entrevista




¿Cuál es la atmósfera de las marchas populares que han surgido hoy en Chile?


Carmen Castillo: Es un ambiente extraordinario debido a la multitud de colectivos y organizaciones ahí presentes, la originalidad de las pancartas que ondean y expresan, incluso con humor, sus demandas sociales, pero sobre todo por el soplo que imprime la juventud de los barrios populares y los estudiantes a este movimiento. Todas las generaciones se entretejen, y lo que resulta evidente es la determinación a conservar las calles y el rechazo a ceder al miedo.

Nadie se deja llevar por el festival de demagogia del discurso del presidente Sebastián Piñera, que esconde un gran desprecio frente a las exigencias de los Chilenos.

Pero lo que llama la atención a los que vivimos estos acontecimientos, es que esta represión no detiene nada ni a nadie. No logran suscitar un repliegue. El desplazamiento de un ejército listo a disparar no produce el efecto buscado : obligarnos a regresar a casa. Esta respuesta represiva, la postura marcial del gobierno que se dice "en guerra", ha provocado lo contrario: una ampliación de la movilización.  El miércoles, los que protestaban osaron ir más allá del perímetro prohibido logrando continuar su camino, mientras un grupo, en ese mismo momento, bailaba la cueca bajos las ventanas del Palacio de la Moneda, a pesar de la despiadada represión llevada a cabo en el centro de la ciudad. Los Chilenos ocupan la calle. Yo he padecido el golpe de Estado, la dictadura. Pero mi indignación de ver al ejército desplegado de esa manera no produjo en mi ninguna parálisis, al contrario. Nosotros mismos, los mayores, hemos sido contagiados por esta desaparición del miedo..!    

¿Quienes son los manifestantes que espontáneamente salieron a las calles?

El motor de este movimiento es una juventud transversal. No solamente los estudiantes: todos los barrios populares están en las calles con esta juventud precarizada, sin empleo. Todo comenzó con un gran ¡"Ya Basta"!, por el rechazo a pagar tan caro los transportes en común que cada día transportan 2.5 millones de pasajeros.  El metro fue atacado, incendiado, porque es el símbolo de este sistema, de una modernidad bien regulada. Uno camina, toma el metro, padece trayectos hasta de dos horas, uno trabaja, uno obedece. Y uno tiene que pagar, además, precios exorbitantes para los que perciben el salario mínimo.

Desde este punto de vista, Chile era el sistema perfecto. Nadie podía imaginar lo que vendría. Aquí, en el laboratorio del neoliberalismo, eso funcionaba muy bien : la población aguantaba la opresión, absorta por el consumo, las tarjetas de crédito, el endeudamiento...con, desde luego, una sociedad para los pobres y otra sociedad para los ricos. Una educación para los pobres, y otra educación para los ricos. Lo mismo para el sistema de salud, de transportes, todo....


En Chile, la gente sufre una inmensa crueldad pero se avizora un cambio, incluso si es imposible predecir cómo va a acabar este levantamiento. Lo que es evidente, es que el acontecimiento ha tenido lugar y que nada podrá seguir como ayer. Yo participo, con mi colectivo de la escuela popular de cine, con micro acciones abiertas, proyección de imágenes  y asambleas de barrios. 

Estos encuentros  incluyen a  todo el mundo en torno a reivindicaciones sociales y al sentimiento de que la vida ya no vale nada, de que ya no hay nada que perder.  Hay sindicalistas, ecologistas, feministas, ciudadanos comprometidos con conflictos o grupos de barrios, personas solas que se reencuentran con otras.
¡Es magnífico!. ¡Ustedes se imaginan lo que uno siente cuando tiene el privilegio de vivir un despertar semejante! 

Los abusos son demasiado fuertes, la conciencia de la injusticia es demasiado grande. Las luchas desde 2006 son incesantes, al creerles a esos gobiernos que pretenden ser de izquierda, y que no han hecho más que administrar el modelo neoliberal de Pinochet.

Desde luego que uno no puede compararlo con los treinta años que han pasado desde la dictadura, pero las políticas ejercidas a lo largo de este período no han hecho más que agravar la injusticia y el saqueo. Al grado de que Chile pertenece totalmente, a pesar de todo, a las multinacionales. Ellas poseen todo: el agua, las montañas, la tierra, el océano, la electricidad, los transportes. ¡Todo! La lucha por el agua, en el Chile de hoy, es una lucha profundamente anticapitalista.

La palabra revolución no ha sido pronunciada en estos días. Pero líneas de perspectivas aparecen con la reivindicación de una Asamblea Constituyente, el llamado a una nueva constitución. Cada día, se descifran nuevas pistas.  La palabra "igualdad", esa palabra tan formidablemente densa, que había sido evacuada del vocabulario político en beneficio de la palabra equidad, hoy día regresa de nuevo. Ondea en las marchas con la palabra "libertad". En el punto en que ahora nos encontramos, lo que yo presiento, es que esos archipiélagos de luchas pueden crear un continente popular donde la mayoría de los chilenos podrá reencontrarse.

Ustedes han padecido en carne propia la innombrable violencia de la dictadura de Pinochet. ¿Cómo resuena hoy este movimiento en ustedes?

Sabes, cuando uno sobrevive a todo eso, uno lleva dentro una memoria viva. Yo no siento ninguna nostalgia. Simplemente resiento que mi generación no haya sabido transmitir suficientemente esta historia, nuestro modo de hacer política en aquellos años. Haciéndome parte de ello, yo no pienso en el golpe de Estado. No es eso lo que tengo en la mente cuando atravieso el toque de queda. Yo enfrento, junto a esta juventud que se rebela, los retos de hoy con la experiencia del pasado. Lo que yo llevo en mi de Salvador Allende, de Miguel Enriquez y de mis amigos asesinados, torturados, desaparecidos, no es su muerte. Es su vida. 






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