incendios






Todavía es difícil dimensionar la devastación provocada por el fuego que sigue ardiendo en la Amazonia. Se trata de una selva que genera un quinto del oxígeno del mundo. Es difícil no sentirse impotente y desesperado ante el desastre que se apodera de la región. 
Pero por más fuerte y amargo que pueda resultar el sentimiento de que estamos ante una catástrofe ambiental, nunca debemos dejar de tener en cuenta de que se trata también de una tragedia humana. 

Necesitamos escuchar con especial atención las voces de quienes tienen por hogar a la selva. Voces que, muy frecuentemente, son marginadas o deliberadamente silenciadas. Sus historias apenas aparecen en notas al pie de notícias en los medios internacionales. No tenemos excusas para no oírlas ahora.

La supervivencia y bienestar de esas comunidades deberían tener prioridad sobre la búsqueda por “desarrollo”, que sirve apenas al afán de consumo y comodidad. El hecho de que no se vea esto como una prioridad moral obvia debería avergonzarnos a todos.
Durante generaciones los pueblos indígenas de la cuenca amazónica han sido los guardianes de la selva. Algunos tuvieron que pagar con sus vidas por esto, mucho antes de que tuvieran lugar los incendios de esta temporada de sequía. Estas comunidades enfrentaron años de ataques, invasiones ilegales y deforestación. Sus derechos fueron ignorados ante la ganancia de distintos intereses económicos, y sus historias son un relato sobre la absoluta desigualdad económica que contamina y corrompe tanto nuestro mundo, incluyendo países como Brasil.

América Latina tiene los peores índices de concentración de la tierra en el mundo. Solamente el 1% de los terratenientes controla la mitad de la tierra arable. En la Amazonia, la minería y la explotación petrolera vienen expulsando las comunidades de los bosques en los cuales han vivido por siglos. 
Existen aproximadamente 3 mil comunidades quilombolas (descendientes de personas esclavizadas), que se encuentran entre quienes más han sufrido por los intereses de las grandes empresas. Algunas de estas comunidades lograron obtener el reconocimiento legal del título de la tierra en la que viven. Quienes no pudieron hacerlo se enfrentan a toda la fuerza de las políticas de desarrollo económico del actual gobierno brasileño, que fomenta la explotación forestal y la minería en tierras quilombolas. 
Este no es un problema solamente de Brasil, o incluso de los demás países que comparten la Amazonia, como Bolivia y Colombia, y que también han sido impactados por el fuego y la devastación ambiental. Es un problema que nos involucra a todos. Los patrones globales de crecimiento económico, que incluyen niveles sin antecedentes de demanda por carne en el mundo desarrollado, son responsables por buena parte de la presión sobre el uso de tierra en la región. Y la deforestación generalizada en otras partes del mundo significa que nuestro equilibrio ecológico global depende, como nunca, de esa región.
Los incendios forestales en la Amazonia son una metáfora visible del efecto de nuestra pasión desenfrenada por crecimiento económico sin límites. Esta pasión es la que ha provocado tanta deforestación en los últimos años. Ella es la responsable por la gran mayoría de los incendios actuales en la región. El Instituto Nacional de Investigaciones Espaciales de Brasil difundió datos que muestran que la deforestación en julio de este año registró un aumento de 278% en comparación con el mismo mes del año anterior**.
Cada vez más parece que si ya no nos encontramos en un punto de inflexión de nuestra crisis ecológica global, estamos muy próximos. Una crisis generada por el deseo de maximizar indefinidamente lo que podemos extraer de nuestro medio ambiente, como si fuera nada más que una góndola a saquear. El poeta canadiense Robert Bringhurst escribió que “el salvaje”, indómito, complejo mundo que nos rodea, “no es una carpeta de recursos para que nosotros, o nuestra espécie, vendamos o compremos, administremos o despilfarremos a nuestro antojo. La naturaleza salvaje es la tierra viviendo su vida al máximo”. 
El consumismo compulsivo que provoca los daños radicales que vemos, nos deshumaniza tanto como destruye nuestro medio ambiente. El fuego también quema en el alma.
La belleza de pertenecer a un mundo que nos nutre está en la solidaridad que podemos disfrutar tanto con otros seres vivos, y entre nosotros, como seres humanos.
A partir de este sentido de solidaridad, Christian Aid, la organización que presido, se ha unido a más de 100 organizaciones religiosas en una declaración de apoyo al Sínodo de Obispos de la Amazonia, que se reunirá en Roma el mes que viene. Esta declaración, Somos la Amazonia, manifiesta su apoyo a la visión del Sínodo y esboza una hoja de ruta para la acción para proteger tanto la selva como las comunidades indígenas y activistas de derechos humanos que ponen en riesgo sus vidas para preservar su hábitat.

El primer ministro [británico, Boris Johnson], viene pidiendo “más ambición” en la lucha contra la crisis climática y la pérdida de biodiversidad. Le tomamos la palabra: Christian Aid ha lanzado una petición para que él y los demás líderes globales hagan frente a la pobreza y la desigualdad que han alimentado la crisis ambiental. Ya es hora de solidarizarse con las comunidades que viven en la línea de frente de la crisis, en la Amazonia y en todo el mundo. 


*Dr Rowan Williams es ex Arzobispo de Canterbury y presidente de Christian Aid.

**Los últimos datos divulgados por dicho instituto y referentes al mes de agosto de 2019, muestran un aumento aún mayor de la deforestación.






¿Cómo puede la selva amazónica, uno de los lugares más húmedos del mundo, ser escenario de miles de incendios cada año?

Solo en Brasil, que alberga el 60% del llamado "pulmón del planeta", el número de incendios forestales creció en un 84% en solo un año hasta alcanzar los 74.155 entre enero y agosto de 2019. Y de estos, más de la mitad se dieron en la Amazonía.
En la selva tropical más grande del mundo, la humedad es tan alta que, en ciertas áreas, sus bosques son capaces de crear su propia temporada de lluvias con el vapor de agua que transpiran sus hojas.

¿Por qué entonces hay varios focos de fuego ardiendo sin control desde hace hace más de dos semanas?

Poca información

A diferencia de los incendios forestales que se desatan cada verano en Europa, los del territorio amazónico han sido muy poco estudiados.


Aún así, las pocas investigaciones que se han hecho sobre este tema apuntan a que esta selva, que se reparten nueve países sudamericanos, se ha vuelto más inflamable en las últimas décadas.




A diferencia de los bosques europeos, la Amazonía goza de una barrera natural contra el fuego.
Primero, porque el dosel que forman las copas de los árboles permite atrapar la humedad en la parte inferior, conocida como sotobosque. Este alto nivel de humedad dificulta que las llamas prendan o se extiendan.
Y, segundo, porque las posibilidades de incendios naturales en esta región son muy escasas, como le explicó desde Brasil a BBC Mundo Jos Barlow, profesor de Ciencias de la Conservación de la Universidad de Lancaster. "Hay pocas evidencias de incendios forestales naturales en la Amazonía porque eso requeriría que hubiera rayos secos, es decir, sin lluvia".
"Esto es frecuente en algunas partes del mundo, pero no en el Amazonas".

Por lo tanto, la gran mayoría de incendios que se dan en esta región poco poblada son iniciados por los seres humanos, como ya señalaban los expertos que comenzaron a registrar los primeros focos en los años 80. "Resaltaron los vínculos con la ganadería y la tala, porque la ganadería involucra la quema de árboles y la tala hace que el bosque sea más inflamable", afirmó Barlow.


"Pero, en los últimos años, hay una serie de causas más complicadas que están haciendo que los incendios sean tan prevalentes hoy en día", añadió.  Una de ellas es que, una vez que un bosque ha sido víctima de las llamas, tiende a ser más susceptible de que esto se repita.

"Donde arde un bosque y la mortalidad de los árboles es alta, digamos que el 40% o 50% de los árboles mueren, estos se caen y dejan el techo más despejado. Esto hace que el sotobosque sea más seco y además añade combustible en forma de hojas y ramas, haciendo más probable que arda otra vez".

Y cada vez hay más incendios.

Días de humo

El incremento de incendios en la cuenca amazónica no es nuevo, aunque su intensidad, sí.


Ya en 2009, Ilan Koren, investigador atmosférico del Instituto de Ciencias Weizmann, en Israel, advertía en el portal EarthSky: "Si miras imágenes satelitales de la Amazonía, la mayor parte de Sudamérica, durante la estación seca, verás que muchos días no se puede ver la superficie debido a la presencia de humo".




Su investigación, además, afirmaba que el humo impedía a las nubes reflejar los rayos del sol con normalidad, provocando que el clima terrestre recibiera más energía solar de la normal

El efecto del cambio climático

Otro elemento que ha vuelto la selva más vulnerable a las llamas es el cambio climático, como explicó Barlow: "Tan solo las subidas de la temperatura, que ya se están dando en la Amazonía, hacen que la selva sea más inflamable".

La selva amazónica es tan grande, que las temporadas de lluvia varían de una zona a otra, como explicó el catedrático.

En el sur, el área afectada por los incendios actuales, hoy es temporada seca. Y, si bien como dijo la Nasa en su página web, "no es inusual ver incendios en Brasil en esta época del año debido a las altas temperaturas y la baja humedad", los fuegos actuales preocupan a expertos como Barlow.

Otra consecuencia de tantas variaciones y anomalías climáticas es que ahora la temporada seca, la de mayor riesgo de incendios, dura más con cada década que pasa.


 Tala y deforestación

La tala y la deforestación, autorizadas o no, también han contribuido a que la selva se vuelva más inflamable.

"Se sabe que la deforestación reduce la lluvia a nivel local, así que hace que el bosque se vuelva más seco. También aumenta los bordes del bosque y se sabe que estos son áreas más secas y, por tanto, más inflamables", explicó Barlow.








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