Paul Le Blanc
Cuando me enteré de que un gran grupo de personas que habían sido destacadas en Estudiantes para una Sociedad Democrática (en inglés —y de ahora en adelante—, SDS [Students for a Democratic Society]) había escrito una carta abierta sobre la importancia de apoyar a Joe Biden —el candidato demócrata a la presidencia—, quise leerla de inmediato...Mucho tiempo atrás fue también mi organización.
La SDS, junto con el Comité Coordinador Estudiantil No Violento (SNCC [Student Nonviolent Coordinating Committee]), estuvo en la vanguardia de la Nueva Izquierda en los sesenta, y algunos de aquellos viejos ahora quieren desafiar la posición tomada por los Socialistas Democráticos de América (Democratic Socialists of America [DSA]), hoy día la organización más importante de la izquierda.
Nos dicen que “es momento de ir todos a una” y que apoyar a Joe Biden para derrotar a Donald Trump “es nuestra gran responsabilidad moral y política”.
Algunos de los que no les gusta lo que se dice en la carta acusan a los sesenta y seis [firmantes] de un delito llamado “deshonra”, y no lo acabo de entender.
Cuando alguien no está de acuerdo conmigo y argumenta insistentemente a favor de tomar otra dirección me parece bien; si son más viejos, más jóvenes o tienen la misma edad que yo no me importa —aunque seguramente sea porque soy mayor— : el debate democrático sincero y abierto es necesario si queremos construir una izquierda viva. Me parece evidente que el sentido de urgencia para oponerse y vencer a la política y a la dinámica despiadada de Donald Trump y su gobierno de extrema derecha es loable; y esto lo comparten ambos bandos en esta pequeña riña.
Teniendo en cuenta esto, ¿cómo se explica el enfrentamiento entre la “vieja Nueva Izquierda” y la “nueva Nueva Izquierda”? Parte de la respuesta puede hallarse en las diferencias entre la SDS y la DSA. Si bien muchos de sus miembros eran socialistas, la SDS no era una organización explícitamente socialista.
Además, en las partes finales de su documento fundacional, la Declaración de Port Huron (The Port Huron Statement), figuraba el compromiso de trabajar dentro del Partido Demócrata para hacer de este una fuerza progresista (véase: Tom Hayden, ed., Inspiring Participatory Democracy: Student Movements from Port Huron to Today, Boulder, CO: Paradigm Publishers, 2013, pp. 181-183). Nada de esto ocurre actualmente en el caso de la DSA.
La DSA es una organización explícitamente socialista y no tiene ningún compromiso con el Partido Demócrata al estilo del que se reflejaba en la Declaración de Port Huron. Apoya a algunos demócratas de vez en cuando, pero su declaración ‘Dónde nos posicionamos’ (Where We Stand) dice algo que jamás podríamos encontrar —así escrito— en la vieja Declaración de Port Huron:
“Los socialistas democráticos rechazan un criterio de construcción de coaliciones electorales basado en el ‘una de dos’: o centrado solo en un nuevo partido, o bien en el realineamiento dentro del Partido Demócrata. [...]
Para los socialistas democráticos la estrategia electoral es solo un medio; la construcción de una coalición potente contra las élites empresariales (anti-corporate) es el fin. Allí donde terceros partidos o candidatos sin partido movilicen estas coaliciones, los socialistas democráticos construirán estas organizaciones y candidaturas”.
Puede que estas diferencias contribuyan a explicar la desavenencia que ha brotado entre los veteranos de la SDS y los activistas —más jóvenes— de la DSA.
Recuerdos de la SDS
La carta de los sesenta y seis apela a las lecciones de la historia, lo cual me parece que siempre es buena idea. Sin embargo, me da la impresión de que su uso de la historia es selectivo y superficial. Los hechos históricos minan su argumentación. Tras seguir a mis viejos amigos a través de las sendas del pasado, volveré a lo que me parece que tiene más sentido en el momento presente.
Jamás me he arrepentido de formar parte de la SDS.
No éramos una organización perfecta y nunca nos reivindicamos como tal, pero lo hicimos lo mejor que pudimos para luchar por la justicia social y económica y por una sociedad genuinamente democrática. Hicimos algunas cosas buenas y aprendimos de la experiencia.
Leí la carta con interés. Entre los sesenta y seis firmantes se encuentran personas que conocí como camaradas hace mucho tiempo, mientras fui miembro de SDS entre 1965 y 1969. Me removió recuerdos.
Incluso antes de formar parte ya era cercano a la organización, y me influyó el apoyo que muchos de aquellos firmantes —y la SDS en su conjunto— dieron al liberal demócrata Lyndon Baines Johnson en la campaña electoral de 1964 contra el republicano conservador Barry Goldwater con el eslogan “Parte del camino con LBJ” (Part of the Way with LBJ). Organicé tan bien como pude a otros estudiantes de mi instituto para hacer campaña por Johnson.
Era joven e ingenuo —tal vez se podría decir lo mismo, en aquellos tiempos tan lejanos, de los firmantes de la carta—. No di por sentado que Johnson estuviera preparando la escalada drástica de una guerra imperialista en Vietnam. Ante aquel horror cada vez más intenso, muchos de los firmantes tuvieron un papel importante a la hora de construir la oposición contra la guerra (como hice yo), hasta llegar al punto de negar el apoyo a la candidatura de Hubert Humphrey, partidario de continuar la guerra, en 1968 (como hice yo); aunque ahora se arrepientan de haberlo hecho (a diferencia de mí).
Una de mis experiencias educativas más hondas en la SDS fue involucrarme en el increíble discurso de Carl Oglesby —entonces presidente de la organización— en la manifestación en Washington contra la guerra (1965).
En él se distinguía entre “liberales humanistas” y “liberales corporativos”. Los liberales humanistas son aquellos que se toman en serio los escritos de Tom Paine, los primeros pasajes de la Declaración de Independencia o el Discurso de Gettysburg.
Los liberales corporativos son los que representan los intereses de las poderosas empresas que dominan nuestra economía, nuestra sociedad, nuestro gobierno, nuestra política exterior (para aumentar sus beneficios y su poder en detrimento del resto de nosotros en los Estados Unidos y en todo el mundo).
Oglesby urgía a los liberales humanistas a unirse a los radicales en la ruptura con los liberales corporativos para subvertir el sistema dominado por los últimos y reemplazarlo, “en nombre de la simple esperanza humana”, por un orden social, económico y político genuinamente democrático y humanista.
Entiendo que la sociedad futura descrita por Oglesby, por la cual he luchado desde que entré en la SDS, es [ejemplo de] socialismo.
Max Weber o Rosa Luxemburg
Aunque alude a aspectos de la historia de la Nueva Izquierda, la carta abierta obvia cualquier referencia a lo que en aquel entonces fue la influyente perspectiva articulada de manera tan elocuente por este antiguo líder de la SDS. Hace algo parecido cuando se refiere a un par de momentos de la historia alemana. Cuando vi que la carta mencionaba el turbulento año 1919, pensé que seguramente habría alguna referencia a la gran socialista Rosa Luxemburg. Pero no, ella no aparece. En su lugar hay una referencia a la presunta sabiduría de un antisocialista, el académico liberal Max Weber, que advirtió a los estudiantes de izquierda de que “la mejor política debe ser dolorosamente consciente de las consecuencias de la acción, no solo de las intenciones”.
Este guía político de los redactores de la carta apoyó con entusiasmo el esfuerzo bélico alemán durante la Primera Guerra Mundial: lo consideraba necesario si Alemania iba a ejercer el papel de primera potencia.
Acusó a los socialistas revolucionarios de estar comprometidos con “la mugre, el barro, el estiércol y las payasadas: nada más”. Señaló a Luxemburg —que había pasado un tiempo en prisión por oponerse a la guerra— como alguien que debería ser confinado en un zoológico.
Es cierto que poco después expresó su pesar cuando esta fue brutalmente asesinada a principios de 1919 por los escuadrones de la muerte de la derecha, pero también sugirió que ella misma se lo había buscado. Su criminal “payasada” consistía en creer que las elecciones de la humanidad o avanzaban hacia el socialismo o se deslizaban hacia la barbarie (ver: Paul Le Blanc and Helen C. Scott, eds., Socialism or Barbarism: Selected Writings of Rosa Luxemburg, Londres: Pluto Press, 2010).
Tras su asesinato, los líderes moderados del movimiento socialista diseñaron una democracia frágil, dejando intactos el capitalismo, el militarismo y el falso “populismo” del nacionalismo de derechas.
La barbarie llegó, por supuesto, en la forma del movimiento nazi de Adolf Hitler, que creció a lo largo de los años veinte —en una atmósfera de liberalismo corporativo, centrismo pragmático y crisis crecientes— y tomó el poder en 1933. La carta abierta señala con acierto que los socialdemócratas moderados y los comunistas militantes quizá podrían haberlo evitado si se hubieran unido en un frente común contra Hitler.
En lugar de esto, se denunciaron mutuamente; los comunistas se involucraron en luchas callejeras ultraizquierdistas y los socialdemócratas apoyaron al “mal menor” en las elecciones de 1932, cuando contribuyeron a reelegir al viejo nacionalista conservador Paul von Hindenburg como la forma más funcional de cerrar el paso a Hitler. Por supuesto, Hindenburg y su círculo conservador decidieron que para ellos era más práctico adaptarse a los nazis, y en 1933 incorporaron a Hitler al gobierno, que acto seguido este hizo suyo. Este dato tan importante tampoco está en la carta abierta.
El aquí y ahora: Sanders y Biden
Una lección de la historia : ni la ultraizquierda peleando en la calle ni conformarse con “el menos malo” en la arena electoral va a llevarnos necesariamente al resultado que tenemos en mente.
En cambio, tiene sentido forjar un frente unido de socialistas revolucionarios, socialistas moderados y otros para luchar contra los males, sean grandes o pequeños, en nuestras comunidades, en nuestros centros de trabajo o en las calles. Y, allí donde podamos, también tiene sentido elegir a nuestra propia gente, respaldada por movimientos sociales dinámicos, para que ocupen cargos públicos.
Otra lección del pasado : un fracaso de la mayoría de clase trabajadora en su intento de avanzar hacia el socialismo podría tener como consecuencia que la dinámica del capitalismo produjera un deslice hacia la barbarie.
Una tercera lección histórica : tiene sentido agarrarse a la diferencia entre liberales humanistas —aliados potenciales de los socialistas— y liberales corporativos —sin duda alguna, adversarios de los socialistas y de los liberales humanistas—.
Creo que tiene sentido tener esto en mente cuando nos proponemos navegar las complejidades nuestra época.
Primero. Aunque desde la izquierda hay quien ha sostenido que Bernie Sanders es más un liberal humanista que un verdadero socialista —algo que no comparto, si bien le considero un socialista moderado—, no hay ninguna duda de que toda la vida política de Biden es la de un liberal corporativo. Cuando las cosas se ponen feas él no está de nuestro lado, sino del de las empresas capitalistas. Se podría argumentar que Trump no es mejor y que, de hecho, es mucho peor. Creo que es cierto. Esto no niega el hecho de que Biden es un liberal corporativo.
Segundo. La campaña de Sanders ayudó a promover la causa socialista. Señaló que las estructuras de poder y la política dominantes en Estados Unidos están controladas por una pequeña clase de multimillonarios, diseñadas para conservar su poder y acrecentar su riqueza a expensas del resto de nosotros.
Postuló propuestas de reforma radical que desafiaron los puntos de vista y el poder de los multimillonarios y al mismo tiempo parecían razonables para la diversa mayoría trabajadora. Incluía acceso universal a la sanidad, un salario mínimo de 15 dólares, empleo e ingresos garantizados para todos y un Green New Deal que combinara la protección del medioambiente con la de las condiciones laborales y los estándares de vida de la clase trabajadora.
Está también la insistencia en que para costear todo esto necesitamos —debemos— gravar a los multimillonarios y a los beneficios de las grandes empresas, no a la clase trabajadora.
La palabra “socialismo” se asoció de manera positiva con este conjunto de opiniones y propuestas, y se instaló en la conciencia popular y el discurso político común.
Tercero. La DSA se posicionó pronto sobre este asunto: apoyarían a Sanders como candidato socialista que se presentaba en la papeleta del Partido Demócrata, pero no iban a dar su respaldo a ningún otro candidato a presidente. Esto no evita que cualquier miembro —o grupo de miembros— de la DSA vote a otro candidato —como por ejemplo a Biden—. Uno puede defender que la gente debería votar a Biden porque no es Trump, que tiene opciones reales de ganarlo y que es muy importante hacerlo. A ningún miembro de la DSA que decida votar —ni a ningún votante que no sea de la DSA— se le podrá impedir que actúe en base a esta convicción.
Cuarto. Al mismo tiempo, la decisión parece impedir que la DSA como organización haga lo que la SDS hizo con respecto a otro liberal corporativo en 1964, cuando hizo campaña a favor de Lyndon Baines Johnson—. Tiene lógica, dada la naturaleza explícitamente socialista de la DSA. Biden, en calidad de liberal corporativo, es un antisocialista, pro-capitalista y pro-multimillonarios, enemigo de lo que perseguían Sanders y sus partidarios. Si bien había mucho por lo que la DSA podía hacer campaña para apoyar a Sanders, puesto que el programa de Sanders estaba básicamente en la línea del programa socialista de la DSA, esto no es en absoluto cierto en el caso de Biden. Uno podría votar por él porque no es Trump, pero más allá de eso, no parece haber muchos motivos por los que una organización explícitamente socialista pudiera hacer campaña a favor de lo que Biden ofrece.
Biden propone un retorno a “los buenos tiempos” de la América capitalista corporativa, antes de que Trump asumiera la presidencia. Por supuesto, esos viejos buenos tiempos no eran tan buenos, eran cada vez más complicados y estaban plagados de crisis (en parte debido a las políticas “pragmáticas” defendidas por Biden y otros liberales corporativos), con el consiguiente crecimiento del descontento que desacreditó a los políticos “convencionales” como Biden y allanó el camino a Trump.
Una buena dosis de lo que Biden y los que le rodean tienen para ofrecer en caso de que gane la presidencia nos predispondría para las “soluciones” abanderadas por fuerzas más disciplinadas y siniestras que las que representa Trump.
Lo que Sanders representaba era mejor que eso, algo que para muchos de nosotros valía la pena apoyar. Ahora Sanders ha sido derrotado, y —como los sesenta y seis— nos insta a apoyar a Biden para derrotar a Trump. Teniendo en cuenta quien es y lo que representa, probablemente Biden no va a ganar; pero si lo hace, no ofrecerá ninguna solución, y en seguida nos vendrán encima problemas más graves.
He decidido apoyar al candidato ecosocialista del Partido Verde, Howie Hawkins, para poder hacer campaña por algo en lo que creo durante la inminente temporada electoral. Hay quien puede pensar que otras opciones tienen sentido. Pero para mí esta divergencia no constituye el “balance final”.
Balance final
Ahora más que nunca, este es sin duda un momento para ponernos juntos manos a la obra por más de un motivo. Las crisis del capitalismo se profundizan en nuestro país y la población, cada vez más desesperada, se está polarizando.
Todos conocemos el extraordinario —y bien financiado— fenómeno del “populismo” de derechas que ha alimentado el movimiento del ‘Tea Party’ y cosas peores, y que ha servido de base para las campañas y la política del ‘Make America Great Again’ de Trump.
De las sombras salen grupos preparados para defender viejos monumentos racistas de la Confederación, para abatir encapuchados a jóvenes negros, irrumpir en sinagogas para masacrar judíos y congregarse en las capitales de los estados, armas en mano, para presionar por el fin de las restricciones derivadas del coronavirus (con el fin de “poner de nuevo en marcha la economía”, de modo que las grandes empresas puedan recuperar sus beneficios, incluso aunque un número significativo de “gente inferior” tenga que morir).
Al otro lado del espectro, gracias a varios procesos de insurgencia masivos entre los que se cuentan los movimientos Occupy Wall Street y Black Lives Matter, y que encontraron expresión en las campañas de Sanders, hay estadísticas que nos dan esperanzas.
Hoy, en Estados Unidos, el 43% de la ciudadanía tiende a identificarse positivamente con la idea de socialismo; el 51% en el caso de los jóvenes de entre 18 y 29 años y el 57% de los demócratas. Está claro que existe la base para un futuro movimiento socialista de masas en el país. Y con ello, la posibilidad de librar luchas coherentes en múltiples niveles que serán capaces de llevar a nuestra sociedad a una transición de las tiranías del capitalismo a la democracia económica del socialismo.
La urgencia rebasa con creces las elecciones de 2020. Este es un momento que requiere discusión, debate, planificación y el inicio de esfuerzos que nos ayuden a prepararnos para lo que debemos hacer en la década que justo acaba de empezar.
¿Cómo podemos construir un poderoso y efectivo movimiento socialista de masas? ¿Cuál es la orientación estratégica que puede ayudar a asegurar el triunfo de semejante movimiento? Esto es lo que necesitamos para sacudir el futuro, y para darle forma —como dijo una vez Carl Oglesby— “en nombre de la simple esperanza humana”.
Paul Le Blanc es historiador en la Universidad de La Roche (Pittsburgh) y activista sindical y socialista.
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