarse a una vanguardia socialista-comunista, pues esta sería la única fuerza política que luchara por una reforma agraria radical.

Pregunta: Dicen que Mariátegui fue el primer marxista de América Latina, y hay quienes van más allá y lo llaman el creador de un marxismo exclusivamente latinoamericano. ¿Qué sentido tiene hablar de un marxismo específicamente latinoamericano, opuesto, por ejemplo, al concepto de marxismo periférico? Por decirlo de otro modo, ¿por qué molestarse en diferenciar cuando el objeto de análisis del marxismo, el capitalismo, es a su vez universal?

Respuesta: Creo que en el caso de Mariátegui las tres perspectivas no son mutuamente excluyentes. Mariátegui es, en efecto, el primer marxista de América Latina. Es cierto que hubo otros autores que se remitían a Marx en escritos anteriores, como por ejemplo Juan B. Justo, el traductor argentino de El Capital. Pero Justo nunca entendió a Marx. Su pensamiento estaba mucho más basado en la filosofía positivista de la época que en Marx. De hecho, Mariátegui fue el primer pensador que propuso un análisis marxista de las formaciones sociales latinoamericanas, concretamente en sus 7 ensayos de interpretación de la realidad peruana. Pese a su adhesión al comunismo, Mariátegui nunca aceptó la doctrina estalinista oficial de la Comintern, o sea, la necesidad de pasar por una etapa democrático-burguesa en Latinoamérica. Para él, la única alternativa a la dominación imperialista era lo que llamó el "socialismo indoamericano".

También es perfectamente lícito hablar del marxismo latinoamericano, y no solamente porque el pensamiento de Mariátegui se centre principalmente en Perú y América Latina. Su punto de vista estaba profundamente arraigado en la cultura y la historia del continente. 

Del mismo modo podríamos hablar de un marxismo periférico, ya que Mariátegui compartió con otros –de Latinoamérica, Asia y África– una visión del capitalismo situada en los márgenes del sistema. 

Sin embargo, me parece importante destacar que el marxismo de Mariátegui es universal. Esta universalidad no solo está presente en sus escritos sobre el capitalismo, sino también en sus reflexiones sobre una serie de cuestiones: el método marxista; la ética revolucionaria; la visión mística del socialismo, la cultura y las artes; y por supuesto sus polémicas en defensa de una filosofía antipositivista y su crítica del progreso como una ilusión.

Se trata de aportaciones profundamente innovadoras al marxismo como tal. Creo que sería un error hacer depender la reputación de Mariátegui únicamente de sus brillantes ensayos sobre la realidad peruana. Su pensamiento universal va a la par con el de sus pares intelectuales de las décadas de 1920 y 1930 : Walter Benjamin, Antonio Gramsci o Ernst Bloch. Francamente, Mariátegui es uno de los mayores pensadores marxistas de la primera mitad del siglo XX.

Pregunta: ¿Y qué hay de la acusación de eurocentrismo? ¿No podríamos invertirla y, en el caso de Mariátegui, decir que el peruano es un ejemplo de la universalidad del marxismo, la prueba viva de la capacidad de la teoría de evolucionar mediante el encuentro con formaciones sociales periféricas que se encuentran fuera del campo visual de las formulaciones originales de Marx?

Respuesta: Mariátegui no era eurocéntrico ni antieuropeo. Su gran logro fue proponer una síntesis dialéctica entre la singularidad latinoamericana y la universalidad del método marxista. Por supuesto que reinterpretó el método marxista con ayuda de ciertas figuras, particularmente Georges Sorel y Miguel de Unamuno, desarrollando una singular vertiente romántico-revolucionaria del marxismo.

Pregunta: Un marxista más ortodoxo podría cuestionar, a la luz de este eclecticismo, que Mariátegui fuera marxista. ¿Qué responderías a esto?

Respuesta: ¿Acaso existe un marxómetro para medir si alguien que se reclama del marxismo es o no un auténtico marxista? 

José Carlos Mariátegui se consideraba un marxista, uno de sus libros se titula Defensa del marxismo (1930) y en 1928 se adhirió a la Internacional Comunista. No veo por qué se le podría denegar la identidad marxista. 

De hecho, el marxismo es una categoría muy heterogénea : André Tosel, un conocido marxista (gramsciano) francés, escribió que existen "mil marxismos". Podemos criticar a algunos de ellos, o decir que han malinterpretado totalmente a Marx, pero no sirve de nada discutir sobre quién es un auténtico marxista.

Pregunta: La cuestión de la ortodoxia o heterodoxia de Mariátegui parece ser relevante al menos para comprender su recepción. Marginado por la Tercera Internacional, más tarde fue redescubierto por la nueva izquierda latinoamericana en la década de 1970 y, más recientemente, rememorado por la marea rosa latinoamericana. ¿Qué relevancia crees que tiene Mariátegui en la actualidad? ¿Qué nuevas lecturas pueden realizarse a la luz de la coyuntura actual?

Respuesta: Cada época, con sus fuerzas políticas peculiares, tendrá su propia lectura de Mariátegui. En cuanto al momento presente, creo que su visión de un tipo de socialismo que no es ni copia ni calco de otras experiencias históricas, sino más bien una creación heroica de los pueblos latinoamericanos, una creación basada en su cultura, su historia, sus tradiciones, es una idea muy relevante para la época actual. Su insistencia en las raíces indoamericanas del comunismo, expresada en todos sus escritos, también es aplicable a las luchas de los afroamericanos. A menudo se menciona la visión de Mariátegui en relación con el multiculturalismo, o con las instituciones plurinacionales, pero tiene que ver principalmente con las tradiciones comunitarias que se hallan en conflicto abierto con el capitalismo y que encierran un potencial radicalmente subversivo.

Durante demasiado tiempo, la izquierda latinoamericana ha estado calcando y copiando otros socialismos, particularmente el modelo soviético. Tal vez haya llegado la hora de redescubrir, de nuevo, la propuesta de Mariátegui de buscar una nueva vía que tenga sus raíces en las culturas y prácticas de las clases populares de América Latina.

Pregunta: ¿Ves alguna fuerza política en el continente que, explícitamente o no, emprenda esta clase de vía? Sé que João Pedro Stédile, el líder del Movimiento de los Sin Tierra de Brasil, es un gran admirador de Mariátegui.

Respuesta: Desde luego, ha habido grandes pensadores peruanos, como Aníbal Quijano y Alberto Flores Galindo, que siguieron su ejemplo. También tenemos a líderes políticos indígenas, como Hugo Blanco, que se han visto influidos por el pensamiento de Mariátegui. Más recientemente, podemos hallar ejemplos de su repercusión en en movimientos campesinos como el MST, que has mencionado. 

Pero pienso que el movimiento revolucionario actual que mejor encarna la visión general de Mariátegui –y no necesariamente porque se atenga a sus escritos– se encuentra en la experiencia zapatista en Chiapas.

Más allá de esto, la mayor parte de los acontecimientos revolucionarios en América Latina en al menos los últimos 50 años han estado conectados con alguna forma de fe religiosa o fuerza redentora, como la llaman ahí. Es decir, el cristianismo de liberación o la teología de la liberación. Sin tener en cuenta este componente es imposible entender los procesos revolucionarios que se produjeron en Centroamérica entre las décadas de 1970 y 1990 o, pongamos por caso, el levantamiento zapatista de 1994. El potencial emancipador de esta tradición continental sigue lleno de vitalidad y no está ni mucho menos agotado.

Pero más allá de la dimensión estrictamente religiosa del fenómeno que estamos describiendo, es imposible imaginar realmente un movimiento amplio que lucha, resiste y combate por un cambio social radical que no se nutra de cierta fe, pasión, voluntad y mística, como solía decir Mariátegui. [La cita completa dice así: "La fuerza de los revolucionarios no reside en su ciencia, sino en su fe, su pasión, su voluntad. Es una fuerza religiosa, espiritual, mística."]

Pregunta: Aludes a las ideas muy comentadas de Mariátegui sobre el mito revolucionario. Podría ser interesante reconsiderar hoy este concepto a la luz de los mitos reaccionarios que prevalecen y circulan por ahí. ¿Podría Mariátegui, quien fue testigo del ascenso del fascismo en Italia y escribió mucho sobre el tema, ofrecer algún criterio en relación con el giro actual a la extrema derecha en América Latina?

Respuesta: El mito reaccionario surge de la confrontación con el mito revolucionario. El mito contrarrevolucionario fascista, como sabemos, se erigió contra la marea creciente del bolchevismo. Lo que trata de hacer el mito fascista es monopolizar el patriotismo. 

Como escribió Mariátegui, el fascismo "extiende su bandera patriótica para tapar todos sus contrabandos, sus equívocos doctrinales y programáticos". Estas palabras, escritas con respecto al fascismo italiano en 1925 y publicadas en La escena contemporánea, son sumamente relevantes hoy en día en América Latina.

Pregunta: En alguno de tus trabajos más recientes exploras las posibilidades de una perspectiva ecosocialista. ¿Podría la visión más amplia del socialismo que tenía Mariátegui como alternativa civilizacional al capitalismo servir de inspiración o guía para una nueva política ecosocialista?

Respuesta: Mariátegui no puede ofrecernos respuestas acabadas a todos los problemas actuales, no más que Marx o Lenin. Mariátegui no expresó jamás alguna preocupación medioambiental, cosa que es más que comprensible teniendo en cuenta que los problemas medioambientales de su época no tenían nada que ver con la crisis que estamos viviendo actualmente. Pero más allá de ello, vista su crítica radical del sistema capitalista como crítica de toda una civilización –es decir, no la mera crítica de la extracción de plusvalía– o su rechazo de la ideología burguesa del progreso, o su ensalzamiento de las tradiciones comunitarias indígenas, si tenemos en cuenta todos estos factores, su obra constituye, en efecto, una contribución muy significativa al desarrollo del pensamiento ecosocialista.

En todo el continente americano, desde Canadá hasta la Patagonia, los pueblos indígenas encabezan la resistencia contra la destrucción capitalista de la naturaleza. Son los defensores más resueltos de los ríos, los árboles y la tierra, son quienes luchan contra la cruel devastación ecológica perpetrada por las multinacionales del petróleo y la minería, y por la agroindustria. Es una oposición basada en las condiciones de vida materiales de las comunidades indígenas, en su verdadera supervivencia. Pero también es un conflicto entre una espiritualidad indígena y el espíritu del capitalismo. 

Lo que hizo Mariátegui es aportarnos una clave importante para comprender las comunidades indígenas como protagonistas en las luchas socioecológicas de hoy. 

Como uno de los mayores admiradores de Mariátegui, el indígena y líder campesino peruano Hugo Blanco solía decir: "Nosotros, los indios, llevamos practicando el ecosocialismo desde hace cinco siglos".

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