Los comerciantes aymaras se han transformado,
en las últimas décadas, en uno de los sectores económicos emergentes que están
desplazando a las elites tradicionales en Bolivia. A través de los viajes a las
grandes ferias chinas y de empresarios chinos a Bolivia, se han ido tejiendo
amplias redes comerciales globales. Pero estas últimas se asientan, no
obstante, en las propias prácticas económicas, sociales y festivas locales, que
dan cuenta del denso mundo de economías familiares y redes de compadrazgos en
los Andes.
Ramiro
Yupanqui1 viaja a China cuatro veces al año para importar productos
electrónicos. Emprendió su primer viaje en 1994, cuando China ya se perfilaba
como potencia productiva global. Viajó sin tarjeta de crédito y con comida
casera guardada en su equipaje.
Su padre, originario del
pueblo de Guaqui, a orillas del lago Titicaca, se quedó huérfano a los seis
años en la época de la Revolución Nacional de 1952 y emigró a la ciudad de El
Alto –colindante a La Paz– a buscarse la vida. Trabajó en una fábrica de
confección de ropa y fue representante sindical. Hizo estudiar a sus hijos,
aunque pronto se diera cuenta de que el comercio proporcionaba más beneficios
que las promesas de progreso asociadas a una buena educación. Con todo, su hijo
Ramiro concluyó el bachillerato y tiene dos tiendas: una en el mercado de la
calle Huyustus, donde vende al por mayor a comerciantes bolivianos y del sur
peruano, y otra de venta al por menor en la calle Eloy Salmón. «Ahora le hemos
dado la vuelta», dice Yupanqui sin disimular su satisfacción. Sus palabras
sintetizan tanto el éxito económico como el desafío de una nueva generación de
comerciantes «cholos» a la hegemonía de las elites tradicionales2.
La calle Eloy Salmón se fue
constituyendo en una dinámica zona comercial tras la revolución del 52, fruto
de las primeras olas migratorias del campo que siguieron a la reforma agraria y
a la liberalización del comercio en los mercados urbanos. Los primeros
comerciantes que la poblaron eran, en su mayor parte, ex-campesinos originarios
de Taraco, comunidad lacustre fronteriza con Perú y ruta comercial de ingreso
de los primeros productos electrónicos. Poco a poco, ellos desplazaron a los
artesanos y pequeños comerciantes urbanos de la zona y transformaron sus
humildes puestos de acera en sofisticadas tiendas de electrónica de consumo. El
sistema interno de préstamos colectivos entre comerciantes (pasanaku) sirvió
para facilitar la llegada de parientes del campo, también vinculados al
transporte fronterizo de mercancías, y a la vez para consolidar su control de
los espacios comerciales, al tiempo que se construía cierta institucionalidad
en una zona urbana marginal y desatendida por el Estado, con vistas a
transformarla en un reconocido polo comercial paceño. El pasanaku permitió también
costear los primeros viajes comerciales a las zonas francas del puerto de
Iquique, en Chile, y de Colón en Panamá.
Hoy en día, Eloy Salmón y
Huyustus son nombres conocidos entre los revendedores de productos informáticos
de Miami, así como entre los fabricantes chinos de Shanghái y Guangzhou. De
hecho, constituyen palabras claves para entablar relaciones de confianza con
los empresarios de la zona franca de Iquique, habituales proveedores de crédito
y otras facilidades de pago para muchos comerciantes aymaras. Estos han
convertido un país enclaustrado como Bolivia en un sorprendente punto de
apalancamiento del comercio regional, para lo cual no han dudado en expandir
sus redes comerciales ubicando a hijos y parientes en los principales puertos y
centros productivos chinos.
Pero, además, han logrado
que los fabricantes asiáticos adapten el diseño de televisores y refrigeradores
a los gustos y requerimientos del mercado regional.
En Bolivia, las prácticas
económicas «informales» e indígenas permanecieron durante décadas invisibles a
la mirada de la teoría económica y ajenas al interés de los investigadores3.
Las instituciones dominantes –el Estado y las elites urbanas letradas– asociaron
a los actores indígenas-populares con la informalidad, la falta de educación e
higiene, la marginalidad social y el atraso civilizatorio, lo que contribuyó a
invisibilizar aún más sus prácticas económicas4. A su vez, la exclusión de
estos sectores de la economía formal, su discriminación y su limitada movilidad
social retroalimentaron su rechazo a los procesos de integración vertical o a
los códigos y hábitos de la burguesía dominante, lo que explica la búsqueda de
formas deliberadamente distintas de manifestar el estatus y expresar el ascenso
social5.
En este sentido, el éxito
económico de determinados sectores comerciantes populares (en La Paz,
mayormente aymaras) ha sido tan relevante que ha desencadenado
reestructuraciones socioeconómicas en los ámbitos urbano y rural. Y ha
fortalecido las identidades étnicas, lazos y redes sociales, al mismo tiempo
que intensificó y renovó las prácticas festivas y religiosas que sostienen la
reproducción y expansión de las estructuras de poder local.
Este ensayo presenta un
perfil preliminar de estos actores económicos populares y reflexiona sobre sus
procesos de emergencia, concentrándose en el mundo comercial de origen aymara.
A diferencia de gran parte de los estudios sobre globalización y economía
transnacional que enfatizan el papel de los tratados de libre comercio o los
flujos de capital e inversión extranjera directa, pretendemos poner el foco en
espacios alternativos que representan una dinámica de globalización en otros
términos6: el «comercio hormiga», el contrabando reticular, la imitación de
grandes marcas o la explotación de nichos de mercado en la penumbra de la
globalización. En este sentido, los comerciantes populares aymaras despliegan
estrategias en las que negocian en los intersticios de los procesos de la
economía global desde su propia historia y sus propias formas de
relacionamiento. Esto ha permitido el crecimiento de espacios económicos
importantes en la economía nacional boliviana.
Todo esto no significa, en
modo alguno, que los comerciantes populares pretendan desestabilizar el
capitalismo global. En todo caso, lo que se pretende es pensar la globalización
desde otros ángulos, a partir de las visiones y expectativas de estos sujetos.
La «globalización desde abajo» está siendo construida por redes y dinámicas
sociales que sobrepasan las instituciones y retan la supremacía de las elites
tradicionales que históricamente definieron los ritmos de la economía nacional.
El
desplazamiento del centro de gravedad
Las últimas dos décadas han
sido testigos de una reconfiguración sin precedentes de las hegemonías
geopolíticas y económicas a escala global. La formación de nuevas alianzas más
flexibles y dinámicas, de carácter multipolar y alternativo a los ejes clásicos
(Norte-Sur, Occidente-Oriente, Primer Mundo-Tercer Mundo) ha puesto en
entredicho la antigua lógica de «bloques» económicos y sus esferas de
influencia. Este fenómeno se ha traducido también en una crisis de las
dinámicas de acumulación y reciclaje de las clases económicas tradicionales.
Definido a partir de los avances tecnológicos en la producción, comunicación y
transporte, el proceso de globalización ha abierto espacios para que nuevos
sectores sociales, de mayor dinamismo y movilidad, busquen formas de participar
en sus propios términos. La misma política económica china –«Go global»–, que
aspiraba a la conquista de cuotas en mercados emergentes, ha reorientado el
centro de gravedad de la economía mundial desde los mercados saturados de
Estados Unidos y Europa hacia los países en desarrollo.
En Bolivia, el «proceso de
cambio» impulsado por el gobierno de Evo Morales desde 2006 se ha asentado en
una política de redistribución de la renta del gas y de fortalecimiento del
Estado. Alentado por un contexto internacional favorable y la elevada
cotización de los minerales y el barril de petróleo, el crecimiento de las
exportaciones primarias (mineras y gasíferas) ha permitido aumentar los
ingresos de las familias, ya sea mediante políticas de bonos sociales o por
efectos de «derrame» en cadena del crecimiento económico. En los últimos años,
el notable incremento de la liquidez bancaria parece haber estimulado el sector
de la construcción y ha desencadenado un crecimiento vertiginoso de las
importaciones de bienes de consumo y, por tanto, del número de actividades
comerciales7.
Alimentada por el control
de la inflación y la estabilidad del tipo de cambio, la bonanza económica ha
coincidido con cambios estructurales internos de envergadura, como la ruptura
del vínculo privilegiado entre Estado y elites tradicionales y la adopción de
un nuevo tipo de estatismo económico. A diferencia de otras épocas, no se ha
puesto en el centro de la política económica boliviana la «seguridad jurídica»
para el capital transnacional. Ello se ha traducido en una desventaja
comparativa para atraer inversión directa extranjera en relación con países
vecinos (Perú o Brasil). Pero, en cambio, se ha creado un impresionante caldo
de cultivo para la proliferación de negocios informales, más habituados a nadar
en las aguas de las reglas ambiguas y las «seguridades jurídicas» cambiantes.
Moisés Flores, un
emprendedor popular de la ciudad de El Alto, se dedica a la importación de
camiones europeos de alto tonelaje y dirige una empresa de transporte. Pese al
éxito económico que supone manejar un parque automotor de 150 camiones, sigue
llevando la contabilidad de su empresa en pequeños cuadernos, uno por cada
camión.
En otros tiempos, el sector
financiero formal no dirigía sus esfuerzos comerciales hacia personas como el
señor Flores, debido a sus formas de contabilidad precarias, su procedencia
indígena o el barrio donde viven (que sin duda no permite ver su riqueza). Pero
ahora son sujetos de crédito. En los últimos años, algunas entidades
financieras han caído en la cuenta de que este tipo de empresarios registra los
niveles más bajos de mora y se han acercado a ellos. Para trabajar con estos
emprendedores emergentes, los bancos han tenido que reformular sus
procedimientos y requisitos de concesión de préstamos, con el fin de adaptarlos
a las necesidades específicas de un desbordante comercio popular e informal.
Pero no se trata solo de la
banca. El mismo Estado se ha visto obligado en varias ocasiones a recurrir a
los servicios de estos comerciantes populares y sus redes de distribución y
aprovisionamiento. Unas semanas antes de las elecciones presidenciales de 2009,
para las que se aprobó la organización de un nuevo padrón biométrico, la Corte
Nacional Electoral estaba desesperada ante la falta de generadores de electricidad
con los que reempadronar a los electores en las áreas rurales. En poco tiempo,
las poderosas redes de los comerciantes aymaras, ligadas a los puestos
fronterizos de aduana y a la zona franca de Iquique, lograron proveer al Estado
de los anhelados generadores. Así, para realizar su función más básica
–convocar elecciones–, el Estado se vio obligado a solicitar apoyo de estos
sectores que, paradójicamente, sortean a diario la institucionalidad estatal.
Importadores como Ramiro
Yupanqui, que viajan a la China desde hace casi 20 años, entienden palabras en
mandarín e inglés y, sobre todo, conocen las formas y reglas locales para
negociar e interactuar. Este «capital cultural» se ha revelado también
estratégico para el cuerpo diplomático boliviano. El ex-embajador boliviano en
China, Fernando Rodríguez, fue asesorado durante su investidura en el país
asiático por Justina Aguilar, una «señora de pollera» –el nombre hoy
políticamente correcto para referirse a las cholas– originaria de la comunidad
de Tiquina a orillas del lago Titicaca, que exporta lana de alpaca a China. Por
medio de la señora Aguilar, el embajador tomó contacto con los círculos de las
finanzas chinas y de sus representantes políticos8.
Una «nación
metida dentro de otra» que rompió las costuras
Las formas de
institucionalidad «desde abajo, por al lado y por encima del Estado»9, que
habían coexistido de forma invisible o disimulada a lo largo de la historia
boliviana, cobraron un vigor inusitado y empezaron a gozar de creciente
legitimidad popular. En especial, entre los sectores indígenas de tierras altas
(aymaras y quechuas), artífices de una institucionalidad «paralela», forjada en
los intersticios del Estado y a espaldas de las debilitadas elites económicas,
que perdieron interés en controlar administrativa y jurídicamente grandes
espacios y rutas alejadas de los centros urbanos. Las narrativas convencionales
proponían un proceso paulatino de integración, en términos subalternos, a los
parámetros de la burguesía dominante10.
Los gobiernos, por su
parte, criminalizaron a estos grupos por sus vínculos con la informalidad y el
contrabando. Pero también desplegaron varios intentos de incursión en sus
espacios para aprovechar la creciente acumulación y capacidad de inversión de
estos sectores, así como también el capital político de estos grupos populares
en ascenso con capacidad de movilizar amplias redes sociales.
Sin embargo, esta suerte de
«nación metida dentro de otra», de acuerdo con la definición del escritor
peruano José María Arguedas11, parece haber roto las costuras y los patrones
económicos imperantes. Se ha apropiado, además, de espacios políticos y
económicos tradicionalmente controlados por las clases medias criollas y los ha
usado para reproducir y expandir sus propias estructuras organizativas y redes
comerciales. No ha sido un camino de rosas. Estos actores populares han
construido su pujanza económica a contracorriente del Estado y del control
ejercido por los sectores criollos.
El actual fenómeno de
desborde se asienta en una doble estrategia político-económica. Por un lado, a
través de prácticas de disimulo y protección –«estrategia del búnker»12– que
implican la manipulación de sus propios códigos culturales con el fin de
blindar sus espacios sociales y económicos a la incursión de agentes externos.
Este modus operandi se combina, por otro lado, con prácticas de expansión y
conquista –«estrategia del caballo de Troya»13–, que los llevan a abandonar su
«escondite» para presentarse de forma amenazante como alternativas reales de
poder político y económico.
¿Cuál es el secreto de la
fórmula aymara del éxito? En primer lugar, el control físico de los espacios
comerciales locales por medio de lazos familiares. Y, al mismo tiempo, una
asombrosa flexibilidad, basada en la alta diversificación, la movilidad
geográfica y el uso de extensas redes de parentesco que se entrelazan con
amplios contactos socioeconómicos.
En lugar de buscar la
especialización de funciones, la diversificación comercial aymara teje una
trenza de rubros superpuestos y articula múltiples vínculos económicos, lo que
permite reducir los riesgos comerciales y reorientar continuamente el comercio
en momentos de crisis14. Es precisamente esta flexibilidad la que le permite
mudar continuamente de rubro, proveedores o canal de comercialización y
adaptarse a la globalización mejor que muchas empresas de la economía formal.
No en vano estos
comerciantes populares han incursionado en diferentes mercados, sin complejos,
desde artefactos de tecnología avanzada en la frontera con Brasil hasta
productos de alimentación para centros urbanos en la frontera con Argentina.
Mercedes Quispe vende autos
usados los jueves y domingos en la feria 16 de Julio de El Alto. Los autos los
importa de la zona franca de Iquique, donde los compra a revendedores
paquistaníes. El resto de la semana vende telefónos celulares al por mayor en
pequeños pueblos en el norte y este de Bolivia.
Los celulares se los
proporciona su hermano, que importa una variedad de productos de China y que también
tiene contratos con empresas formales para el aprovisionamiento de materiales,
desde cables de alta tensión hasta uniformes e insumos para su tienda de
muebles. Toda esta actividad comercial reticular genera una valiosa combinación
de conocimientos sobre mercados locales y externos, localismo y cosmopolitismo,
al tiempo que propicia que los linajes tradicional-familiares se transformen en
vínculos socioeconómicos de más largo alcance.
Productores
chinos, comerciantes aymaras
Cuando hace 20 años los comerciantes
de la Huyustus y la Eloy Salmón empezaron a viajar a China se enfrentaron a
enormes barreras de acceso. Los altos costos del flete naviero desde China
(aproximadamente, US$ 5.000) y del transporte por tierra desde los puertos
chilenos hasta La Paz (alrededor de US$ 2.000) requerían una cantidad
suficiente de mercadería para llenar un contenedor y optimizar así los gastos.
Los comerciantes populares
apelaron a la tradicional receta andina de hacer «vaquita» para juntar
esfuerzos, recursos y capitales. Y así empezó el periplo por las grandes
ferias, primero a Guangzhou y, más tarde, a Yiwu. La segunda está especializada
en la venta de mercancías para los mercados de los países en vías de
desarrollo15, ajenos a los rígidos requisitos de producción de las
multinacionales estadounidenses y europeas. Cuando los mercados desarrollados
entraron en declive, la feria de Yiwu ya había consolidado su perfil como
supermercado para los pequeños comerciantes de Oriente Medio, África y América
Latina.
Los comerciantes más
intrépidos no tardaron mucho en aventurarse más allá de la gigantesca
exposición ferial de Yiwu16 y empezaron a entablar relaciones comerciales con
los fabricantes para ahorrarse así los costos del intermediario. Los
comerciantes bolivianos se relacionan directamente con los «consorcios
familiares» chinos que tienen la flexibilidad para readaptar con rapidez el
diseño de sus productos y producir para un mercado relativamente pequeño como
el boliviano.
Ahí reside la ventaja
competitiva de estos consorcios: están listos para vender a cualquiera, con
independencia de las cantidades demandadas, la religión o el pasaporte del
comprador17. Los consorcios familiares se han mostrado, además, receptivos a
modificar los productos a petición de los comerciantes bolivianos, con la
expectativa de que la readaptación del diseño les permitirá multiplicar las
ventas a otros comerciantes de la región y ampliar así sus mercados.
Dicho de otro modo, la
oportunidad que los consorcios familiares ofrecen a los comerciantes populares
es la posibilidad de comerciar imitaciones de grandes marcas –que en muchos
casos ni siquiera disponen de representación comercial en Bolivia– a precios
infinitamente inferiores al original.
Además, los productores
chinos garantizan al comprador la exclusividad de la producción e incluso le
permiten establecer su propia marca. De este modo, las fábricas chinas han
facilitado el acceso de ciertos estratos sociales de todo el mundo,
históricamente postergados, al consumo de tecnología relativamente elevada sin
necesidad de pagar los precios exclusivos de las empresas productoras
autorizadas.
En general, estos productos
chinos poseen una calidad inferior y una duración limitada, pero garantizan a
los comerciantes populares la explotación de un nicho de mercado que no merece
la atención de las grandes empresas, ya sea por el reducido tamaño del mercado,
el déficit de infraestructuras de transporte o la inseguridad
político-jurídica.
Los comerciantes populares
que abastecen la región amazónica fronteriza con Brasil, por ejemplo, importan
productos electrónicos y ropa de China. Una vez que alcanza los puertos
chilenos, la mercadería debe ser desagregada y repartida en cargas pequeñas
antes de emprender un viaje de cinco días por caminos de tierra que no disponen
de servicios básicos y carecen de la mínima presencia de las autoridades del
Estado. En estas condiciones extremas, que hacen inviable la acción de grandes
empresas formales, los comerciantes populares han logrado consolidar y expandir
su control y radio de acción, en los intersticios de mercados más formales y
desarrollados.
Las relaciones comerciales
con China son generalmente bidireccionales. De un lado, representantes de
empresas y fábricas chinas han empezado a viajar a Bolivia para entender mejor
las dinámicas económicas locales, mejorar su producción y entablar relaciones
con los comerciantes. Del otro lado, nudos comerciales como la Huyustus, la
Eloy Salmón y especialmente la zona franca de Iquique se han convertido en
polos atractivos para los pequeños inversionistas y comerciantes de ultramar
que buscan alternativas a la asfixiante competencia local.
Como regla general, los
comerciantes aymaras han dificultado expresamente el acceso de empresas o
actores foráneos a los espacios comerciales que ellos lograron ocupar. Sin
embargo, han mostrado cierta apertura hacia los empresarios chinos por sus
múltiples contribuciones al comercio y por estar en la base del éxito comercial
aymara.
De forma notable, los
inversionistas chinos presentes en el mercado de la Eloy Salmón y Huyustus han
demostrado entender la lógica comercial local. Y no tardaron en utilizar los
canales semilegales de distribución y provisión, que se asientan en redes
familiares reproducidas a partir de los eventos sociales de gremios y
fraternidades religiosas. El momento estelar de este entramado socioeconómico
es la fiesta del Señor del Gran Poder, que se realiza cada año en el mes de
junio en la ciudad de La Paz.
Las elites bolivianas
tradicionales identificaban a los países del «mundo desarrollado» como lugares
de shopping y referentes de progreso18 y al Estado como mero instrumento para
garantizar su dominio económico. Desde su marginalidad, los comerciantes populares
han tendido, en cambio, a apropiarse de los espacios abandonados por las elites
tradicionales19 para reconstituir formas de institucionalidad «paralelas» al
Estado. De este modo, sus vínculos con actores y empresas extranjeras han sido
funcionales a la consolidación de esta institucionalidad propia (sus redes y
estructuras socioeconómicas internas), así como al control de los espacios
comerciales.
La relación con el «mundo
desarrollado» se convierte así en una fuente importante de insumos y en una puerta
para expandir el entramado comercial20. En resumen, esta economía intersticial
reconcilia, a menudo, vínculos económicos cosmopolitas con formas de
organización y acumulación étnica y culturalmente específicas. Se articula así
el comercio de mercaderías chinas, producidas a gran escala, con circuitos
étnicos locales y dinámicas de intercambio arraigadas en fuertes lazos de
parentesco.
Lo global
popular y lo global invisible
Los aymaras son solo uno de
tantos grupos que están mostrando la otra cara de la globalización, uno más
entre los pequeños emprendedores giriama de Kenya21, los comerciantes yemeníes
de la tribu hadrami o las familias de importadores de la ciudad vieja de
Damasco22. Estos actores simbolizan una nueva ola que recorre el mundo y que
sigue produciendo incesantemente prácticas y estrategias propias de inserción
en la economía global, y redefiniendo los equilibrios y dinámicas constitutivas
de una globalización muy a menudo concebida de forma monolítica. Por razones
distintas, pero sobre todo por su carácter tangencial a los bloques políticos y
económicos tradicionales, se sigue subestimando su rol y alcance.
En general, la dimensión
más debatida de la globalización alude al rol de las multinacionales y las
dinámicas de competitividad y reducción de costos, expresadas en los acuerdos
de libre comercio, las cadenas globales de valor, los procesos de
deslocalización industrial o la creación de polos de innovación, investigación
y desarrollo. De ahí se deriva una visión de los actores económicos populares
que enfatiza su asimilación vertical en los mercados globales, en algunos casos
como potenciales beneficiarios y, en otros, como eventuales víctimas.
Esta mirada convencional ha
invisibilizado sus lógicas microeconómicas como sujetos con actoría propia.
La ideología económica
dominante no permite echar luz sobre el funcionamiento y significado de las
estrategias de los actores económicos populares, pese al fermento de sus
prácticas.
Subyace, en el fondo, el
intento de conservar un sistema de explotación que sometió a los pueblos
indígenas y sectores populares al papel de meros proveedores de materia prima o
mano de obra barata. Y, de paso, la práctica discursiva que pretende reafirmar
y proteger la primacía histórica de Occidente como vía de oportunidades de
inserción gradual y lineal a los actores emergentes23, desconociendo sus
capacidades creativas, desafiantes y generadoras de bienestar, riqueza y
cultura.
Ya en los años 80, el
investigador peruano José Matos Mar24 describió el proceso de desborde de los
sectores populares en las barriadas de Lima. En un momento de particular
debilidad del Estado –debido a las medidas de ajuste estructural y la profunda
crisis de la economía nacional–, estos sectores desafiaron las fronteras y
barreras de un oficialismo incapaz de contenerlos hasta insinuarse en los
espacios tradicionales del poder político-económico.
En Bolivia, el nuevo
desborde popular se ha manifestado en el momento de mayor bonanza económica que
quizás haya vivido el país en su historia. No se ha producido como fenómeno
localizado de reacción a un mercado global capitalista excluyente, sino más
bien en diálogo constante y directo con lo global, a partir de alianzas
internacionales estratégicas.
El proceso ha revelado
también formas de apropiación de dinámicas ajenas y cosmopolitas para
reproducir sistemas de poder y formas de organización locales, tangenciales a
los bloques de poder establecidos.
Los actores populares y
locales se nutren de prácticas económicas vinculadas a una globalización que, a
pesar de invisibilizarlos, se alimenta a su vez de ellos.
1.Nico Tassi:
doctor en Antropología por la Universidad de Londres e investigador sobre
economías populares en La Paz. Juan Manuel Arbona: doctor en Economía Política
Urbana por la Universidad de Cornell, Nueva York, e investigador sobre espacios
políticos locales en la ciudad de El Alto.Giovanna Ferrufino: actualmente se
encuentra finalizando su tesis de grado en Antropología sobre construcción
identitaria de los campesinos colonizadores en Bolivia.Antonio
Rodríguez-Carmona: doctor en Economía Internacional y Desarrollo por la
Universidad Complutense de Madrid e investigador sobre industrias extractivas y
derechos humanos en la región andina.Palabras claves: economía popular,
comercio transcultural, aymaras, Bolivia, China.Nota: parte del material que se
presenta en este artículo ha sido recogido en el marco del proyecto de
investigación sobre actores económicos emergentes del Programa de Investigación
Estratégica en Bolivia (pieb) : «Reconfiguración económica y social en la
articulación urbano-rural de Bolivia: 1998-2010».. Por razones de privacidad,
los nombres de algunos de los comerciantes han sido cambiados.
2.Ramiro
Yupanqui, entrevista con los autores, La Paz, 25 de julio de 2012.
3.Esto ocurrió a
pesar de una extensa literatura sobre el sector informal, desde el trabajo de
Keith Hart («Informal Income Opportunities and Urban Employment in Ghana» en
Journal of African Studies vol. ii No i, 1973). La mayoría de estas
investigaciones se enfoca en la definición y medición de informalidad (Basudeb
Guha-Khasnobis, Ravi Kanbur y Elinor Ostrom [comps.]: Linking the Formal and
Informal Economy: Concepts and Policies, Oxford University Press, Oxford,
2007), en cómo esta se conecta o no con procesos globales (Alejandro Portes,
Manuel Castells y Lauren Benton [comps.]: The Informal Economy: Studies in
Advanced and Less Developed Countries, The Johns Hopkins University Press,
Baltimore, 1989), o en cómo deberían aprovecharse estas economías para el
crecimiento económico (Hernando de Soto: El misterio del capital. Por qué el
capitalismo triunfa en Occidente y fracasa en el resto del mundo, Sudamericana,
Buenos Aires, 2002).
4.Robyn
Eversole, Andrew McNeish y Alberto Cimadamore: Indigenous Peoples and Poverty:
An International Perspective, Zed Books, Londres, 2005.
5.Rossana
Barragán: «Entre polleras, ñañakas y lliqllas: los mestizos y cholas en la
conformación de la ‘tercera república’» en Henrique Urbano (comp.): Tradición y
modernidad en los Andes, Centro de Estudios Regionales Andinos Bartolomé de Las
Casas, Cusco, 1997; R. Barragán: Espacio urbano y dinámica étnica: La Paz en el
siglo xix, Hisbol, La Paz, 1990.
6.Cf. Jane
Mangan: Trading Roles: Gender, Ethnicity and the Urban Economy in Colonial
Potosi, Duke University Press, Londres-Durham, 2006; Tristan Platt: Estado
boliviano y ayllu andino: tierra y tributo en el norte de Potosí, iep, Lima,
1982.
7.Cf. R.
Barragán: «Más allá de lo mestizo, más allá de lo aymara: organización y
representaciones de clase y etnicidad en La Paz» en América Latina Hoy No 43,
2006; N. Tassi: El otro lado del mercado: economías indígenas en la arena
global, iseat, La Paz, en preparación. De acuerdo con la Autoridad de Supervisión
del Sistema Financiero (asfi), entre diciembre de 2002 y febrero de 2012 la
cartera de créditos aumentó de us$ 2.666 millones a us$ 6.725 millones. En el
periodo entre 2005 y 2011, tanto el valor de las importaciones como el de las
exportaciones casi se triplicaron. Las importaciones se han incrementado en
212% (de us$ 2.285 millones a us$ 7.134 millones), mientras que las
exportaciones aumentaron en 218% (de us$ 2.867 a us$ 9.113 millones). Fuente:
Instituto Nacional de Estadística (ine).
8.Mario Molina,
comerciante, comunicación personal, 23 de junio de 2012.
9.René Zavaleta:
Lo nacional-popular en Bolivia [1986], Plural, La Paz, 2008.
10.Carlos Iván
Degregori (comp.): No hay país más diverso, pucp / up / iep, Lima, 2000.
11.Todas las
sangres [1964], Peisa, Lima, 2001.
12.C.I.
Degregori: «El estudio del otro: cambios en los análisis sobre etnicidad en el
Perú» en Julio Cotler (comp.): Perú 1964-1984: Economía, sociedad y política,
iep, Lima, 1995.
13.Jürgen Golte
y Norma Adams: Los caballos de Troya de los invasores. Estrategias campesinas
en la conquista de la gran Lima, iep, Lima, 1987.
14.Norman Long
et al. (comps.): The Commoditization Debate: Labour Process, Strategy and
Social Networks, Agricultural University, Wageningen, 1986.
15.Ben Simpfendorfer:
The New Silk Road: How a Rising Arab World is Turning Away from the West and
Rediscovering China, Palgrave, Londres, 2011.
16.De acuerdo
con la página web de una de las más grandes exportadoras de Yiwu, el mercado de
esta ciudad tiene casi 58.000 proveedores, que venden unos 410.000 tipos de
productos, y recibe 300.000 visitantes por día. Fuente: Yiwuen.com,
www.yiwuen.com/yiwu-market/yiwumarket-figures-and-facts.
17.B.
Simpfendorfer: ob. cit.
18.Carlos
Toranzo: «Burguesía chola y mestizaje» en Diego Ayo (coord.): Democracia
boliviana: un modelo para desarmar, Oxfam / fes-Ildis, La Paz, 2007.
19.Cf. Denise
Arnold y Allison Spedding: Ecología, municipio y territorio: discursos de
cambio en el Altiplano y Yungas de La Paz, Rimisp, La Paz, 2005, www.rimisp.org/getdoc.php?docid=5423.
20.C. Toranzo:
ob. cit.
21.David Parkin:
Palms, Wine and Witnesses: Public Spirit and Private Gain in an African Farming
Community, Chandler, Nueva York, 1972.
22.B.
Simpfendorfer: ob. cit.
23.Ver Jack
Goody: The Eurasian Miracle, Polity Press, Cambridge, 2010.
24.Desborde
popular y crisis del Estado: El nuevo rostro del Perú en la década de 1980,
iep, Lima, 1984.
Este artículo es
copia fiel del publicado en la revista Nueva Sociedad 241, Septiembre - Octubre
2012,
regresar a la página anterior
No hay comentarios:
Publicar un comentario