El
Alto es una ciudad de más de 800.000 habitantes que nació por encima de La Paz.
Son dos ciudades distintas pero pegadas. Cada una es contexto de la otra. Desde
La Paz se ve constantemente el Alto y viceversa. Se retroalimentan, se
necesitan, se quieren pero también se definen y diferencian. Las une —desde
2014— el Teleférico. Y antes, unas rutas (que todavía existen) lo
suficientemente onduladas y empinadas como para marear a cualquier foráneo.
El Alto está a unos 4150 metros sobre el nivel del mar y La Paz un
poco más abajo, a 3640. En ambas ciudades es difícil respirar hasta que el
organismo, con el paso de los días, paciencia y confianza, se aclimata. Oxígeno
más, oxígeno menos, cada una tiene una personalidad que no negocia.
Y es en medio de esta infinidad de casas de ladrillo del
Alto que aparecen unas construcciones especialmente coloridas de formas
geográficas y firma de autor. Se conocen como 'cholets', un juego de
palabras entre 'chola' y 'chalets'. Al autor de estas obras, el arquitecto
Freddy Mamani, el término no le encanta. "Es que 'cholo' a veces puede
utilizarse de manera ofensiva. Pero está bien, ya acepté el término y entiendo
que se lo dice en forma positiva", opina en diálogo con RT Mamani.
En vez de 'cholets' a él le gusta nombrar sus obras
académicamente: "Se trata de arquitectura neoandina",
afirma mientras camina por una obra en construcción, a punto de ser
terminada.
Es predominantemente naranja y tiene los pisos más altos (los
principales) casi listos. De hecho, en la semana el dueño los usó para hacer
una pequeña fiesta. Pero sólo por un día, porque después seguía la obra.
Mientras charlamos, en la terraza desde la que se ve casi todo el Alto, dos
jóvenes pintan meticulosamente los techos con relieve de los dormitorios.
Freddy especifica que, solo la etapa de la pintura, puede
llevar desde tres meses a un año. Y es que la terminación —en su obra— lo
es todo. Así señala con cariño cada esquina, cada hueco en el que decidió que
irá una luz led oculta, cada flor con relieve que incrustó en una pared.
Mientras recorre la obra —se nota— la vuelve a disfrutar.
Sus ya más de 100 creaciones a lo largo y ancho del país llamaron
la atención del público nacional e internacional con mucha rapidez.
Pero, ¿cómo se dio cuenta Freddy de que hacía algo diferente?; ¿lo
buscó? Esas son mis principales dudas. Y se las digo. "Es muy común en
Bolivia migrar a la ciudad. De hecho, el Alto nació y se creó así. Cuando
yo llegué, noté que era todo igual, todo ladrillo, faltaba color. En
paralelo, en la Universidad notaba que nos hacían estudiar todo el tiempo
arquitectos extranjeros y yo sentía que faltaba algo propio", recopila.
Fue así, uniendo esas dos inquietudes, que Freddy creó su estilo.
Pero además, es un tipo de construcción que recoge, reconoce, pone en valor el
uso ideal para un habitante del Alto de una vivienda que se precie. Sus
clientes suelen ser comerciantes a los que les fue bien o incluso mineros.
Alguien que tenga alrededor de 200.000 dólares para destinar
en algo que —ojo— le redundará en dinero. Una verdadera inversión.
Los 'cholets' mantienen una estructura similar entre sí: en los
pisos de abajo, espacios listos para funcionar como comercios. En el
intermedio, un salón de fiesta. Como comenta Marco su asesor, en Bolivia son
muy comunes las fiestas familiares o barriales: "Trabajamos sin parar,
no hay vacaciones. Pero hay algo cierto: si tenemos 365 días del año, tenemos
365 fiestas". Suena lógico, por estos lares, tener un salón a mano.
Ya en los pisos superiores, Freddy suele construir un par de
departamentos. "Algunos los ponen en alquiler para recibir un ingreso más
y otros se lo dan a sus hijos cuando crecen", comenta el arquitecto. En
los dos pisos de arriba (terraza con vista a todo incluida) vive el dueño, el
comprador. Debajo suyo, su imperio.
Todos los ambientes son megaluminosos, con ventanas amplias pero
tornasoladas. El sol puede ponerse muy intenso en estas latitudes pero también
es —todavía— muy necesario para calefaccionar. El Alto puede ponerse muy frío y
todo lo que el sol mientras estuvo haya podido calentar, hay que haberlo
aprovechado.
A las habitaciones, unos firuletes de flores con un
diseño exclusivo en cada pieza las hacen únicas. Y la decisión de la
paleta de colores es fundamental. Ahí Freddy no negocia mucho: "Con el
cliente converso qué color básico quiere, después con eso yo armo el resto de
la paleta", explica.
Freddy puede ponerse muy detallista. De hecho, lo mueven más las
minúsculas terminaciones que el dinero. Ha llegado a pagar de su
bolsillo modificaciones a último momento que al cliente no le interesaban,
pero a él sí solamente para dejar su obra perfecta. También, en otros casos, a
las construcciones a las que por equis motivo no pudo dejar como él hubiera
querido, directamente no las considera (ni muestra como) de su autoría. Y
listo.
Viajan a verlo de todo el mundo: arquitectos, artistas, filósofos,
turistas y curiosos. Pero Freddy sigue centrado: todavía, explica, en El Alto
falta color. Lo dice mientras mira desde la terraza. "¿Ves? Mucho
ladrillo. Eso es porque las autoridades hacen todo al revés. En vez de
estimular que la gente deje lindas sus casas, es más barato en cuanto a impuestos
dejar la casa registrada como 'sin finalizar'", cuenta.
Pero hay otro detalle urbano más: hace mucho frío en esta zona y
la calefacción no abunda. Entonces no existen los pulmones de manzana.
Básicamente porque se generaría 'chiflete', corriente de aire, helada. Por eso
todos hacen sus casas pensando en que serán la medianera de otra que
—eventualmente— se va a construir.
A diferencia de La Paz, que tiene zonas y barrios más definidos,
en El Alto —cuenta Mamani— el que tiene dinero y quiere construir su casa lo
hace en donde encuentra un terreno. "Aquí ningún lado es más rico
que otro", bromea. "Somos todos ricos", agrega.
Pero en ese chiste hay un punto. Se ha dicho que los 'cholets' son
casas de la 'nueva burguesía andina'. Y si bien hay algo de cierto ahí (durante
los 13 años que lleva de gobierno Evo Morales la economía de Bolivia sorprendió
a propios y ajenos por su crecimiento constante y sostenido), Freddy no está
cien por ciento de acuerdo. "No es que antes no hubiera dinero o no
hubiera gente con dinero: es que no tenían forma de mostrarlo",
reflexiona. Ahora esta arquitectura neo andina les provee de un lenguaje con el
que antes no contaban.
Y verdaderamente, entre los ladrillos, las ferias, las calles de
tierra y las desordenadas autopistas, los puestos ambulantes y los toldos, los
minibuses y los perros, las obras de Freddy llaman la atención. Pero además no
son estáticas. Y es que al no ser solamente viviendas, los locales cambian, los
comercios mutan el nombre, la cartelería varía, la vida sucede, dinámica, como
en el resto del frenético Alto.
Mientras Marco el asesor nos acompaña a recorrer algunas de sus
obras, nos aclara: aquella de ahí no es de Freddy, es copia. Y sí: ya han
apreciado sus imitadores. Por ahora, es verdad, se nota cuál es cuál. Pero lo
cierto es que inauguró un estilo.
Julia Muriel Dominzain
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